Seisgrados > FACUNDO PONCE DE LEÓN

"Las nuevas generaciones piensan que tienen que estar diciendo o compartiendo o expresando algo porque si no, no existen"

La filosofía es el "amor a la sabiduría" y lo que define a Facundo Ponce de León, quien además de ser un estudioso empedernido es músico y comunicador. El humor, las milanesas, Nacional y la melancolía son otras de las facetas que caracterizan a este hombre-padre-pensador
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09 de julio de 2018 a las 17:00
[Por Andrea Sallé Onetto]

Entrevistar a un filósofo al que además le gusta mucho hablar hace que la historia de su vida se cuente por lo que piensa más que por los hechos puntuales. Educación, paternidad, redes sociales, política, autoridad: no importa cuál sea la temática, Facundo Ponce de León (40) es una fuente infinita de respuestas y de cuestionamientos. Las palabras le llegan como guionadas. Las ideas le surgen a borbotones. Entrevistar a un filósofo y descubrir todas sus aristas es imposible en una charla de dos horas.

Tres cabezas

Facundo creció en una casa donde la música, la lectura, el diálogo, el debate y las amistades eran moneda corriente. "Tengo el recuerdo de una infancia muy plena, en un hogar muy vivo y muy activo", cuenta. Cursó desde preescolar hasta el bachillerato en el Colegio Alemán y recuerda que en secundaria era un mal estudiante con problemas de conducta. "No prestaba atención, me gustaba hacer macanas. No es una cosa que diga ni con orgullo ni con vergüenza, es un dato de la realidad que en el liceo fui un estudiante complicado. A mí me cambió la universidad", dice. La vida universitaria lo hizo ser un estudiante con todas las letras (de los que leen mucho, subrayan y analizan) y lo hizo valorar su formación previa.

Su pasión por la filosofía y la comunicación fueron forjándose de a poco. De niño quiso ser otras cosas: jugador de fútbol, carpintero, actor y abogado. Recién en su último año del liceo descubrió que tenía una vocación por la filosofía. El momento de "iluminación" lo tuvo durante una clase cuando su profesor de la materia les explicaba el mundo de las ideas de Platón. "Me acuerdo de entender que Platón decía que todo lo que vemos participa de un mundo de ideas que no están. Por ejemplo, todo perro que ves por la calle forma parte de la idea de perro. Esa idea no es real pero informa, da forma a todos los perros... Me pareció una cosa muy movilizadora que alguien pensara cómo se explica todo lo que vemos, de dónde vienen las cosas, los objetos, las personas, las acciones, las instituciones". Así que habló con sus padres y les dijo que iba a estudiar filosofía en Humanidades, pero como sabía que no tenía mucha salida laboral, iba a hacer en paralelo la carrera de comunicación para ser periodista. La lectura de la prensa era algo de todos los días en su hogar y los temas de agenda estaban muy presentes. Además, nunca tuvo vergüenza a la exposición. "Hacía música, me gustaba estar arriba del escenario, me gustaba el teatro. La cuestión de un foco iluminándome era una cosa con la que me sentía bastante cómodo y me resultaba natural; y la idea de ser periodista me seducía", cuenta.

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A sus dos vocaciones se le suma una tercera, la música. A los 12 años sus padres le regalaron su primera batería y desde ese momento desarrolló su talento como percusionista. Formó parte del grupo Kuropa, llegó a tocar con Laura Canoura, Ana Prada y Claudio Taddei, entre otros y hasta se planteó dedicarse a la música como profesión. "Siempre tuve una relación muy rara con la música, que no tengo ni con la filosofía ni con el periodismo. Ya sé que no voy a escribir nunca como Platón, ni que voy a llegar a hacer el tipo de periodismo que admiro leer, eso no me complica, lo ejerzo igual, pero con la música me genera una dificultad, me siento siempre mal músico. Es un idioma que conozco, que lo sé leer, pero siempre siento que lo hablo mal. Con las otras cosas no me pasa, creo que eso fue lo que terminó por inclinar la balanza", explica.

