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La Fiesta de la Candelaria

Un centenar de conjuntos folclóricos típicos del altiplano bailan año tras año para venerar a la virgen que llegó de las islas Canarias en los días de la conquista. Signada por el sincretismo religioso y la devoción, la celebración popular más grande de Perú fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco
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14 de abril de 2016 a las 05:00

[Texto y fotos Guido Piotrkowski]
@Pietroviajero

"Nuestra virgen es muy milagrosa" fue lo primero que me dijo Henry, quien sería mi guía en Puno durante los próximos días. La Virgen es la Candelaria, patrona de esta ciudad que balconea sobre el mítico lago Titicaca, al sur de Perú y a 3850 metros de altura. Y el diablo, que podría ser su antítesis, es aquí uno de sus mejores aliados, uno de los personajes destacados de la Fiesta de la Virgen de la Candelaria, la celebración popular más grande de Perú.

Bajé del Andean Explorer, el tren en el que llegué desde Cusco, extenuado por las diez horas del viaje, más los efectos colaterales de la altura. Saludé a Henry, que me esperaba en el andén, le encargué mis cosas y corrí embalado a la calle, desesperado por ver. La celebración arrancaba al otro día, pero Puno ya estaba de fiesta.

La Candelaria y sus versiones

Llovía. Pero a músicos y bailarines parecía importarles poco y nada el agua que caía. Y era solo un ensayo, el desfile oficial vendría al día siguiente. Los que iban con el traje de diablo eran los más animados, como si esa máscara del demonio los dotara de una impunidad que el resto de los bailarines no tuviese permitida. Los indios quechuas y aimaras, nativos del altiplano, conocieron a Lucifer con la llegada del conquistador, que con sus creencias trajo la idea del cielo y el infierno, y el diablo pasó a representar la lucha entre el bien y el mal. Se podría decir entonces, que a partir del encuentro con el demonio comenzó este entrevero de usos y costumbres que es la fiesta actual, una expresión más de las tantas que subsisten en el vasto sincretismo latinoamericano.

Hay que bucear bien hondo y escuchar varias campanas para encontrar los orígenes de la Fiesta de la Candelaria y comprenderla tal como es hoy. Son tantos y tan variados los relatos en relación a la virgen y la fiesta que no es posible establecer una verdad absoluta. El antecedente más remoto se puede rastrear en los ritos de las poblaciones rurales, quienes bailaban para pedir por las lluvias, para agradecer las cosechas. "Nuestra población ha estado triste porque no hubo muchas lluvias", me dijo Henry, cuando volví jadeando de aquella fugaz incursión al ensayo que pasaba por ahí. "Desde el tren has visto que el altiplano está seco y nuestras montañas suelen estar completamente verdes a esta altura. Pero desde el día 2 que salió la virgen, curiosamente empezó la lluvia". La fiesta comienza oficialmente el 2 de febrero con una procesión que parte desde el santuario en la iglesia de San Juan Bautista y la virgen es llevada en andas por las principales calles de la ciudad. Al mismo tiempo, se realiza el concurso de Danzas Autóctonas, en el que participan conjuntos que vienen de los pueblos de alrededor y practican sus danzas rituales, aquellas que no se ven en ningún otro lado, las mismas que practicaban los antiguos pobladores.

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"Cuando vinieron los primeros mestizos en la época de la colonia, vieron que la gente de la zona rural bailaba en sus campos. Era un forma de dar gracias a la Pachamama por los frutos que tenían", explicaba Henry, "Incluso, bailaban al costado de sus campos de cultivo".

Se cuenta que a inicios del siglo XV, en las islas Canarias (España), dos pastores encontraron a orillas del mar la imagen de una mujer con un niño en brazos. Esa aparición vino acompañada de unos milagros y así fue que comenzaron a rendirle culto. Esa fue la imagen de la virgen que llegaría al continente americano de la mano de los colonizadores. Como los indígenas tenían prohibidos sus rituales, que eran mal vistos por los españoles, materializaron la imagen de la Pachamama en la virgen.

