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La magia de Tranzat y la historia de la primera carpa de circo moderno uruguaya

El grupo se presenta todas las noches de verano con entrada a la gorra en Piriápolis
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31 de enero de 2018 a las 05:00
"A dos kilómetros, circo Tranzat". El cartel es pequeño, modesto y poco llamativo. Es fácil perderlo de vista o nunca llegar a encontrarlo. El anuncio –un trozo de madera pintada– está clavado sobre un poste en una esquina sobre la carretera 37. Algunos metros después de esa primera alerta ya se puede ver la cúpula del Castillo de Piria y a su lado, la carpa. Roja y amarilla, de colores estridentes que se combinan con los de un atardecer despejado de enero en Piriápolis.

Son pasadas las siete de la tarde. Faltan un poco más de dos horas para que comience una nueva función de Antiq, el espectáculo con el que el circo Tranzat se está presentando cada noche de verano hasta el 13 de febrero en el balneario esteño.

La carpa es su punto de anclaje y su marca distintiva. Los creadores de Tranzat la adquirieron a fines de 2014 y aseguran que es la primera de circo contemporáneo en manos de una compañía circense uruguaya. Alrededor de ella sucede todo. Es el epicentro de la vida de un grupo de 14 artistas uruguayos y argentinos.

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Tranzat nació de la cabeza inquieta de Juan Carlos Machado, artista de circo desde hace 18 años y creador de otras compañías locales. Este uruguayo –oriundo de Canelones– creyó que lo que le faltaba al mundillo de circo en Uruguay para establecerse un poco más era una carpa en la que centralizarse. Así se juntó con algunos otros colegas con los que había compartido escenario y estudios en Francia y comenzaron las gestiones para comprar la carpa. Con ayuda de sus socios europeos y la financiación de los Fondos de Incentivo Cultural, la estructura llegó a Montevideo en diciembre de 2014. Fue el impulso que consolidó Tranzat. Desde entonces no han parado de girar por todo el interior del país.

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El entoldado tiene capacidad para entre 250 y 300 personas. Posee un sistema de luces y sonido bastante moderno y un escenario de madera rodeado de butacas.

Entre lo artesanal y las lentejuelas

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Dos horas antes del show, el predio se vuelve una sala de ensayo. Vuelan aros, cuchillos y pinos de malabarismo.

El estilo del circo es una sinergia, dice Machado. Mezcla lo mejor del circo tradicional y familiar –destrezas, piruetas y mucho show– y el circo moderno que busca enmarcar todo lo deslumbrante del espectáculo en una narrativa que incluye monólogos de humor, baile, actuación y música. Andrés Cuello, director musical de la compañía, definió esta combinación como un punto alejado del circo "de lentejuelas" y más apoyado en el concepto de lo "artesanal".

Y así se refleja en la dinámica de todos los días.

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El artista no solo actúa, sino que también piensa su vestuario y su maquillaje; diseña las luces y las arregla si se rompen; cocina el pop que comerán esa noche los espectadores y también lo sirve en cajas y lo vende minutos antes del show.

"Hacer y saber un poco de todo, eso es lo que más me gusta de este estilo de vida", dice Rosina Bianchi, artista, mientras se aplica un labial rojo, quince minutos antes de abrir la sala al público, en un camarín improvisado del que cuelga un espejo y una bombilla de luz.

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Afuera, el público ya se concentra en la entrada de la carpa. Familias numerosas, grupos de amigos y parejas: todos pueden permitirse una noche en Tranzat porque no se cobra entrada. Se pasa la gorra.

En los meses de verano, la costa de América del Sur se llena de espectáculos callejeros, gratuitos y a la gorra. Machado explica que "la gorra tiene de fondo un concepto de democratización de la cultura porque puede entrar el que quiera a ver la función, tenga plata o no tenga".

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Los artistas estiman que cada noche reciben 250 o 300 personas y que en promedio, cada una deja cerca de $ 100.

De todas formas, Bianchi está convencida de que en Uruguay falta educar en espectáculos a la gorra. La viveza criolla no se toma vacaciones.

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