Estilo de vida > COLUMNA / LUIS ROUX

La historia de revés

La rivalidad Nadal-Federer excede el tenis para instalarse como uno de los grandes relatos épicos de nuestro tiempo
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18 de marzo de 2017 a las 05:00
Hace unas semanas firmé una columna que sostenía que el destino de la especie se había torcido por un paso en falso de un futuro viajero del tiempo, según lo había adelantado Ray Bradbury en el cuento El sonido del trueno. Entre las magias colaterales de ese universo alternativo, que vivimos por accidente, citaba una final de tenis, la del Abierto de Australia de este año, en la que Roger Federer le ganó a Rafael Nadal.

Parecería que el tiempo hubiera retrocedido para corregir una realidad incómoda: la de que el mejor jugador que alguna vez pisó una cancha de tenis perdiera de forma repetida contra el infatigable mallorquí.

Hace tres días volvieron a jugar y volvió a ganar el suizo, que vive una segunda inocencia, a sus 35 años de edad. El diario deportivo español Marca recogió las declaraciones de Nadal después del partido y tituló la nota de una manera peculiar: "Esto no es un revés".

Resulta curioso, porque al ver el resumen del partido, cada tiro ganador de Federer se podría titular: "Esto sí es un revés", hasta el punto final, que es una devolución de saque con un revés paralelo a la línea –a una sola mano, por supuesto– para ponerla fuera del alcance humano. Las imágenes de esa última pelota de partido bien podrían ser usadas para definir la expresión "winner de revés".

Si se lo ve en la perspectiva de 13 años de rivalidad, además, está claro que el mundo del revés empezó en Australia este verano. Hasta entonces Nadal y Federer habían disputado ocho finales de grand slam y Federer se había llevado solo dos, ambas en Wimbledon. Nadal había ganado las otras seis: cuatro en Roland Garros, una en Wimbledor y una en Australia.

En esa última, en 2009, Federer no se pudo contener y largó el llanto, para consumo de millones de testigos a través de la transmisión en vivo a lo ancho del planeta. El suizo tal vez no conocía –o no la tuvo en cuenta– aquella frase tan nuestra que dice para siempre "a llorar al cuartito".

Federer entona el canto del cisne con una coreografía prodigiosa frente a uno de los guerreros más formidables de la historia del deporte.

Federer pasó a ser el gigante humillado, el mejor de todos los tiempos con un gran asterisco tatuado en la frente. Cada enfrentamiento con Nadal era una batalla perdida de antemano. Nadal ganó 23 de sus 36 encuentros con el suizo desde que se vieran las caras por primera vez en Miami, en marzo de 2004, y prevaleciera el prodigio español de 17 años.

El tenis es una contienda física y mental de una intensidad inigualable. Cada jugador está solo en su feudo, bajo el peso del silencio de la multitud en las gradas. Las estocadas llegan en forma de pelotita amarilla, veloz y sinuosa. Federer demostró que el sistema podía alcanzar una elegancia suprema, con la precisión de sus movimientos de esgrima. El mejor era también el más fino, para deleite de los que fuimos testigos.

Y sin embargo, Nadal empezó a demostrar que su voluntad de guerrero compensaba con creces la fineza de su adversario, hasta que la rivalidad perdió un ingrediente esencial: la incentidumbre sobre el resultado. Yo los vi en vivo en Miami, en 2011. Era la semifinal. Nadal lo pasó por arriba.

Ahora el suizo le añade un elemento legendario a su destino glorioso: la resurrección. Vuelve a triunfar el refinamiento exquisito del tenis, vuelve el orden al universo; el maestro levanta la copa, el esforzado discípulo y encarnizado guerrero baja la testa.

No es posible aventurar cuánto más durará esta magia, esta suerte de justicia poética inesperada, pero se agradece como el agua fresca. Federer entona el canto del cisne con una coreografía prodigiosa frente a uno de los guerreros más formidables de la historia del deporte. Las próximas generaciones pueden esperar, sentados cómodamente para disfrutar el espectáculo.

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