Corren tiempos duros o al menos confusos para la credibilidad de los políticos uruguayos. En las encuestas aparecen con un esmirriado respaldo, son objeto de burlas y maldades en las redes sociales, las acusaciones de corrupciones, ilegalidades y nepotismos están a la orden del día.
Son tiempos de liderazgos que se derrumban o que luchan por mantenerse pese a las evidencias de desgaste, y de otros que intentan nacer con muy pocos sustentos o con escasas trayectorias
Frente a este panorama, la imagen de
Jorge Larrañaga subiendo las escaleras de la sede del Partido Nacional que dijo que no volvería a subir, es una buena noticia.
Tras ser mayoría en el Partido Nacional en las elecciones de 2004, a Larrañaga le tocó ser minoría en los comicios de 2009 y de 2014 luego de perder las internas con Luis Alberto Lacalle Herrera, primero, y con Luis
Lacalle Pou, después.
"Se terminó para mí. Voy a subir por última vez las escaleras del directorio", dijo luego de esa segunda derrota y tras saludar a su rival al que aceptó acompañar en la fórmula presidencial. Sin embargo, Larrañaga está de nuevo en el trillo, quiere retomar el liderazgo partidario y este lunes volvió a pisar los escalones blancos de la sede de la calle Juan Carlos Gómez para presentar una serie de propuestas programáticas con las que pretende unir a toda la oposición.
"Yo dije lo que dije en un momento de dolor. Pero el orgullo debe dar paso a cosas superiores", dijo Larrañaga tratando de explicar las derivas personales que lo llevaron a recluirse durante un tiempo no muy largo.
Larrañaga volvió a las cuestiones políticas y electorales luego de que le dijeran mil veces perdedor y sobreponiéndose a la deserción de varios de sus aliados.
Se podrá decir que el senador Larrañaga no intenta otra cosa que aferrarse a su puesto en el Parlamento. Pero los que conocen un poco de estas cosas de la política saben que, si únicamente quisiera recoger los votos necesarios como para permanecer en su banca, el líder blanco apenas necesitaría moverse de su casa.
Por otro lado, es imposible conocer las razones últimas de aquellos que eligen practicar la actividad política. Simples ansias de poder, tradiciones familiares imposibles de esquivar, verdaderas ganas de servirle a la gente.
Lo que nos conviene a todos los de abajo es que a quienes mandan tras ser elegidos en las urnas les vaya bien, porque ya se sabe lo que ocurre cuando el espacio que ocupan queda vacío. Celebrar los fracasos de nuestra clase dirigente resulta peligroso y es el fruto de una estupidez apabullante.
Como sea, y volviendo a lo del principio, Larrañaga dejó atrás sus dolores para recorrer el país en busca de un sueño tal vez improbable. Para los que piensan que en la política algunas perseverancias son tan necesarias como ciertas renuncias, esa es una buena noticia.