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Expedición por Mendoza: el cuerpo al límite

Objetivo: llegar a la cumbre del cerro El Plata, con una altitud de 5.968 metros sobre el nivel del mar
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15 de abril de 2017 a las 05:00

Detener el tiempo, mirar desde lo más alto, sentir el frío en la cara, escuchar el silencio mientras el corazón late y los pulmones buscan llenarse de aire en medio de la agitación producida por el más mínimo movimiento. Vivir la montaña. Elevarse.

Texto y fotos Paola Nande

Varios meses nos llevó armar la logística de la primera experiencia de montañismo fuera de lo que son las carreras de montaña, disciplina a la que nos dedicamos hace tiempo con algunos compañeros del grupo Hermanos de la Montaña. Había equipo y muchas ganas, pero faltaba una persona experimentada que nos guiara a la próxima meta, fue así que acudí a mi amigo Jean Paul, montañista de alma y gran conocedor de la zona, quien no dudó un segundo en ser nuestro guía.

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El 10 de noviembre a la 1:30 am nos encontrábamos todo el grupo (Caroteno, Martín, Jx, Jean Paul y yo), partiendo desde la puerta de casa con la camioneta a tope, un par de tartas de jamón y queso, y varios litros de agua para el mate. Así, sin parar, encaramos esos 1.500 km y 18 horas de viaje hasta Mendoza, donde nos alojaríamos en un hotel de la zona, para hacer las compras necesarias antes de emprender la subida a la montaña. Al llegar, y luego de haber descansado del largo viaje, nos levantamos, desayunamos y fuimos directamente a alquilar algunos de los equipos que nos faltaban: botas, crampones, camperones de pluma y carpas. Hicimos un surtido de comida un poco extraño, entre la ansiedad y que éramos cinco personas haciendo las compras, lo único que teníamos claro era la cantidad de vino necesaria para los días en el refugio. Finalmente, luego de las vueltas, emprendimos el viaje hacia San Bernardo, ubicado en Vallecitos (a 80 km de la Mendoza) y a 2.700 m s.n.m. de altura. En cuestión de segundos nos sentíamos como en casa. Esa misma noche, entre una picadita y algunos vinos, comenzamos a "aclimatar".

A la mañana siguiente nos preparamos para hacer un pequeño trekking de tres horas y media en la zona, la idea también era seguir tomando altura para empezar a reconocer nuestros cuerpos. El sol brillaba con toda su fuerza y, entre charlas y fotos, llegamos a la cima de cerro Arenales, a 3.200 m s.n.m. En el refugio vibraba la misma energía, uruguayos, argentinos, chilenos y europeos, todos con las mismas inquietudes, algunos muy experimentados y otros (como nosotros) más novatos. Entre mates, meriendas y algún café, las charlas eran ideales para escuchar y aprender. En la tarde nos dedicamos a armar el equipo para encarar la montaña, preparamos la comida de marcha de cada uno y en cuestión de unas horas teníamos todo pronto para el día siguiente.

Día 1

Con mucha ansiedad nos levantamos y desayunamos, ya estaba todo listo, y entre nosotros nos ayudamos a colocarnos las mochilas que estaban realmente muy pesadas. Mochila grande en la espalda, y "mochila de ataque" adelante, donde yo llevaba la comida de marcha, el agua, las cámaras y baterías. Unos 30 kilos de inestabilidad total.

Durante los primeros metros las sensaciones no eran más que "una mochila pesada" y una leve fatiga, pero a medida que ascendíamos, esos kilos en la espalda se hacían sentir. Hicimos una parada en la primera cuarta parte del camino. Nos apartamos apenas del trillo y nos acomodamos en algunas rocas sobre la pendiente. Comimos, tomamos agua, descansamos un poco la espalda y seguimos. El día estaba precioso, no hacía frío y hasta por momentos sentíamos calor, pero las sensaciones térmicas variaban según el lugar en el que anduviéramos. Las primeras ráfagas de viento bajaban en remolino desde la montaña, era increíble verlas pasar.

Luego de cuatro horas y media de trekking llegamos a nuestro segundo hogar, Piedra Grande, a 3.600 m s.n.m. Nos quitamos las mochilas, y caminamos para aflojar un poco, el lugar era un paraíso inmenso. La primera meta estaba cumplida, y los cinco nos sentíamos superbien, solo con cansancio por el peso del equipo, que no había manera de acomodar.

Armamos las carpas dentro de las pircas y dejamos todo pronto. Sobre las 17:30 hicimos un almuerzo, ya estaba más fresco, así que nos atrincheramos en la carpa más grande. Sin duda, lo que menos teníamos era confort, aunque la carpa era para tres personas, dormían cómodas dos y en ese momento éramos cinco, así que después de un rato de reírnos, y buscar la mejor manera de acomodarnos, salimos despedidos del interior a estirar las piernas y caminar un rato, todo con un leve dolor de cabeza que ya comenzaba a hacerse notar. El sol se iba y el frío se sentía más, así que sobre las 20:30 horas nos acostamos, estábamos bastante cansados y sin problema logramos dormir escuchando el viento soplar.

