Eduardo Espina

Eduardo Espina

El submarino argentino

Una nueva desaparición y el recuerdo de un caso similar
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20 de noviembre de 2017 a las 07:35
La desaparición del submarino ARA San Juan trae a la memoria el recuerdo de un caso parecido, ocurrido 17 años atrás, también en aguas heladas y profundas, aunque no en el Atlántico sur, sino en el mar de Barents. El K-141 Kursk, bautizado en homenaje a la batalla naval ocurrida en las cercanías de la ciudad de Kursk, en 1943, era uno de los submarinos nucleares estelares de la armada rusa.

Construido en 1992, el Kursk tenía solo ocho años de antigüedad cuando le llegó el fin en plena actividad. En la mañana del 12 de agosto de 2000 hubo una explosión a bordo del submarino con gran poder de desplazamiento, la cual fue seguida por un incendio que resultó más incontrolable de lo que los manuales de la nave indicaban. El informe final ruso indicó que el incendio fue ocasionado por uno de los torpedos que el submarino portaba. Durante las horas siguientes, el periodismo mundial, a la par de los técnicos rescatistas rusos, siguió el desarrollo de la tragedia en ciernes, relatando al minuto los acontecimientos que pasaban de la esperanza a la dura realidad con desesperada insistencia, pues nadie sabía con certeza qué había pasado con los 118 ocupantes del submarino.

El mundo, en menos de lo esperado, pudo imaginar la desesperación de los marinos, conjeturando que todavía estaban vivos, pero que la muerte era por anticipado un hecho, pues nada ni nadie podría detener la llegada del fin definitivo.

En verdad, tal como se supo después, los ocupantes no padecieron una larga agonía, pues murieron a los pocos minutos de ocurrida la explosión. El Kursk era un secreto militar y luego fue un secreto del mar. Se hundió con el periscopio izado, visión interrumpida en pleno descenso. El deterioro del porvenir llegó antes de lo que decía el radar. Apenas dio tiempo para enviar varios SOS; una desesperación que pudo leerse de igual forma de derecha a izquierda, y viceversa. Casualidad o venganza sumergible del azar, causalidad del destino: el capitán ruso no quería tener ningún número 13 en la nave, pero la fatídica cifra igual actuó. La agonía concluyó el domingo 13 de agosto de 2000. En un ataúd de acero sepultado en el océano, los comportamientos se quedaron sin escape, condición, ni cábala maldita.

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