Los conquistadores —que eran crueles pero no tontos— vistieron a las vírgenes con unas capas enormes, triangulares, que se asemejan a los apus (deidades primordiales en la cosmovisión andina), para utilizarlas como elemento evangelizador.

Una visión común sostiene que la fiesta fue propiciada por la Iglesia para dominar a los indígenas, ya que su panteísmo era un obstáculo para la imposición de la religión católica. Se les prohibían las ceremonias, derribaban sus ídolos y se los castigaba con azotes y corte del cabello. Pero ante la tenaz persistencia de los pobladores originarios, se dispuso llevar las danzas a las capillas, para que no se practicaran en los campos y las montañas. Algunas versiones aseveran que el sincretismo hizo que se fijara la celebración en los primeros días del año, porque era en esas fechas que los pobladores rendían culto a la Pachamama. Y así se instauró el 2 de febrero como el día principal de la Virgen de la Candelaria.

Volver a los orígenes

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Era cerca de la medianoche del sábado y por la calle peatonal Lima, varias agrupaciones seguían desfilando a pesar de la persistente lluvia. El pasacalles, como le dicen por aquí a la procesión callejera, era el último ensayo. Algunos bailarines iban vestidos con sus trajes de luces, esos atuendos barrocos y coloridos adornados con lentejuelas brillantes, que habían utilizado el año anterior. Es regla —no escrita— estrenar un traje a cada año. Y el día del estreno sería el domingo en el estadio.

Cuando la lluvia se volvió más intensa, me refugié en el restaurante Colors, donde conocí a Luisa Arenas, una joven limeña, cuya madre es de Puno y su padre de Arequipa. Luisa pasó buena parte de su niñez en esta ciudad a orillas del Titicaca y desde hace unos años vuelve para esta fecha en busca de sus raíces. "No me gustaba para nada esta música, la rechazaba, pero son mis raíces", fue lo primero que dijo Luisa, sentada en un sofá con una cerveza Cusqueña en la mano. "Fui creciendo y a los 19 años vine a ver la fiesta. Llegué bastante temerosa, preguntándome qué iba pasar, cómo serían los trajes, la onda, y la verdad que las cosas fluyeron. Ahora es solo ponerme el traje y escuchar los bombos, la música, las danzas... Desde el primer año, simplemente no pude dejar de bailar". Luisa baila caporales en el conjunto San Luis Alba, que se presentó este año por primera vez; y también diablada con el conjunto folclórico Azoguini, uno de los más tradicionales.

"Para mí, y para mucha gente que baila en la Candelaria, no existe el año nuevo. Todo comienza a partir de esta fecha, es como el inicio de tu año. Vine a bailar, venerar y a disfrutar. A divertirme, conocer gente y aprender de las otras danzas y costumbres que te ofrece Puno. A venerar a la virgen, agradecerle por el año que tuve y a pedirle por un buen año".

El estadio

La mañana siguiente amaneció soleada. Unas pocas nubes, sin agua a la vista, cubrían el cielo diáfano del altiplano. El concurso en el estadio Enrique Torres Belón arrancaba a las siete de la mañana y terminaba a las siete de la tarde. Irían a desfilar cerca de cien grupos durante la extenuante jornada y muchas de esas agrupaciones, una vez terminada la presentación en el estadio, bailarían por las calles.

El Concurso de Danzas, tal como se realiza hoy, comenzó en 1957. Antes, eran solo una decena las agrupaciones que bailaban para la virgen. La presentación tiene un tiempo estipulado de 8 minutos por reglamento. La competencia, como en los torneos de fútbol, es despareja. Hay conjuntos que tienen hasta ochocientos o más bailarines, y llevan tres o cuatro bandas. Y están los más pequeños, que con mucha suerte llegan a los cincuenta integrantes. De todas maneras, unos y otros se presentan con el pecho inflado y la cabeza erguida. Mientras los danzarines ejecutan su coreografía en el campo de juego y las bandas tocan desde una tribuna ubicada en una de las esquinas, el público come y bebe hectolitros de cerveza en las gradas.

