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El show debe continuar

Cinemateca Uruguaya ha tenido una capacidad milagrosa de reinventarse y sobrevivirá con salas nuevas donde era el viejo Mercado Central
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15 de abril de 2018 a las 05:00
Cinemateca Uruguaya ha sido un milagro durante sus 66 años de existencia. La institución formó a cientos de miles de espectadores de cine en un país de tres millones. Gran parte de la obra de los grandes maestros europeos está en su archivo y los ciclos que ha organizado han sido una oportunidad inverosímil de ver las grandes obras maestras sin que para ello haya que pertenecer a una élite cultural ni tener que incurrir en gastos prohibitivos.

Yo descubrí a la Cinemateca como algo natural. Alguien me dijo: "¿Vamos a ver Persona, que la dan en el ciclo de Bergman en Cinemateca?". Y yo dije: "Sí, vamos", sin tener idea de a qué le estaba diciendo que sí. Y entonces vi una película increíble, nada ni remotamente parecido a nada que hubiera visto nunca. Una experiencia fascinante, en la que el virtuosismo de las intérpretes, Liv Ullmann y Bibi Andersson, rivalizaba con la fotografía en blanco y negro de Sven Nykvist y con la maestría del guion y la dirección de Ingmar Bergman.

En Cinemateca vi Rashomon, de Akira Kurosawa, y el estreno en Uruguay de Ran, del mismo director. Vi, también, la película que más me impresionó de todas las que vi: Solaris, de Andréi Tarkovski.

Hubo un ciclo que duró años, en la sala Camacuá, los sábados a medianoche, que se titulaba "Trasnoche: obras maestras". Y eran, nomás. El neorrealismo italiano, la nouvelle vague francesa, Luis Buñuel. Todo ese material está en el archivo y cada tanto aparece en ciclos ordenados y con críticas de un poder de síntesis milagroso.

Y no se trata solo de ese archivo fantástico (tienen 20 mil títulos) sino de las películas que pasan por Cinemateca, para beneficio de socios y público en general. El cine latinoamericano, el cine asiático, el cine independiente de Estados Unidos y hasta los estrenos recientes.

Yo vi Jurassic Park en La linterna Mágica y el estreno de Fanny y Alexander, de Bergman, en Centrocine. Pero también vi Rocky IV, en Camacuá, en un ciclo que se titulaba ¿Un fascismo en el cine?
Nunca hubiera descubierto a Federico Fellini, ni a Luchino Visconti, ni siquiera a Ettore Scola, si no fuera por la Cinemateca. Y yo no soy de los más consecuentes ni militantes del cine universal. Tengo unos amigos que pueden hablar de cine con propiedad y cuya lista de las mejores 200 películas de la historia del cine incluye filmes tan diversos como la brasileña Tienda de los milagros, la iraní El globo blanco, la estadounidense Noche de estreno, la griega La mirada de Ulises o la coreana Hierro 3.
Nunca hubiera descubierto a Fellini, ni a Visconti, ni a Scola, si no fuera por Cinemateca.

Si todo sale como está previsto, Cinemateca se muda –en octubre de este año, si Dios quiere y la Virgen– a un complejo de tres salas, con poco más de 400 butacas en total, con la comodidad y calidad de proyección de las salas comerciales y con la calidad cinematográfica que solo Cinemateca puede ofrecer.

Será una nueva etapa en la vida de una institución que ya es legendaria y que debería tener su película, con un título tan imaginativo como Cinemateca: la película y debería tener su museo, con una escultura de Manuel Martínez Carril con rollos de 35 milímetros abajo del brazo y el pucho en la boca.

Pero lo importante es que sigue ahí, en tiempos de streaming, en los que la gente cree que lo que no está en internet no existe pero que no solo existe sino que se muestra con generosidad, por una cuota muy razonable.

En el mundo, las cinematecas son financiadas por el Estado y no dependen del aporte de las entradas para sobrevivir. También es normal que sean archivos fílmicos cuyo contenido conocen unos pocos intelectuales e investigadores.

La uruguaya es una cinemateca distinta, siempre en crisis, pero viva, peleadora, generosa, que forma parte de lo mejor de la identidad nacional. La nueva etapa en el antiguo Mercado Central es un nuevo capítulo de una obra monumental.

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