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En los zapatos del ministro Astori

El ajuste al final pasa la cuenta política a un ministro al que se vienen definiciones electorales de porte mayor
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21 de enero de 2017 a las 05:00
La presidenta de ANCAP, Martha Jara, se puso al borde del sincericidio al confesar que la nafta cara se debe al agujero que dejó el gobierno anterior en la petrolera estatal. Lo dijo antes de viajar a la Antártida y dejó a medio mundo caliente, pero está haciendo lo que debe.

Estamos en una economía en ajuste y el gobierno trata de marear para que transcurra sin darnos cuentita. Aquellas promesas de que no habría más impuestos quedaron en el olvido debido al tamaño del rojo en las cuentas legadas por José Mujica. El actual ministro, Danilo Astori, era su vicepresidente y sus hombres estuvieron al frente de un equipo económico que Mujica logró en parte neutralizar, aunque esta visión es controvertible y quizá también indulgente.

Astori va de armadura, en la primera fila del muro de escudos, abollado por los del frente y presionado por los suyos desde atrás. El ministro gestiona el achique posible y no el deseable de las cuentas públicas. Bajar el gasto es políticamente imposible para una izquierda que ve tabúes en la reducción de funcionarios estatales o la eliminación lisa y llana de actividades deficitarias. El cierre de la fábrica de perfumes, repelentes y caña de ANCAP es toda una hazaña en ese sentido y ojalá siguiera con otras áreas deficitarias y llenas de empleados sin ocupación.

¡Achicar el Estado ya!, reclama la oposición, muchos de cuyos dirigentes apoyaron la restauración y preservación de prescindibles servicios públicos en el modelo de salida para la crisis de 2002. Para el elefante no hubo coca light y hasta ahora tampoco receta alguna para poner al Estado batllista a dieta.

La tijera es enemiga del Frente Amplio así como el cordón que cierra la bolsa del presupuesto. Es ideológicamente imposible que la izquierda resigne la posibilidad de expandir el gasto en algunas áreas como la educación, algo necesario si estuviese atado a resultados que no aparecen. Muchos merecen, pero no hay, una respuesta no válida para la coalición gobernante. Todos merecemos rutas mejores, pero tampoco hay; los privados tampoco aparecen.

Así las cosas, el equilibrio de las cuentas públicas depende básicamente del aumento de los ingresos por la vía de los impuestos. Y esto es explícito. En el caso de los adicionales del IRPF que rigen desde enero –que el gobierno ni siquiera promete bajarlos hacia las elecciones– el objetivo es bajar un punto el déficit.

El objetivo es llegar al último año con un desequilibrio de 2,5%, un logro considerable para una estrategia gradual que descansa en el descontento de la clase media, víctima de recortes aún en las compras por internet.

El control de las variables macroeconómicas principales que permiten una inflación controlada y un crecimiento moderado y sostenido con tendencia a mejorar el equilibrio fiscal parece un mapa de ruta asequible.

Pero el ajuste no es neutro y transfiere costos políticos a un ministro al que se le vienen pronto definiciones electorales de porte mayor, ya sea de su propia candidatura presidencial o su apoyo a otras.

En estos tiempos, los zapatos de Astori aprietan.

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