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La retirada global de Trump convierte a Putin en ganador

La adopción de un nacionalismo beligerante por parte de EEUU ha colapsado su autoridad política en el extranjero
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25 de febrero de 2018 a las 05:00
Por Philip Stephens

El asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, H. R. McMaster, insiste en que la evidencia de los intentos rusos para subvertir la democracia estadounidense es incontrovertible. Su jefe, Donald Trump, cree que el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) tiene mejores cosas que hacer que investigar la interferencia del Kremlin en las elecciones de 2016. La Rusia de Vladimir Putin ha constituido una gran parte de la razón de la creciente inseguridad global. Actualmente, sin embargo, la ausencia de un sobrio liderazgo estadounidense representa una razón todavía más importante.

La más reciente reunión de jefes de política exterior y de defensa durante la Conferencia de Seguridad de Múnich fue bastante sombría. Un presentador tras otro subió al podio para enumerar la lista de amenazas. La intromisión de Putin en las elecciones del Occidente acompaña al revanchismo ruso en Ucrania; el violento caos en Siria y más allá de sus fronteras, junto con la expansión del terrorismo islamista; la búsqueda de Corea del Norte de desarrollar misiles nucleares de largo alcance; y la creciente presencia militar de Beijing en el mar de China Meridional.

Más desconcertante que cualquier otro foco de tensión es la sensación generalizada de impotencia. Una cosa era enunciar los retos. Pero había una escasez de posibles soluciones.

El liderazgo de Occidente está en manos de un presidente estadounidense en guerra con la mayor parte de la clase dirigente de la política exterior de EEUU. A quienes están observando desde el extranjero, desconcertados de la dirección de la política estadounidense, se les dice que ignoren las palabras del presidente y comandante en jefe, y que se centren en el curso establecido por dos generales: Jim Mattis en el Pentágono y H. R. McMaster. Pero ¿podemos estar seguros de que Trump está fanfarroneando o es probable que de hecho inflija "fuego y furia" a Pyongyang?

La "Pax Americana" posterior a la Guerra Fría había entrado en su ocaso antes de que Trump asumiera el cargo. La hegemonía estadounidense no podía sobrevivir la redistribución del poder económico hacia el oriente y hacia el sur, y sobre todo el ascenso de una China decidida a reafirmar un papel global. El "liderazgo desde atrás" de Barack Obama fue, en parte, una admisión del cambio. Pero la adopción por parte de Trump de una política basada en el nacionalismo beligerante, el repudio del orden basado en reglas y su admiración por Putin han colapsado la autoridad política de EEUU en el exterior.

El poder de EEUU ha proporcionado el orden internacional y los acuerdos regionales que, en general, han mantenido la paz desde 1945. No hay nada en el horizonte para reemplazarlo. A pesar de todas las promesas financieras ofrecidas a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Europa aún no está segura de querer defenderse a sí misma adecuadamente. Lo que cuenta como un sistema de alianzas en el Asia Oriental ha dependido completamente de la fuerza o de otros aspectos de las relaciones bilaterales con EEUU.

Sin embargo, es en el Medio Oriente donde el impacto de la retirada estadounidense se ha sentido más profundamente. Militarmente presente en el asalto diario a los remanentes del Estado Islámico (EI), políticamente EEUU no está por ningún lado. No hace mucho, Washington era el punto de referencia para las políticas de todas las figuras claves de la región. Nadie hacía nada antes de primero considerar cuál podría ser la probable reacción en la Casa Blanca.

En la actualidad, los aliados y los adversarios sienten que pueden actuar con impunidad. Cuando Israel condujo un bombardeo en Siria hace unos días después de que un dron iraní incursionara en su espacio aéreo, fue Putin quien aseguró la moderación. Arabia Saudita considera que tiene carta blanca para librar una guerra contra Yemen. Turquía está luchando contra las fuerzas kurdas en Siria, las cuales han sido armadas por EEUU. Irán sabe muy bien que la amenaza de repudio del acuerdo nuclear por parte de Trump rompería la relación de Washington con Europa.

Luego está la situación con Putin. El Gral. McMaster difícilmente pudiera haber dicho algo más después de que el Departamento de Justicia acusara a 13 individuos rusos y a tres compañías de conspirar para cambiar el resultado de las elecciones de 2016. La acusación representó un tributo a la labor del fiscal especial Robert Mueller y una meticulosa reprimenda dirigida a los republicanos en el Congreso que se unieron al presidente para atacar las instituciones legales de EEUU. Y a pesar de todo eso, Trump todavía no tiene nada negativo que decir acerca de Putin.

Tales divisiones no van a facilitar la creación de una política inteligente en relación con Rusia. El problema es que no queda nada más que una elección entre el deseo obsesivo de Trump de lograr un gran acuerdo estratégico con Putin y un sentimiento en el Congreso, cada vez más solidificado, que dicta que el intento de manipular la política estadounidense debe enfrentarse con una creciente escala de medidas punitivas. Debido a que el plan del presidente ahora es un sueño imposible, lo más probable es que EEUU dirija sus esfuerzos hacia la segunda opción. Eso garantiza otra carrera armamentista nuclear y plantea la amenaza de un enfrentamiento militar involuntario en una de las zonas conflictivas del mundo.

No existe misterio alguno acerca de lo que equivaldría a una estrategia sensata. El Occidente aprendió durante la Guerra Fría que los ingredientes de un compromiso productivo con Moscú son la disposición a enfrentar la agresión y la voluntad de buscar áreas de posibles acuerdos. A esto se le llamaba disuasión y diálogo. La doctrina de la destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) no excluía una serie de tratados de armas y medidas para fomentar la confianza.

Algo similar se necesita actualmente. En ausencia de una cosmovisión coherente en Washington, nadie debiera anticipar que se logrará. Los jefes de política occidentales en Múnich tenían razón en estar preocupados por el desdén de Putin por un orden internacional basado en reglas. Ellos deberían estar más preocupados acerca de los fracasos de EEUU, y de sus aliados, por encontrar algunas respuestas para reducir las tensiones.

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