Sebastián Auyanet

Sebastián Auyanet

Shuffle

José González: nueve años después

Sobre aquella vez que el compositor sueco más argentino pasó por la Sala Zitarrosa, durante un otoño igual de frío que este. Y de cómo su forma de hacer canciones es, a su modo, única en su estilo.
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06 de mayo de 2016 a las 00:00

Lester Bangs, el santo patrono de los críticos y periodistas musicales en la era del rock y la música pop en general, avisa en un texto fechado en algún momento de los años 70: este oficio tiene algunas cosas relativamente malas –que mucha gente piense y comente que quien lo ejerce es un idiota pomposo, por ejemplo- y de las otras (discos gratis, acceder a conciertos, estar cerca de las “estrellas” y su entorno, etcétera).

En el año 2007 yo llevaba un año -el primero de mi carrera- haciendo entrevistas a músicos y reseñas de discos en la revista Sábado Show de El País y a principios de ese año había logrado ir al hoy archiconocido festival de Coachella junto con unos amigos que me recibieron para cruzar en Tijuana, México. En ese entonces, la galaxia blogspot podía poner en contacto a cualquiera que diera con el sitio correcto con links piratas a música lejana y hasta entonces inaccesible por otras vías para un uruguayo. Pensar en la posibilidad de que algunos de esos artistas que por entonces descargábamos -Arctic Monkeys, LCD Soundsystem, The Decemberists, Arcade Fire, Amy Winehouse o The Rapture- pasaran siquiera cerca de Montevideo era ridículo, y por eso intenté verlos en vivo. El mundo de la música indie anglosajona, ese que estaba dominando el pop mundial y ese con el que yo más me identificaba a nivel de gustos, era lejano a nosotros en todo sentido. O al menos eso pensaba yo en ese entonces.

Por eso junté dinero y me aproveché de unos amigos tijuanenses que me ofrecieron techo, paseos y cruce de frontera en coche hacia California, donde era el festival. Ahí, en medio de toda esa marea de rock bailable, electropop y otras cosas que definían ese enorme paraguas que pasó a ser el indie en su apogeo, pude escuchar un rato a José González, un sueco de padres argentinos que hacía la única música que conectaba de algún modo con el lugar del que yo venía, valiéndose de una guitarra española y no mucho más que esas referencias que, a pesar de su ciudadanía, conectaban en algún punto con las mías. Ver una resignificación tal del toque de guitarra criolla y del canto y lo bien que podía funcionar en esa cancha, la de los artistas del momento, me dio cierta satisfacción. Pese a su lejanía geográfica, González se estaba abriendo paso en un mundo de la música pop que pedía otra cosa, quizá algo que tuviera un poco más que ver con lo que escuchábamos en el sur. González era sueco, sí, pero era más mío que de la chica de Estocolmo que acampaba en el predio de Coachella al lado de donde estábamos nosotros.

González llegó alli con dos discos bajo el brazo: Veneer, la piedra fundamental de su particular estilo cantautoril, por entonces aún en proceso de gestación, e In our nature, que profundiza en esa base indie, íntima, invernal y -sí- criolla. Yo había conocido su música por otro lado, a través de un disco del dúo electrónico británico Zero 7 que cayó en mi escritorio en un envío aleatorio del sello Warner, típico de esa época en la que los sellos multinacionales enviaban discos a montones a los medios. Ese disco se llama The Garden, y en él se readaptan canciones suyas de Veneer, además de contar como vocalista invitada a una por entonces desconocida Sia.

Volví a una Montevideo otoñal, helada y bien diferente de ese desierto lleno de música nueva en el que viví tres días. Pero pocas semanas después se anunció el Montevideo Folk, un encuentro de cuatro horas y dos conciertos: Juana Molina y, para mi sorpresa, José González, quien venía de la mano de Juana, con su tímido español en vías de desarrollo y su guitarra. El destino y no recuerdo bien qué movida del medio en que trabajaba logró que yo accediera a la ubicación central de la primera fila del concierto. Eso quiere decir que tuve, casi que para mí solo, a Juana Molina y al mismísimo José González en el mejor lugar de la sala. Ese texto de Bangs resonó como nunca en mi cabeza esa noche en la que yo empezaba a descubrir más conexiones entre la región del mundo en que vivo y el resto del universo al que me interesaba acceder.

Pero este texto no va de eso, sino de intentar contar qué se ve cuando se ve a José González, que vuelve el 11 de mayo a esta ciudad. Verlo tocar de cerca permite percibir mucho más allá de la citada influencia criolla -y si se quiere, con cosas de la Nueva Trova cubana- tamizada por un registro vocal personal como pocos y un uso del minimalismo sonoro exquisito. En vivo, además, González ejecuta su instrumento de tal forma que parece tocar más de una guitarra, y su uso de lo que sea que tenga a disposición –un micrófono en el piso, por ejemplo- sirve para terminar de vestir a la canción en vivo y marcar su propio tempo. Lo particular de su identidad sonora, además, es que en otros proyectos más amplificados –como los mencionados Zero 7 o su experimental banda Junip que puede ver en vivo clickeando aquí- su voz y estilo calzan perfecto, lo que comprueba que, además de único, su registro es particularmente adaptable.

Más allá de ser un gran ejecutor de guitarra clásica y de tener un talento para sacarle sonidos poco comunes, González maneja el arte del registro vocal bajo, por momentos al filo del susurro, y sus versos encierran un doble manejo de la ternura y la oscuridad que pocos pueden ejercer. La redención es uno de los temas más asociados a su trabajo, ya que Crosses sigue siendo aún hoy una de sus canciones más populares e ilustrativas de su estilo.

González, que hoy puede definirse como un trovador moderno, cómodo en el minimalismo y la austeridad en los recursos de cada canción, es un experto en aprovecharse de todas las opciones que el género en que se mueve le permite. Pasaron ocho años entre su segundo disco y el tercero, Vestiges & Claws (2015) y, sin embargo, no ha añadido mayores cambios a su música, quizá convencido de que a su paleta de recursos aún le quedan varios tonos por aprovechar y más cosas para contar desde ese lugar. Todo esto -lo puedo asegurar desde aquel concierto en la Zitarrosa- se aprercia mucho mejor en vivo, donde el efecto es más tangible. Casi diez años después, puedo asegurar que la oportunidad de ver a un compositor de este tipo es demasiado buena como para dejarla pasar.

José González en La Trastienda. El 11 de mayo, a las 21. Entradas desde $ 1.460. Artista invitada: Florencia Núñez.

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