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La historia íntima del asesino de La Pasiva

De cómo un niño abandonado a los 11 años deviene en “lacra social” a los 17
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15 de junio de 2012 a las 21:42

El 10 de setiembre de 1994 nació en Rivera el tercer hijo de Ruben y Nelda. El padre, fanático de Nacional, le puso a su niño el nombre de un futbolista que en ese momento era la figura del equipo tricolor. Pero el pequeño rebelde creció hinchando por Peñarol.
Ruben, que realizaba tareas de campo, y Nelda, empleada doméstica, cruzaron Uruguay para atender en la capital a su segundo hijo, que padecía una enfermedad. Por eso, el hijo manya cumplió sus 4 años en Toledo, la ciudad de Canelones que lo adoptó.
En Toledo, Fo (por sus iniciales) fue a la escuela 286. Las cosas no fueron bien. Fo no cumplía con las expectativas de su padre de que jugara al baby fútbol y este y otros asuntos construyeron una mala relación. Las condiciones tampoco eran las mejores. En su casa no había calefón y nunca, incluso hasta hoy, se pudo dar un baño de agua caliente.
Luego llegaron otros dos hermanos: una niña y al año siguiente un varón. En 2005, una noticia terminó con su infancia: su madre falleció de cáncer uterino.

Fo pronto dejó de ir a la escuela, comenzó a aislarse de sus cuatro hermanos y a enfrentarse, cada vez más, con su padre. Ruben se mudó a otra casa con su nueva pareja y dos de sus hijos. Los otros dos volvieron a Rivera para vivir con una abuela. Con 11 años, Fo quedó sin madre, ni padre, ni hermanos. Solo en una casa.
El niño pasaba la mayor parte del día en lo de su vecina, Herminda Agustina Romero, conocida en el barrio como María. “Todos me llaman así porque a mis sobrinos les costaba llamarme por mi nombre”, explica.
Un día de 2005, Fo la invitó a vivir con él. “Quería sustituir de alguna manera el lugar de su mamá”, recuerda la mujer.
La familia de María, cuya casa está frente a la de Fo, se agrandaba otra vez. A sus 43 años, la mujer convivía con dos hijas, de 17 y 22 años, un hijo de 18, dos nietos, de 6 y 3 años, y con Bryan, un sobrino de 7 años. Bryan llegó a la casa con 4 años y un retardo mental. Es hijo de una hermana de María, que hace una década lo abandonó. “¿Cómo te fue?”, le pregunta María al joven de 14 años cuando vuelve de la Escuela de Recuperación de Santa Rosa, donde estudia panadería. “Bien”, contesta Bryan sonriendo. María recuerda que “poco a poco (Fo) se fue ganando su lugar como un hijo más” en aquella casa llena de niños.

A pesar de que Fo se integró a la familia vecina, los estudios quedaron relegados durante la adolescencia. “Dejó la escuela para hacer amistades”, recuerda María.
Su padre, Ruben, que lo había abandonado a los 11 años, opinaba que Fo no quería saber nada con el trabajo.
María, de todas maneras, dice que Fo ganaba algunos pesos cortando el pasto en el vecindario. Ella había comprado la máquina de cortar pasto con su tarjeta Visa. Y Fo, con el dinero que ganaba, compraba alimentos para cocinar arroz con caldo y guiso, su especialidad.
Los dos hermanos que quedaron en Toledo –el mayor es militar– iban a tomar mate con Fo. A su padre, sin embargo, lo veía poco. María cuenta que “se llevaba mal con la pareja de Ruben”.

El 28 de diciembre de 2010 era un día de celebración para la familia adoptiva de Fo: el único hijo varón de María cumplía 24 años. Pero dos noticias aguaron la fiesta. Un médico le informó a María que padecía cáncer de mama. Llorando por esta mala novedad, en un banco de la plaza frente al hospital, se enteró que la Policía se había llevado a su hijo el cumpleañero, que, acusado de copamiento, fue a parar a la cárcel de Canelones, donde aún permanece sin condena.
Ese verano, María “no estaba para atender a nadie”.

El 30 de enero, un mes después de que su numerosa familia adoptiva se resquebrajara como lo había hecho su familia biológica, Fo rapiñó una farmacia.
Lo atraparon. Cumplió la pena de 10 meses en el hogar Ituzaingó de la Colonia Berro, donde además de terminar la escuela (ver foto principal) estudió panadería.
En noviembre de 2011 salió en libertad y regresó a su hogar adoptivo. María le compró ropa nueva, blanca, como le gusta a Fo. La compró también a crédito con su tarjeta Visa. “Soy pobre y tengo muchas cuentas”, admite. María cobra $ 5.400 de pensión por enfermedad y otros $ 5.400 por la pensión de Bryan. Además hace changas: vende comida y ropa que compra en el barrio Reus, limpia casas de vecinos y cuida enfermos.
Cuando Fo volvió, en la casa había un integrante más: uno de los 10 hermanos de María se fue a vivir con ella, luego de que le extrajeran un pulmón.
A falta de cama, el joven de 17 años tiraba un colchón al piso y dormía junto a María y al tío postizo. En esta casa tampoco había calefón y a esa altura de su adolescencia, Fo no sabía lo que era darse un baño con agua caliente.

E
n febrero de 2012, Fo se mudó, sin explicación mediante, al barrio Capilla de Toledo.
Tanto Ruben como María sospechan que se fue a vivir con una novia. Cada uno por su cuenta, el padre y la tutora, tienen una certeza: desde su mudanza, los vínculos de Fo con la familia biológica y la adoptiva perdieron fuerza.
En abril a Fo lo acusaban de rapiñar a cara cubierta al menos tres comercios de Toledo. La Policía lo capturó, pero el juez de Pando, Gonzalo Silva, lo dejó en libertad por considerar que no existían “pruebas vinculantes”.
Hace dos meses, Fo entró a un restaurante de La Pasiva, le disparó a un trabajador y lo mató. Fo está ahora internado en un hogar del INAU. María, a veces acompañada de sus hijas, lo visita todas las semanas. Le lleva yerba y tabaco. “Me dijo que está arrepentido”, cuenta llorando, y agrega: “Nosotros le decimos que lo extrañamos, que lo queremos, que lo vamos a seguir queriendo. Pero cuando salga, no va a poder mirar a la gente a la cara. Fue un error muy grande”.

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