Día 2

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A las 6:30 am nos despertamos, desayunamos e hicimos un mate. El sol de a poco iba subiendo, así que nos paramos de frente a él para recibir calor y mimar el cuerpo. A las 9:30 nos encontrábamos listos para iniciar la segunda etapa de trekking. Aunque los cuerpos estaban "descansados", no tardaron en recordar el dolor que producía el peso de las mochilas, así que automáticamente al colgarlas, se activaron todas las molestias. La segunda etapa fue más dolorosa que la primera, parábamos con más frecuencia con períodos cortos de dos minutos para levantar las mochilas, reafirmarlas y estirar la espalda.

Asombrada de nuestra fortaleza, me miraba y los miraba a ellos, y pensaba qué increíble que es la vida y amar este tipo de disciplinas; llevar el cuerpo al extremo buscando romper los límites. Esos son los momentos donde aflora lo mejor y lo peor de cada uno, las situaciones en las que nos encontramos hacen que el grupo se vuelva más fuerte, o por el contrario, un eslabón puede debilitarlo todo. Estar atento a tus compañeros, preguntarles cómo vienen, si comieron o tomaron agua, detener la marcha cuando alguno lo necesita o decir un simple "no aflojes, vamos hasta aquella piedra y paramos", son los puntos claves para llegar al éxito en una expedición.

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A medida que avanzábamos, Jean Paul nos hablaba del camino, de lo que se venía, y de la mejor manera de encararlo. Era su octava vez en Vallecitos, Cordón del Plata y algunas cumbres. Tenía bien conocido el lugar y muy claro cómo debíamos actuar frente a determinadas situaciones. Se manejaba con un temple admirable, daba gusto escucharlo hablar y aprender. Seguíamos avanzando "a uno" —realmente el nombre hace honor al paso— debido a la lentitud con la que nos movíamos. Es imposible ir rápido, ahí no existe la velocidad humana, solo el viento, las nubes, el agua y los animales que conocen cómo es moverse rápido a estas alturas.

Nuestro próximo campamento era el Salto, nombre que se le da por un gran salto de agua en la zona. Antes debíamos atravesar un filo de montaña llamado "el infiernillo", del cual ya nos habían hablado en el campamento anterior, pero había llegado el momento de encararlo con algunas ráfagas de viento. De todas las pendientes, esta era la más técnica, la tierra estaba muy seca y resbalábamos con facilidad. Teníamos que ser muy conscientes de cada pisada y estar muy atentos a las ráfagas de viento. Cuando se aproximaban, afirmábamos los bastones, bajábamos la cabeza y levemente nos encorvábamos esperando a que pasara. En cuestión de 200 m se acabó "el infiernillo", nos quedaba una última subida hasta llegar a nuestro segundo hogar, a 4.300 m s.n.m. Ni bien llegamos dejamos las mochilas y nos abrazamos fuertemente, habíamos logrado una gran meta y en excelentes condiciones físicas. A esa altura, ya nos sentíamos realizados.

Armamos las carpas a la velocidad que nos permitían el cuerpo y la mente. Nuevamente nos acomodamos en la carpa como un tetris, tomamos una sopa y acto seguido, un mate. Luego de una charla extendida y un descanso reparador salimos de nuestras carpas simplemente para seguir con la charla afuera, hasta que sobre las 20:30 volvimos a acostarnos. Con el frio y el viento no quedaba otra que resguardarse en las carpas. Hablamos sobre nuestras sensaciones como manera de aflojarnos y relajarnos, la altura estaba haciendo "su trabajo" y había que exteriorizarlo. Escribí durante un rato, apague la linterna y me acosté.

Día 3

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Desayunamos y salimos a hacer un trekking hasta el siguiente campamento, La Hoyada, a 4.700 m s.n.m. A mitad de camino paré, ya no quería seguir, así que con Martín nos quedamos en el lugar observando cómo el resto del equipo se alejaba.

A su regreso, y por decisión unánime, decidimos emprender el descenso. Nuestra primera experiencia de montañismo había sido más que satisfactoria. Comenzamos a levantar el campamento y en cuestión de seis horas llegamos nuevamente al refugio San Bernardo, nos dimos un baño caliente y nos reunimos en la sala principal a compartir y reflexionar sobre la experiencia vivida. Una vez más agradecidos de tener la capacidad física y mental para llevar a cabo este tipo de desafíos, siempre con prevención y respeto a la montaña. En tanto, nuevos desafíos se vienen para el 2017.

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