Economía y Empresas > ANÁLISIS/ EDUARDO BLASINA

Exportaciones crecen, pero ¿salen de la meseta?

El día que exportar genere fervor popular se instalará una lógica que cambiará todo
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07 de enero de 2018 a las 05:00
Podrá ser un criterio mercantilista, pero no hay dato más festejable en economía que el aumento en las exportaciones. Si China se ha vuelto el gigante que ha sacado de la pobreza a cientos de millones, es por su fuerza exportadora. Si Corea del Sur es un ejemplo de éxito es porque tiene sus Samsung y sus Hyundai, si EEUU es una potencia es porque usamos su software y miramos sus filmes, y tantas cosas más. La esperanza de Uruguay está puesta en que pueda llegar a todo el mundo con sus bienes y servicios. Y que el turismo siga creciendo. No hay mejor manera de exportar que darle un rico asado a un visitante del exterior que viene a buscarlo aquí. Buena parte del empuje de Uruguay en los últimos 15 años deriva de que su capacidad de exportar se ha multiplicado a pesar de todas las dificultades que los exportadores han enfrentado.

Que Uruguay logre una suba de exportación en un año en que el dólar bajó punta a punta y por lo tanto generó un persistente viento en contra para los exportadores es una muestra de fortaleza esperanzadora.

Las exportaciones crecieron a pesar del colapso de quien fuera nuestro principal comprador de quesos (Venezuela), a pesar de que Brasil compró menos leche en polvo y arroz que el año anterior y a pesar de que el comercio con Argentina sigue siendo relativamente menor tomando en cuenta su cercanía y su tamaño. Hay aquí ya una pista que debería ponernos en alerta a pesar del crecimiento: los vecinos del oeste son cada vez más competitivos y sienten que en el gobierno tienen un aliado. Exportarán cada vez más carne, siguen exportando trigo mientras Uruguay ya no lo logra, y van bajando año tras año los impuestos a la soja que trajeron a centenas de inversores a estas tierras en la década pasada.

En el crecimiento hay algunos factores que pueden ser estructurales. Allí está China que sigue ganando protagonismo. Con la ventaja de que tiene muchos menos vaivenes que Brasil, el otro gran socio comercial. Mientras tengamos el producto con la calidad que ellos pretenden, el mercado está. Por ejemplo en soja, donde en 2017 Uruguay colocó US$ 400 millones más que en el año anterior. También fue récord en compras de carne, y creció fuerte como comprador de madera, el tercer rubro en importancia y que se multiplicó por 10 respecto a las compras que había hecho en 2016. Es un comprador sin techo. Y Uruguay parece haber acertado en aprobar protocolos para soja y carne que garantizan la fluidez de las colocaciones y el posicionamiento de los productos.

Se convirtió en el gran complemento a Brasil en las exportaciones de carne ovina. Falta abrir un callejón más firme en las compras de lácteos para cerrar una revolución para el agro uruguayo que abarque los tres grandes sectores: ganadería, agricultura, forestación.

Crecen las exportaciones a México, donde hay avances en el libre comercio y en el acceso de los productos, hay avances en Turquía, el gran comprador de ganado en pie que asegura la estabilidad de los sistemas criadores y también en Perú, que viene aumentando cada vez más las compras de arroz Tacuarí.

Se mantiene una proporción importante de ventas que salen por la zona franca, donde por un lado cabe lamentar la pérdida de ingresos fiscales pero por otro reconocer que hay todo un sector de celulosa que saca más de US$ 1.000 millones cada año que no estaba hace 10 años y no estaría sin esas condiciones especiales.

El crecimiento tiene un componente azaroso importante. Los exportadores están lejos de la euforia, apostando a resistir más que a dar saltos cualitativos. El dólar en baja es una señal que llama a la precaución. Uruguay XXI proyecta que las exportaciones queden casi iguales este año –un crecimiento de menos de 2%–.

Un acuerdo con Chile y la Unión Europea podría permitirnos soñar con llegar a los US$ 10.000 millones en 2019 y estabilizar esa cifra como un piso debería ser de consenso de todos los partidos políticos, empresarios, obreros y estudiantes, unidos y adelante.

Pero en 2018 será difícil volver a crecer. Es poco probable que soja, carne, trigo, cebada y arroz puedan aumentar su facturación externa.

Deberían pasar una de tres posibilidades para que el crecimiento se prolongue. Que se repitan condiciones ideales para los cultivos y la ganadería, o que se dé una suba de precios internacionales sorpresiva, que no aparece hoy en ningún análisis o finalmente que llegue una señal contundente del Estado que promueva a los exportadores, llámese tipo de cambio, precios de la energía, acuerdos de libre comercio, o apoyos sectorizados. Si lo anterior no sucede será difícil salir de la meseta en la que están las exportaciones de Uruguay en esta década. Una meseta que interrumpió un crecimiento que más que duplicó las exportaciones en la primera década de este siglo.

Los datos muestran una vez más las dificultades que el país tiene para agregar valor con trabajo nacional. Que crezcan las exportaciones de soja o ganado en pie es bueno para dar una señal a los criadores que producirán cada vez más terneros o para permitir que la agricultura persista, pero los dramas del sector lechero también muestran que las empresas que no exportan leche en polvo y apuestan a productos de más valor agregado están en una situación harto complicada.

El día que exportar genere el mismo fervor que clasificar a un mundial y sea visto de la misma manera, el orgullo de la celeste en una cancha de fútbol o en una góndola, quedará instalado tal vez una nueva lógica que cambiaría desde las relaciones laborales a aspectos de política económica que nos permitan soñar en grande, cruzar los US$ 10.000 millones y seguir más allá, avanzar sin tantos titubeos en acuerdos de libre comercio y generar empleos en forma persistentes cuyas remuneraciones sean pagadas por los consumidores de los barrios más remotos, de Colombes, Pekín y Ámsterdam.

Uruguay ha ganado en reconocimiento internacional. Tiene un sector empresarial que ha resistido exportando a dos años seguidos de baja del dólar e inflación alta. Algunas empresas quedaron por el camino y otras están contra las cuerdas. Apenas el sector exportador reciba un guiño de estímulo del gobierno, una palabra y acciones de aliento, cruzará los US$ 10.000 millones por año y seguirá de largo. O de lo contrario crecerá con suerte al 1,5% pronosticado oficialmente.

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