Opinión > Hecho de la semana / Miguel Arregui

La isla de los sueños rotos

La revolución cubana, que un día encendió la imaginación de los jóvenes, murió antes que sus líderes
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21 de abril de 2018 a las 05:00
Cuba, un bote anacrónico pero aún desafiante, cuna de mitos y leyendas, otra vez estimula la curiosidad debido a un histórico cambio de guardia. Raúl Castro, quien ha detentado grandes poderes durante casi 60 años, como un príncipe medieval, se aleja un poco y transfiere la presidencia del país a Miguel Díaz-Canel.

Raúl no se irá del todo. Permanece todavía como secretario general del Partido Comunista, el auténtico depositario del poder en el único Estado comunista que sobrevive en Occidente.
Sus poderes siempre se basaron en su mucho más carismático y egocéntrico hermano, Fidel Castro, quien murió en 2016. Pero Raúl, hábil negociador e implacable para liquidar enemigos, fue el gran arquitecto de las piedras angulares del régimen: el Partido Comunista y las fuerzas armadas revolucionarias.

Parece un cambio para que nada cambie. Pero al fin, según enseñó la historia después de Stalin, Mao, Franco y tantos otros, una minúscula grieta en el dique puede convertirse en inundación.
Como otros regímenes socialistas, Cuba devino en una suerte de monarquía absoluta hereditaria, rodeada de cortesanos. El Estado controla a los ciudadanos, el Partido Comunista controla al Estado, el Comité Central controla al Partido Comunista y el líder manda sobre el Comité Central. El caudillo en la cima es un césar que gobierna hasta que muere. El momento crítico es la sucesión.

La población de Cuba es 3,4 veces superior a la de Uruguay, aunque con una producción per cápita muy inferior. La pobreza y la mendicidad están muy extendidas, así como la prostitución, según puede comprobar cualquier turista. Escasean la infraestructura, los servicios básicos, las viviendas y los alimentos. La falta de oportunidades es la norma, salvo para los cuadros del Partido Comunista. La válvula de escape ha sido la emigración, incluso a riesgo de vida.

La isla obtiene ingresos por turismo, exportación de servicios de salud (envío en masa de médicos al extranjero a cambio de divisas) y las remesas de familiares desde el exterior, principalmente Estados Unidos.

Los caballitos de batalla de la propaganda, como la enseñanza o el sistema de salud, son en parte una realidad y en parte un mito. Una economía moribunda no puede sostenerlos. La enseñanza es más adecuada para servir a una sociedad militarizada y dividida en castas, que para la modernidad. La salud destaca por la buena atención primaria, pero escasea casi todo. Los medios de comunicación expresan un servilismo vergonzante.

Cuba aún sostiene el modelo soviético de economía centralmente planificada, con más de 2.000 empresas estatales, muchas bajo control militar, anticuadas, burocráticas y de bajísima productividad. El gran desafío, desde que Raúl Castro relevó a Fidel en 2006, ha sido cómo iniciar reformas sin que el sistema se desmadre.

Un programa de Raúl de 2011 admite la inversión extranjera, los pequeños emprendimientos privados y la compra-venta de inmuebles, pero todo muy condicionado por el temor a perder el control. Casi cuatro de cada cinco trabajadores siguen en la nómina del Estado.

Un paso audaz fue la creación de una zona franca industrial y logística en Mariel, con un gran puerto hecho por la constructora brasileña Odebrecht. Fue pensado más que nada para empresas de Estados Unidos, pero las relaciones entre ambos Estados no terminan de cuajar.

Una política exterior estadounidense históricamente estúpida –que Donald Trump lleva todavía más allá–, combinada con un larguísimo embargo, sirve de excusa para justificar fracasos.

El modelo de "actualización de la economía" en que piensan los comunistas cubanos no es, ni por asomo, la perestroika que intentó Mijail Gorbachov, que se le fue de las manos y acabó con la URSS.
El modelo tampoco puede ser el de China tras la muerte de Mao: una economía basada en la descentralización, el mercado y la iniciativa individual, bajo gobierno autoritario, la receta que enriqueció a los "tigres asiáticos". Los viejos comunistas cubanos, esencialmente conservadores, van muy cautos pues temen que una mayor autonomía personal provoque demandas liberalizadoras.

El sistema creado por los hermanos Castro, que un día pareció un atajo hacia el Cielo socialista y encendió la imaginación de muchos jóvenes rebeldes latinoamericanos, murió mucho antes que sus creadores. No tiene nada para ofrecer a la civilización contemporánea, ni siquiera una utopía. Es la medida de la enorme diferencia entre los sueños y la realidad; un país decrépito poblado por gente amable y fatal, como un héroe de una novela de Leonardo Padura.

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