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Ella es Malala

La adolescente paquistaní de 16 años que sufrió un ataque de terroristas talibanes cuando regresaba de la escuela en su natal valle del Swat sorprende al mundo por su ejemplo de tenacidad y de lucha moderna, y bien entendida, por los derechos civiles
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19 de noviembre de 2013 a las 19:20

“A mi padre no le importó. Cuenta que, cuando nací, me miró a los ojos y se enamoró. Decía a la gente: sé que esta niña es distinta. Incluso pidió a los amigos que echaran frutas secas, dulces y monedas en mi cuna, algo que normalmente solo se hace con los niños varones”.

Palabras de Malala Yousafzai, o mejor y simplemente Malala, escritas en su autobiografía I am Malala, que denotan que, ciertamente, ha sido una chica diferente con una madurez y un coraje sorprendentes. En poco tiempo, en solo 16 años ha pasado por todo. El ambiente en el que creció, las luchas por ser partícipe del aprendizaje y el atentado que padeció de manos de los talibanes por el simple hecho de estudiar hacen de esta activista, estudiante y bloguera paquistaní –así se la resume, pero es mucho más que eso– una suerte de heroína contemporánea pero lejos de la frivolidad que caracteriza muchos aspectos de la cotidianidad actual y, sobre todo, de millones de muchachas de su edad. Que están para otra y se entiende.

Pero ella no, la oriunda del valle del Swat, el paraíso terrenal según ella misma, que nació en una familia de pashtunes, donde ser mujer es una maldición, un sexo que por esas regiones significa confinamiento en la cocina y cuidado de la prole, se sobrepuso desde pequeña a todas las contrariedades posibles, tanto desde dentro de su grupo como desde fuera, con disparos en la cabeza incluidos.

Hoy en día es conocida en el mundo entero por su pregón a favor del derecho a la educación y por haber sido nominada para premio Nobel de la Paz de 2013, galardón que finalmente fue a parar a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ). Una injusticia bramaron algunos. Es muy probable. Pero a ella poco le importó y, como le enseñó su padre, Ziauddin Yousafzai –un baluarte en toda la historia de su hija–, y como le marca el carácter de su pueblo, siguió adelante con un espíritu de fortaleza pocas veces visto para alguien de su edad.

“Lo peor que le puede ocurrir a un pashtún es quedar en ridículo. La vergüenza es algo terrible para un hombre pashtún. Tenemos un dicho: sin honor, el mundo no vale nada. Luchamos y disputamos tanto entre nosotros que la palabra para primo –tarbur– también significa enemigo. Pero siempre nos unimos contra los extraños que intentan conquistar nuestras tierras”.

La pequeña-gigante paquistaní relata en su autobiografía su historia sin miedo, sin rencores. Y, ahí detalla que al nacer la llamaron como la mayor heroína de Afganistán, Malalai de Maiwand, mujer de armas tomar venerada en ambos países –donde habita esta etnia– que luchó contra la ocupación británica en suelo afgano a mediados del siglo XIX. Con tanta carga histórica, con tanto carácter, Malala no podía más que honrar su apellido y su pueblo, “orgulloso” de acuerdo a su autobiografía, en la intensísima vida a la que fue llamada vivir.

Llegó con el alba

Malala nació el 12 de julio de 1997 en Mingora, valle del Swat, a 160 kilómetros de Islamabad, la capital de Pakistán, una zona rodeada de montañas, verdes praderas, de ríos inmaculados y aire puro. Llegó al mundo en su casa a falta de dinero para enviar a la madre a un hospital o para contratar una comadrona. Una vecina ayudó a la señora con el parto. Malala señala que nadie felicitó al padre y que todos en la aldea se compadecieron de la madre. Eso sí, llegó a esta tierra al alba, “cuando se apaga la última estrella, lo que los pashtunes consideramos un buen augurio”.

