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El regreso de la loba rubia: literatura para morderte mejor

Nació en Uruguay pero debió exiliarse en Suecia, a partir del año 2001. En Ratas, su último libro, vuelve a contar sus obsesiones: la falta de futuro, la crisis de una generación que tuvo que exiliarse, la violencia diaria, y la búsqueda de una identidad
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22 de junio de 2012 a las 17:57

Lalo Barrubia (Montevideo 1967) había publicado con éxito Arena (2004), y Pegame que me gusta (2009), dos libros que permitían ya definirla como una buena escritora. Ratas, su última publicación, viene a confirmar definitivamente a este talento nacional que vive en Malmö, Suecia, desde el fatídico éxodo de 2001.

A diferencia de los anteriores, Ratas es un libro de cuentos, sin más nexo entre las historias que la amargura masticada que destila cada una de ellas. El libro en su conjunto es una queja al mundo y a los mayores (esa generación que parió porque sí y que luego abandonó hijos y sueños) y un sopapo a los tibios, que nunca dejan huella sobre la tierra.

Lalo Barrubia mira hacia atrás para definirse, para poder enfrentar el día a día, y escribe para sentirse mejor y hacer futuro, apoyada en esa historia vital de juventud que narra a corazón abierto.

Pero lo importante es cómo se expresa esta mujer tremenda. La prosa le sale sola, sin esfuerzo ni artificios, con cadencia narrativa innata. Un solo párrafo puede incluir tres, cuatro, cinco ideas, y diez acciones o pensamientos del personaje.

Lalo Barrubia se revela aquí como una maestra del ritmo, de ese decir oral que no admite descripciones físicas ni paisajes para rellenar espacios en blanco, que va directo al asunto.
Más sorprendente todavía es que la autora pone las historias al servicio de personajes tanto masculinos como femeninos.

Escribe incluso desde la perspectiva sexual de cada biotipo sin inconvenientes. Se deslinda así del peligroso rótulo de literatura “para”, y es igual de efectiva desde ambos géneros, cualidad nada común en general.

Hay también otras singularidades que abarcan el lenguaje y el estilo. Lalo Barrubia tiene en contra, como tantos escritores de su generación, el drama del hablar moderno, de ese decir coloquial al que obliga el siglo veintiuno, que fuerza a muchos a escribir novela histórica para poder usar una léxico fino que no se adapta a esta época.

Es entonces un gran mérito escribir aquí y ahora, y no caer en el insulto fácil, en el che y vos, en esa grosería general que se ha colado en la televisión, el cine, los bares, la política, en todas partes.Lalo Barrubia logra salir airosa de esa dura prueba. Hay sí algunas “malas palabras”, pero siempre justificadas, como un desnudo en el buen cine.

Y hasta cuando choca algún “coger” el lector se reconforta enseguida cuando observa que tres líneas más abajo ese verbo se transforma en “hacer el amor”. Entonces se percibe la verdadera intención narrativa de Lalo Barrubia, que quiere distinguir y llamar a las cosas por su nombre, y se disipa la sensación inicial de vulgaridad o la mueca prejuiciosa.

Hay que resaltar la última historia, que a modo de autobiografía, analiza la suerte de una generación que no pudo cambiar las cosas, y que sucumbió a la desesperanza.

Los cuentos son verdaderos cuentos, de esos que no se pude explicar bien de que van, ni cual es su moraleja, cuentos que simplemente atrapan. Que se desarrollan en la costa, en un bar, en el extranjero, o en el campo, y que logran, así, universalidad.

Porque cuando un escritor suprime las descripciones (Onetti), cuando no pinta su aldea (Melville), cuando recurre apenas a los diálogos (Bekett), solo queda sustancia, esencia de perfume, elixir literario.

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