Estilo de vida > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Gran literatura aún invisible

La original obra de Francisco Umbral es casi desconocida en Iberoamérica
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23 de junio de 2018 a las 05:00
Se cumplen 50 años de la publicación de Lorca, poeta maldito (1968); 40 años de la aparición de Ramón y las vanguardias (1978); 30 años de la edición de Nada en el domingo (1988); y 20 años de la publicación de Historias de amor y Viagra (1998). Todos ellos son libros de alta originalidad de mirada y escritura, de esos que dejan huellas en la imaginación del lector. Imposible olvidarlos. Eso queda para el 90% de los restantes libros que por placer o por obligación leemos en esta vida. El autor de todos esos libros es el mismo: Francisco Umbral (1932-2007). Supongo que la mayoría de ustedes no lo conoce y nunca lo ha leído. No saben lo que se pierden. Claro, sus libros no son fáciles de encontrar, por más que su genial autor haya ganado hace 18 años el premio Cervantes, principal galardón literario de nuestra lengua. Tan injusto es el paso del tiempo con algunos escritores.

Aunque, a decir verdad, sería mucho peor que Umbral fuera una escritor aún reconocido, pero su obra hubiese perdido vigencia, tal como ha pasado, con tantos, infinidad de autores que tuvieron en vida su momento de reconocimiento, fama y aceptación, pero sus obras envejecieron de la peor manera, incapaces de pasar de una época a otra. Además de autor de libros, Umbral fue un genial columnista de diarios y revistas, posiblemente el mejor del castellano de ambas orillas del Atlántico. Quien hoy lee a los columnistas de diarios españoles, como El Mundo, El País, ABC o La Vanguardia, encuentra el estilo Umbral en quienes son descendientes suyos. Incluso, diría que los mejores columnistas son aquellos que descienden del "árbol genealógico Umbral", cultores de una prosa poética y barroca, mordaz y ácida, inteligente y enemiga de la corrección política.

Francisco Umbral, ganador del premio Cervantes en 2000, sigue siendo prácticamente desconocido en Iberoamérica. Un colmo difícil de aceptar y aun más de explicar. En ocasión del premio creo haber sido el único en Uruguay en escribir un extenso artículo en este diario sobre una obra más que merecedora de tan importante distinción. Lo mismo que en el resto de América Latina, la obra de Umbral era y es poco conocida, y menos aun leída, lo cual parece una blasfemia al buen sentido estético, considerando que la obra de Umbral es en general notable, distinguida por un estilo único, por una originalidad avasallante que destaca los mejores momentos del escritor, sobre todo cuando se olvida de la historia y de la política y solo hace literatura, exquisita manera de ordenar las palabras.

Umbral fue, políticamente, una figura camaleónica, y quizá esta necesidad de no querer quedarse todo el tiempo en lo mismo otorgó a su literatura una nada superflua condición de originalidad, ese tipo de originalidad que llega tanto por haber sido buscada como por talento innato del escritor. Fue uno de los mejores prosistas de la lengua del siglo pasado, autor de miles de artículos periodísticos y de una gran diversidad de libros. Decir, tal como todavía se dice, que fue un "articulista", resulta por lo tanto insultantemente inexacto.

Francisco Umbral fue "un escritor de diarios", uno de esos con los cuales se podía aprender, por más que estuviera obsesionado con repetirse a sí mismo, todos los días de lunes a viernes en la última página del diario El Mundo de Madrid, espacio preferencial que ocupó durante los últimos 17 años de su vida y en el cual su prosa fue enemiga acérrima de las sandeces varias del mundo actual, arremetiendo contra las frivolidades tan de moda, porque el buen periodismo, como la buena literatura, no puede permitir la entrada en sus páginas de banalidades y menos de aquellas que quieren pasar por tics seudo inteligentes, detalle muy propio de nuestra tan tonta época.