Los conjuntos grandes ocupan todo el campo de juego, mientras que a los pequeños ese espacio les queda gigante. Pero la competencia en este caso es lo de menos. Lo importante aquí es bailar para la virgen. Por devoción. Como dijo Maciela, del grupo del Centro Cultural Andino, de la vecina ciudad de Juliaca. "Vinimos con mucha devoción a participar y encomendarnos hacia ella. Es una emoción tremenda, más aun cuando pasas ante la virgen bailando. Es una sensación que nadie lo va explicar", confesaba la chica, ataviada en un típico traje de luces rojo. Devoción es, lejos, la palabra más utilizada. Tony Ramos, de la Asociación Cultural Arco Blanco de Puno, también hacía hincapié en su devoción. "Queremos respetar lo que es realmente la virgen de la Candelaria: devoción, fe. Dar nuestra cultura a todo el mundo".

Mientras los primeros nubarrones grises, espesos, amenazaban con un aguacero, Henry me contaba que los premios se los llevan generalmente las morenadas o las diabladas. "Hay dinero y cajas de cerveza, pero mas allá del dinero y del reconocimiento de ganar, lo que importa es estar. Hay un ganador de estadio, un ganador de parada y uno general", decía, mientras los nubarrones ya descargaban lluvia, y las primeras gotas se volvieron, en cuestión de minutos, un aguacero. Si un rato antes, el sol del altiplano achicharraba la piel, la tormenta trajo un frío que ahora calaba los huesos. Era alrededor de las cinco de la tarde y todavía faltaban unos quince conjuntos pasar. Los danzarines salían empapados pero felices. Nada los detenía. Nada parecía inmutarlos, sacarlos de ese trance virginal. Como a Octavio Pérez, del conjunto Rey Moreno Laykakota, quien, a pesar de estar agotado y mojado, decía: "Yo bailo hace 30 años. Es una fiesta grande, religiosa, de inmensa sublimidad. Damos todo por la virgencita de la Candelaria, por eso bailamos. Y está usted constatando que bailamos en plena lluvia. El resultado no interesa para nada, en realidad no debería ser ni siquiera un concurso".

Los bailes

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La danza de los caporales es una fusión de la saya boliviana con el tundique —un baile local— y la danza afro. Junto con la morenada y la diablada, son las que más están de moda y, por ende, las que tienen conjuntos más numerosos. La morenada fue creada por los esclavos en las minas a manera de protesta, de burla a los españoles. El traje principal es el del caporal, que sería el mandamás. Y las mujeres bailan en faldas cortas con plumas. A lo largo del tiempo fueron agregando personajes: el rey moreno, las mamachas, las chinas. Su origen es una mezcla española, peruana altiplánica y afro. En la diabladas están las diablesas, los diablos, los diablos caporales, y las chinas diablas.

Treinta años atrás, eran otras las danzas de moda, como la llamerada o la kullawada, que es la danza de las hilanderas y se baila con un carrete de hilo.

Quizá, una de las manifestaciones más típica sean los sikuris o zampoñas, un grupo de personas que tocan el sikuri acompañados por bombos, que en los últimos tiempos fueron agregando diferentes personajes, como los diablos y las cholitas.

La huaca huaca es una de las danzas más curiosas. Las mujeres bailan con doce o más polleras superpuestas. Huaca significa "vaca" en quechua y huaca huaca son "muchas vacas". La gracia es que la mujer menee fuerte sus caderas así sacude las polleras para que le lleguen hasta la cabeza.