En 2001 se recibió de licenciado en Filosofía y en Comunicación de la Universidad de la República. Recién egresado y con poca experiencia profesional a cuestas, la crisis del 2002 lo encontró trabajando como periodista en El Observador. "Nunca tuve miedo del 'de qué voy a vivir'. En el 2002 tuve miedo de qué iba a pasar con Uruguay. Me preocupaba una cosa más general que incluía que yo podía quedarme sin trabajo, pero siempre lo viví como una crisis mucho más estructural del país". Ese momento histórico fue el germen que derivó en lo que sería su futura tesis de doctorado, su libro Autoridad y Poder (2014) y el tema que lo sigue estudiando hasta hoy. "Intelectual y vitalmente me movilizó muchas cosas y me acuerdo de estar en el medio de esa crisis preguntándome: si el Uruguay entra en default, ¿qué quiere decir? ¿Qué quiere decir que un país no es viable? ¿Otro país viene y dice 'me lo quedo'? ¿Qué pasa ahí? ¿Quién manda? ¿Y qué es mandar?", todas interrogantes que lo llevaron a estudiar los temas del poder y la autoridad.

Vivir muchas vidas

Luego de su experiencia en El Observador, Facundo pasó a editar una revista para Netgate, trabajó en la agencia de comunicación Improfit, escribió para varios medios y de allí saltó a la televisión con su primer gran éxito, el programa Vidas. "En la productora Contenidos estaban buscando nuevas figuras y nuevos formatos, y ahí surgió la idea de hacer Vidas". La primera edición del programa se emitió en 2004 por Teledoce, con un Facundo de apenas 25 años que se encargaba de la producción periodística y de la conducción. "Fue empezar por lo que para otros podría haber sido el final de un camino". De esa etapa de trabajo rescata el haber conocido gente que aprecia y quiere, y las experiencias de vida pública. "De saber lo que es ser un bombero, un médico forense, un policía, un sacerdote, un travesti, porque estuve con ellos, estuve ahí. Estuve cerca de tantos micromundos que hoy, viéndolo a la distancia, siento que me llenaron de experiencia de vida. Yo era muy chico, no tomaba real dimensión de todas esas cosas que viví", señala.

En 2006, a pesar del éxito del programa, decidió dejarlo atrás para crecer profesionalmente y no estancarse en un formato. Como docente de la Universidad Católica se postuló a una beca de doctorado en filosofía, la ganó y se fue a vivir a Madrid junto con su esposa, a quien había conocido en su adolescencia. Ingresó en la Universidad Carlos III y quedó cautivado por la vida universitaria, las dimensiones, los campus y la posibilidad de poder dedicarse de lleno al estudio. "Realmente el primer año del doctorado me sentía como en una película. Me pasaba horas en la biblioteca, horas hablando con los profesores". Pero no vivían en la universidad, sino en Madrid cerca del estadio Bernabéu, y aprovecharon esos años para viajar y conocer el continente que condensa la historia de Occidente. En Europa se movían entre dos mundos: el de la vida universitaria de Facundo y el artístico de su esposa, que estudiaba maquillaje y efectos especiales para cine. A través del trabajo de ella se vincularon con Daniele Finzi Pasca y con toda su compañía de circo, que los llevó a trabajar y vivir en Suiza por cuatro años. Cuando llegó el momento de agrandar la familia, la joven pareja decidió volver a Uruguay.

En busca de la autoridad

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A Facundo los procesos de obediencia y respeto que forman parte del concepto de autoridad le parecen relevantes para entender cómo se organiza la vida pública, pero ¿por qué es importante tenerlos presente en la vida cotidiana cuando parecen algo tan abstracto? "Porque todos necesitamos del sentido. El sentido de las cosas es lo que hace que seamos humanos. Somos el único ser en la faz de la tierra que además de vivir, necesita vivir bien y eso implica que tu vida tenga sentido". Explica que los mecanismos de sentido tienen que ver con quién dice qué y por qué uno cree en eso que dice alguien. "Un líder, una organización, lo que fuese. ¿Por qué uno se embandera atrás de un partido político? ¿Por qué uno piensa que la religión que elige lo define? ¿Cuáles son los mecanismos que están atrás? Eso me parece relevante porque hace que tenga sentido o que sea un sinsentido lo que estás haciendo".