Cinco veces por semana, Umbral recordaba a sus constantes lectores, de acuerdo a los temas que elegía y al encare que les daba, que en el mundo había noticias más importantes que las económicas, políticas y deportivas. Así pues, en tiempos frívolos, cuando el periodismo de habla hispana vive una crisis de talento y de rigor de escritura, y además carece de seducción, porque faltan los estilistas, Umbral fue un personaje anacrónico que ponía los acentos en el lugar correcto, haciendo pensar a los lectores a partir del lenguaje.

El lenguaje, justamente, fue el maestro principal de Umbral, como también lo es de todos aquellos que se animen a cruzar la línea divisoria entre periodismo y literatura, la que, por cierto, en el gran periodismo es inexistente, tal cual Umbral lo demostró por tanto tiempo, con altos y bajos de originalidad, pues esto de escribir todos los días no es fácil aunque sea siempre estimulante.

Umbral fue un grafómano que le entró a todos los géneros, por más que aquel que mejor lo inmortalizó como escritor fue el ensayo, en sus versiones periodística y literaria. También escribió una novela excelente y cuyo nombre proviene de un verso de Pedro Salinas: Mortal y rosa. En esa obra emocionalmente demoledora, relata la muerte de su único hijo de 6 años, víctima de leucemia. Mortal y rosa es una de las tres mejores españolas de los últimos 70 años, junto a Volverás a Región, de Juan Benet, y Reivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo.

Más allá de haber logrado una novela que como en pocas la poesía y la prosa se funden sin complejos de inferioridad, Umbral fue por sobre todo un gran ensayista. Su fulgor sintáctico se consagra en la prosa de ideas, ya en forma anecdótica o de opinión, sobre todo en la primera. Su prosa es un bisturí que corta con precisión de relojero suizo, tirando piedras para todos lados, mejor dicho, diciendo con las piedras que tiraba, "en esa dirección hay que mirar".

Como los grandes escritores de diarios, Umbral era más grande y original cuando hablaba solamente de él, de su mundo, de sus observaciones, de sus anécdotas, de sus odios y amores (principalmente de sus amores), de todo lo que junto o por separado hace a la vida. Y de esta, de la vida moderna, habló como pocos, pues eso fue lo que se propuso hacer desde que dejó de ser un aprendiz de provincia: hablar solo de él, pues haciéndolo también podía hablar de su época y de la historia que por alguna razón vivió o leyó, y que tan bien supo recrear. Los cuatro libros mencionados al comienzo de esta nota son buenos ejemplos al respecto.

Algo raro ocurrió en los últimos años de su vida al tomar conciencia que el deterioro físico era irreversible luego que le extirparan parte del colon. Su enfermedad se convirtió en uno de los principales temas de reflexión, agregándole profundidad a su mirada, de por sí incisiva. La conciencia de vulnerabilidad, además de otorgarle a la escritura una intensidad cuestionadora de cualquier tipo de certeza, le agregó mayor libertad a su estilo, una libertad, claro está, basada como siempre en el rigor. En la prosa periodística, solo el inglés William Hazlitt alcanzó esa lucidez aguda y llena de epifanías, cuando en magazines londinenses del siglo XIX relataba las vicisitudes de su cáncer de estómago.
Hablando de la fragilidad de la vida, Umbral hizo poesía y filosofía en el lugar donde menos se hace hoy en día, en el periodismo escrito, y solo por eso deberíamos estarle agradecido, pero antes se lo agradece la literatura con su canon, pues las columnas de Umbral, sus mejores columnas, son literatura sin fecha de vencimiento, poesía para las masas cultas, aunque hoy en día estas sean la inmensa minoría. Tal vez por eso ninguna casa editorial madrileña o latinoamericana se ha lanzado a la obligatoria aventura de publicar la obra completa del escritor que marcó un camino y dijo con la acción de su pluma que la gran literatura, sea de libros o de diarios, no está hecha de ideas, sino de palabras escritas contra la corriente y las modas.

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