Opinión > OPINIÓN / ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

El silencio de los corderos

El ciudadano deberá decidir si apurar, para sí y los suyos, este trago de cicuta que lo conduce a nuestra versión de Venezuela, o arriesgarse a la aventura de construir un país digno
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16 de septiembre de 2017 a las 05:00
Así lo referirá la historia en unos años. Políticamente debilitado, el vicepresidente de la República debió ceder ante la presión de una hostil campaña opositora y la deserción de algunos de sus compañeros, presentando renuncia a su cargo.

La difícil decisión permitió al gobierno, en un rápido relevo, retomar su agenda de trabajo, con la colaboración de los partidos opositores que, al abstenerse de atacar a la figura en retirada, apuntalaron la difícil transición y la imagen institucional del país, que de este modo retomó la normalidad.

¿Le gusta?Y qué paparruchada es. Porque sostener esta fábula privará a las futuras generaciones de mucha información. Dejará de lado el perjuicio que, más allá de la insólita dilapidación de cientos de millones de dólares, le inflingieran al país casi dos años de permanentes y torpes mentiras por parte de Raúl Sendic, coronadas por la que le reservara a la Asamblea General, al invocar razones personales en su renuncia.

Dejará, además, de lado la poca fibra opositora exhibida en esta instancia por el arco político uruguayo, poco presto a plantearle al país proyectos de ambiciosa alternativa a su actual empantanamiento, y ahora salido de la Asamblea cubierto por el cono de sospecha que el caso Sendic arroja sobre el funcionamiento del estado y sus malas agencias.

Y, como para no olvidarlo, dejará de lado la entusiasta apología de Tabaré Vázquez al vicio administrativo, a la mentira y a la inepcia: una indecorosa actuación, arrojada al rostro del país en vísperas de su aguardada contribución al análisis de la pornografía en la ONU. (Repare en esta enormidad: al cerrar este capítulo, ni siquiera aquello de que "una renuncia es una renuncia" terminó por ser cierto).

"Pasar la página", es la supuesta consigna: solo que no tenemos libro alguno entre las manos.
Porque mientras la opinión pública es distraída por las andanzas del "revolucionario" que ahora aguardará a por su subsidio tras desfondar un monopolio, lo cierto es que la República, cuyo libro deberíamos estar escribiendo, luce todos y cada uno de los días un poco más canija, como consecuencia de la devastación frenteamplista.

Día a día más deficitario y endeudado, Uruguay destruye empleos y expulsa a sus hijos al exterior, sin que nadie levante un dedo a fin de detener el derrumbe educativo que apaga hasta la esperanza de una ocupación futura.

Lejos de respirar en su esfuerzo destructivo, el régimen frenteamplista sigue plantando, con cada día, su bosque de reglamentaciones, órganos y clientes burocráticos, en todos los ámbitos y con apuro, encareciendo la producción, desestimulando la inversión, ahogando toda iniciativa: un zarzal del que no nos sacarán ni cinco buenas administraciones seguidas.

Cada fracaso se oculta, además, bajo el mano del embuste. Funcionarios gubernamentales, por ejemplo, viajan a Washington a hacer el ridículo solo para volver a decirnos, en tono serio, que de ahora en más las autoridades permitirán la venta de marihuana en lo que no cabe sino llamar bocas no bancarizadas, a las que les pondremos el mote de "establecimientos", violando la misma ley de estímulo a la marihuana impulsada por el oficialismo.

¿No sería más económico asumir que la ley no es sino otra estupidez de la que deberíamos olvidarnos ya? Los furcios y mentiras de doce años llegan a cobrar su peaje en tropel.

Observe el desastre del Mercosur progresista en movimiento: atenazada por la deserción argentina del proyecto regasificador y los altos costos uruguayos, la brasileña Petrobras plantea recortes y un juicio millonario al estado. Y ciego a la realidad, el régimen no procura soluciones, sino berrinches publicitarios, yendo, de la mano del infaltable José Mujica, a la sede de la embajada de Brasil a mendigar comprensión, munido de un manifiesto firmado por una variopinta armada Brancaleone de inclinación musical.

En pocos días nos van a contar el cuento de que Uruguay llevó a New York la pieza que estaba faltándole a la máquina mundial para combatir la pornografía y el acoso sexual a nivel planetario, pero lo cierto es que la política exterior del país luce literalmente desfondada: cuenta con un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU ... ¡y el primer ministro de Israel viene de visitar Buenos Aires sin pensar siquiera en hacer una escala en Montevideo! El prestigio internacional de Uruguay ya hace tiempo se ha esfumado bajo esta administración: ya no se golpea a nuestra puerta ni para negociar favores.

La cosecha de la incomprensible hostilidad frenteamplista hacia el gobierno brasileño está a la vista: no hay productor lechero uruguayo que no avizore un conflicto en ese mercado, y los negociadores brasileños en Corea del Sur no tuvieron remilgos en condicionar la parcial apertura de su gigantesco mercado a la sustitución de nuestras carnes por las brasileñas.

¿Y qué lección aprendió el obcecado gobierno uruguayo de estas señales? La de insistir, cual coro de tribuna, en calificar a la doméstica, legítima y necesaria reforma laboral brasileña de acto hostil y desleal a ese espejismo zonzo, el Mercosur, y a Uruguay, en particular, convencido de que el coto de caza de sindicalistas en que se ha terminado por convertir al país tiene alguna viabilidad en un mundo competitivo.

O, claro, la de ahora acusar a la estatal Petrobras por boca de los capitostes sindicales en cuyas manos se ha tercerizado la política exterior, de recortar su plantilla en Uruguay y efectuar reclamos con el solo propósito de "jorobar" (sic) al país (porque los millones que las empresas reclaman salen del bolsillo del ciudadano, pero los que incinera el gobierno frenteamplista crecen en el mar).

La oposición que mayor esfuerzo debería hacer por arrojar luz sobre estos sucesos es la que ha callado en el Palacio Legislativo el 13 de setiembre, y lo ha hecho por el cálculo electoral de que ya Raúl Sendic no cuenta, y no conviene hostilizar a votantes frenteamplistas desencantados que, con el tiempo, podrían volver a votar a los partidos opositores.

Pues qué cálculo errado. Primero, porque esa misma oposición, de incurrir en silencio y deferencia, corre el riesgo de convertirse, día a día, en algo parecido al abismo colectivista que supuestamente debería controlar. Que repare en ello, y en que hemos visto a algunos de sus legisladores sumarse, entusiastas, a las chicanas, al furor reglamentario o la generosa inmolación del dinero del contribuyente a la causa de los llamados "derechos sociales".

Y, segundo, porque insistir en tratar al votante como un discapacitado intelectual se ha vuelto algo intolerablemente irritante.

Muy por el contrario, la oposición debería ceñirse de una buena vez a explicarle, con claridad y convicción, que el camino en el que el Frente Amplio ha puesto al país conduce a un pobre callejón sin salida, que a cada uno de nosotros representará menos prosperidad, más desesperanza, el diario padecimiento de seguridades, cortesías, valores, legados que se destruirán sin remedio, y en perjuicio de nuestros hijos y nietos.

Y es, en última instancia, el ciudadano el que deberá decidir si apurar, para sí y los suyos, este trago de cicuta que lo conduce a nuestra versión de Venezuela, o arriesgarse, de la mano de personas confiables, a la aventura de construir el país digno, limpio y constructivo que alguna vez este amagara ser.

El silencio con el que se tolera nuestra regresión, el que nos priva de oir las únicas alternativas que sabemos en nuestros huesos son las necesarias, no es el de la prudencia. Es el de los corderos.

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