La mayoría de estos bailes se pueden ver también en el carnaval de Oruro que, al igual que la Candelaria, fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2001. Cuando la Fiesta de la Virgen de la Candelaria ganó esa misma declaración en 2014, Bolivia puso el grito en el cielo. Acusan a los peruanos de plagiarles la celebración, algo un tanto injusto, ya que además de ser una fiesta milenaria, proviene de la misma región. En los viejos tiempos la frontera no era el Titicaca y era todo parte del Alto Perú.

Final de juego

El lunes fue el momento de la Parada y Veneración, en el que los grupos desfilan unos dos kilómetros por las calles de Puno. En algunos puntos había gradas, que estaban repletas igual que las sillas dispuestas sobre las veredas, donde no cabía un alfiler. Los danzarines demoran unas cuatro horas en llegar al final. Terminan extenuados, y muchos, también, completamente alcoholizados. "Uno baila bajo los efectos del alcohol. Se toma cerveza, mucha, y por la tarde aguardiente, pisco", aseguraba Henry, que había reservado asientos al lado de la iglesia, un lugar estratégico. La imagen de la virgen está apostada durante todo el día en el frontis y la entrada al santuario está vallada para impedir que las multitudes entren. El paso de los bailarines frente a la imagen de la Candelaria es uno de los momentos más emotivos de la procesión. Algunos se detienen y persignan desde la calle, otros piden permiso, suben las escalinatas y se arrodillan frente a la Candelaria, adornada con flores.

Por la mañana el sol puneño castigaba con dureza. En una calle lateral, lejos del epicentro de la fiesta, descansaban aquellos que terminaban de desfilar. "Bailamos con mucha fe y devoción. Empezamos a las siete y ya son las once de la mañana, cuatro horas danzando sin parar hasta que llegamos acá. Cuando tú pides algo a la virgen, se te cumple, obviamente que tienes que tener mucha fe. ¿Qué se le pide? Lo que tú quieras. Pero con fe, mucha fe. ¿Le quieres pedir esposa? ¡Te va a dar una buena esposa!", decía Rut, del conjunto Orkapata, sentada, descalza, en las escalinatas de una casa. Así como Rut, los demás bailarines permanecían agotados, desplomados sobre el pavimento o en las veredas, consumiendo cajones de cerveza. Aquellos que usaban máscaras, como los diablos o las chinas, ya se las habían quitado e intentaban recuperar el aire. Como Raúl Flores Meléndez, quien decía ser nieto del fundador de Orkapata. "Le pedimos salud, bienestar, que nos dé trabajo y que podamos conseguir el dinero para poder bailar".

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Dinero. Pequeño detalle. Los trajes pueden costar alrededor de 800 soles (250 dólares) y el costo de la banda, que pagan entre todos, puede ser de unos 15 mil dólares. En general, quienes participan ponen un promedio de 500 dólares per cápita por todo concepto. Se dice que una banda boliviana —las mismas que tocan en el carnaval de Oruro— pueden costar unos 20 mil dólares.

Victor Niño de Guzmán Pino es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Andina y aseguraba que se gastó dos mil dólares en su traje. "Bailo con mi traje propio, no alquilo. Me lo hago hacer, me lo confeccionan y diseñan para mí. Todos los años lo cambio, el viejo va al museo familiar y en algún momento, cuando tenga que descansar, esto va a hacer historia".

En la esquina, junto a su madre, primas y hermanas, estaba Paola Salinas Flores. Con 14 años era la segunda vez que bailaba. "A partir de ahora voy a empezar a bailar todos los años", comentaba, exultante y orgullosa. "Es una emoción indescriptible, es algo que no se puede decir con palabras, es una experiencia única que solo los que bailan pueden entender. El baile se lleva en la sangre".

Por la tarde, el sol volvió a ceder ante las nubes. Los dioses de la lluvia ganaron otra batalla, que esta vez terminaría en un granizo. Pero, una vez más, ni las piedras que caían del cielo pudieron con los bailarines y músicos, que siguieron danzando y tocando hasta bien entrada la madrugada. Por devoción.

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