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El techo de vidrio

El 8 de marzo suele tener un sospechoso tufillo a concesión graciosa: solo un gesto, para que al otro día todo siga igual
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10 de marzo de 2018 a las 05:00
El Día Internacional de la Mujer mostró por el mundo a núcleos muy militantes, acorde a la tendencia de los últimos años. Hubo marchas, protestas y huelgas que en algunos países provocaron ciertos trastornos, especialmente en el transporte público. Pero, como otras veces, la conmemoración tuvo también un sospechoso tufillo a aceptación graciosa: un gesto caballeresco o culposo de comprensión, para que al otro día todo siga igual.

Desde el fondo de los tiempos, en casi todas las culturas, las mujeres estuvieron supeditadas a los hombres. Ha sido una situación de hecho basada en la supremacía física, que algunas civilizaciones disimularon y otras no tanto.

Las cosas comenzaron a cambiar rápidamente desde fines del siglo XIX con el acceso de las mujeres al mercado laboral como maestras, vendedoras u obreras. Esas pautas más liberales primero se impusieron en Estados Unidos y algunos países europeos que estaban en la vanguardia de la Revolución Industrial, el mayor proceso de transformación económica, tecnológica y cultural de la historia. Las mismas tendencias arribaron al Río de la Plata en las décadas finales del siglo XIX, al principio solo como ideas de vanguardia y luego como un torrente.

Por entonces las mujeres no podían disponer de sus bienes, ni casarse libremente hasta los 23, ni abandonar el hogar sin autorización paterna antes de los 30, ni ejercer una serie de profesiones.

Hace más de un siglo comenzaron a doctorarse en la Universidad y a divorciarse por su sola voluntad. En 1938 votaron por primera vez en elecciones nacionales, una fecha relativamente temprana en la región aunque con rezago respecto a América del Norte y Europa occidental. Por fin una ley de 1946 declaró la igualdad absoluta de derechos civiles entre hombres y mujeres.

A principios de la década de 1960 menos del 20% de las mujeres en edad de trabajar cumplía tareas remuneradas fuera de su casa, contra más del 70% de los hombres. Esa tasa creció mucho desde entonces, en particular a partir de la década de 1970, y hoy roza el 60%. Muchas mujeres adquirieron una independencia económica que se refleja en sus acciones y aspiraciones.

Sin embargo, el ascenso de una mujer a la cúspide laboral, aunque cada vez más común, sigue siendo muy minoritario. La brecha salarial es enorme, el reclamo socarrón de superioridad intelectual y física de los hombres es notorio y muchas veces campean el desconcierto y la confusión.

Hoy el debate y las demandas van desde una "discriminación positiva", a base de cuotas que fuercen una mayor igualdad, hasta ofensivas ideológicas globales. Algunas organizaciones de mujeres se han transformado en poderosos grupos de presión política.

Durante el ciclo electoral de 2014 y 2015 se aplicó por primera vez en Uruguay, con carácter experimental, la cuota de sexo para todos los órganos electivos. Ya en 2009 se había aplicado en las elecciones internas o primarias de los partidos políticos, que determinan la integración de los órganos deliberantes nacionales y departamentales. Pese a diversas trampas, aumentó considerablemente la presencia de mujeres en el Parlamento a partir de 2015.

Algo parecido ocurrirá en las elecciones primarias o internas de 2019, y en las municipales de 2020. Incluso una mujer, Lucía Topolansky, alcanzó por primera vez la Presidencia en forma interina: en noviembre de 2010 y otra vez el año pasado.

Pero las mujeres todavía marchan con rezago en la política local.

Hubo un tiempo en que Uruguay fue rodeado por países con mujeres en la Presidencia, que incluso fueron reelectas: Dilma Rousseff en Brasil, Cristina Fernández en Argentina, Michelle Bachelet en Chile. Luego María Eugenia Vidal fue elegida gobernadora de Buenos Aires, la provincia más grande y poblada de Argentina, que puede servirle para aspirar a la Casa Rosada.

Uruguay está muy lejos de los países más integrados e igualitarios, que en general, aunque no siempre, están ubicados en el norte de Europa. E incluso en esos países de vanguardia persisten las diferencias en los cargos jerárquicos y en los salarios (más de 16% en promedio en la Unión Europea), y tampoco desaparece la violencia moral y física.

La desigualdad se da desde el comienzo de la vida laboral y crece a medida que las personas se aproximan a su retiro. Es el "efecto del techo de vidrio": no se ve pero existe, como una barrera invisible para las mujeres.

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