El incentivo por la educación siempre estuvo presente en el pequeño pero digno hogar de los Yousafzai. El padre la alentaba a seguir con los estudios y a prepararse para el futuro. Ella lo vio claro y observó que esa era la manera de ayudar a sus amigas, colegas, vecinas y otras ciudadanas del país a mirar hacia delante y ganarse el respeto. A los 13 años, en 2010, comenzó a escribir en un blog para la cadena británica BBC bajo el seudónimo de Gul Makai. Allí explicaba en udu –una de las lenguas de su país– la vida bajo el régimen del Tehrik e Taliban, la versión paquistaní de los talibanes –que mayormente predominan en Afganistán– y cómo hacía para acudir a clases de forma clandestina.

“Tengo derecho a la educación, a jugar, a cantar, a ir al mercado, a que se escuche mi voz. En el mundo las chicas van a la escuela libremente y no hay miedo, pero en Swat cuando vas a la escuela tienes mucho miedo de los talibanes. Ellos nos matarán. Nos lanzarán ácido a la cara. Pueden hacer cualquier cosa”, apuntaba Malala en su blog.

Además de transformar la región en una cárcel, de imponer su versión rigurosa del Islam, donde no había mayores posibilidades de progreso de ningún género como tampoco ningún tipo de diversión, los talibanes obligaron el cierre de las escuelas privadas y se prohibió la educación de las niñas entre 2003 y 2009. Malala contó más tarde que los talibanes en 2007 volaron más de 400 escuelas en el valle del Swat.

“En aquel entonces vivía con mi padre en Swat, es nuestra región natal, y los talibanes se levantaron y empezó el terrorismo, azotaron a las mujeres, asesinaron a las personas, los cuerpos aparecían decapitados en las plazas de Mingora, nuestra ciudad. Destruyeron muchas escuelas, destruyeron las peluquerías, quemaron los televisores en grandes piras, prohibieron que las niñas fueran a la escuela. Había mucha gente en contra de todo esto, pero tenían miedo, las amenazas eran muy grandes, así que hubo muy pocos que se atrevieron a hablar en voz alta en pro de sus derechos, y uno de ellos fue mi padre. Y yo seguí a mi padre”, comentó la chica paquistaní en una entrevista con el diario El País de Madrid.

En mayo de 2009, el Ejército de Pakistán lanzó una amplia operación militar para recuperar el valle del Swat, un objetivo que se cumplió al cabo de dos meses y dejó decenas de comandantes enemigos capturados y 2.088 talibanes muertos. Para entonces, algunas libertades que el integrismo islamista había suprimido comenzaron a retornar poco a poco. Entre ellas, la posibilidad de acudir a una escuela para las niñas.

En esas estaba Malala cuando ocurrió el feroz ataque de los talibanes, quienes se las seguían arreglando para realizar atentados. El 9 de octubre de 2012 en Mingora, cuando retornaba de la escuela en un vehículo con dos amigas, fueron abordadas por un talibán con la única intención de acabar con Malala. Al detener el coche, el terrorista disparó repetidas veces con un fusil en la cara de la muchacha dándole en el cráneo y en el cuello. Las otras dos amigas resultaron heridas. Creyéndola muerta, el miliciano huyó. Fue atrapado un día más tarde.

Malala pudo ser trasladada en helicóptero a un hospital militar, donde se constató que seguía milagrosamente con vida. La rápida difusión de la noticia en todo el mundo, donde ayudaron las protestas de los paisanos de Malala alrededor de su colegio y las portadas de los diarios paquistaníes, la depositaron en el hospital Reina Isabel de Birmingham, en el Reino Unido, para iniciar una recuperación. Allí llegó en coma inducido. Su padre diría más tarde que nunca pensó volver a verla con vida tras enterarse del atentado.

Una cirugía reconstructiva, que incluyó la implantación de una placa de titanio y un dispositivo auditivo, recuperó las facciones de la chica de 16 años. Hoy apenas se le nota un poco más hinchado el lado izquierdo de la cara. Pero el habla, los gestos, las muecas son de total normalidad. Malala abandonó el hospital el 4 de enero de 2013 y de inmediato regresó a las clases en una escuela secundaria en Inglaterra. Comenzaba también su salto a la fama y su peregrinaje en nombre de la educación.

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