Así aparece la idea de autoridad, no como algo que posee una persona, sino como un vínculo entre grupos de personas que se va construyendo a lo largo de la historia y que determina el sentido de por qué hacemos lo que hacemos. Su gran referente en esta materia y quien marcó la línea de investigación de su doctorado es la filósofa y teórica política alemana Hannah Arendt. "Cuando me decido por el tema de la autoridad y empiezo a buscar bibliografía, me entero de que ella escribió un artículo que se titulaba 'Qué es la autoridad'. Ese artículo fue el disparador", señala.

En este trabalenguas de conceptos es pertinente apuntar cuál es el sentido de la vida de Facundo. "Sería saberme atado, para atrás y para adelante, lograr la total plenitud de ser un eslabón de una cadena infinita. Saberme en ese lugar y sentirme pleno sin encontrar el sentido". Cuenta que nunca tuvo grandes crisis existenciales, ni siquiera al cuestionarse su propia fe cristiana. No siente que haya un divorcio entre la fe y la filosofía. "El maestro de la duda filosófica es René Descartes, que fue formado por los jesuitas y que era uno de ellos. Casi todos los grandes filósofos y los grandes científicos han sido hombres de fe también, quizá no cristianos, pero todos tienen en la vida trascendental una pata puesta". Observa que en nuestra época hay un resurgimiento de la vida espiritual, una búsqueda que va más allá de lo material y también una reaparición en la vida pública de la filosofía (pensemos en casos mediáticos como el del argentino Darío Sztajnszajber, el surcoreano Byung-Chul Han o incluso él mismo). "Lo que pasa es que la filosofía se vuelve más pública cuando estás en momentos en los que no entendés bien para dónde va la cosa y, la verdad, es que hoy no entendemos mucho hacia dónde vamos", afirma.

Apelar a la reflexión

Gracias a la docencia y la vida académica, el haber estudiado filosofía le terminó dando más seguridades y estabilidad económica que la comunicación, pero nunca dejó a esta última de lado. A su regreso a Uruguay en 2012 abrió junto con su hermano Juan la productora de contenidos Mueca Films, desde donde trabaja en varios proyectos, entre ellos, el éxito televisivo: El Origen, que lanzó su primer ciclo en 2014. Como lo indica su nombre, el programa intenta ir al origen de los grandes personajes y momentos de Uruguay. En él ya desentrañaron las biografías de José Artigas, José Pedro Varela y José Batlle y Ordoñez; la historia de la independencia, del humor y del fútbol uruguayo.

Todavía no sabe si habrá otro ciclo del programa a futuro y continúa con la deuda pendiente de escribir un guion de ficción con su hermano Juan dentro de Mueca. Actualmente está embarcado en un nuevo desafío académico, ya que asumió como director del departamento de Humanidades de la Universidad Católica, desde donde planea repensar el enfoque humanístico dentro de todas las carreras de la universidad. "La filosofía es un impulso vital de la búsqueda de sentido que nosotros tenemos, seas quien seas, tengas la plata que tengas y vivas donde vivas. No creo que el siglo XXI necesite más filosofía que el siglo XIV. Lo que sí creo que pasa es que en la era de la tecnificación y la tecnologización de todo el conocimiento cada vez más vamos a necesitar ingenieros, abogados, médicos y arquitectos que en el medio de este mundo del Big Data tengan una gimnasia humanística. Que puedan pensar cosas desde las cuestiones filosóficas para no quedar encerrados dentro de ese micromundo técnico en el que van a nacer", dice Facundo.

Entre lo público y lo privado

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Facundo tiene dos hijos (una niña y un varón), siempre quiso ser padre y se siente contento de poder serlo en este momento histórico. "Creo que tenemos la dicha de vivir en una época donde, a pesar de ser padres, podemos ser cariñosos, tener un vínculo afectivo con nuestros niños, jugar con ellos, darles de comer, cambiarles los pañales. Hacer todo lo que tres generaciones para atrás solo hacían las madres". El cambio de paradigma que vive la paternidad le parece interesante y desafiante, tanto para los hombres, como para las mujeres. En su dinámica familiar, además de la educación y la puesta de límites, el juego y la diversión son fundamentales. "Hay momentos que son lúdicos y además son privados. Podremos hacer un video cada tanto que capaz compartimos con sus tíos, pero tenemos ese momento donde somos la familia divirtiéndose, jugando o mirando una película". Él y su esposa son cuidadosos con la imagen de sus hijos y tratan de no sobreexponerlos, ya que son conscientes de la distinción entre lo público y lo privado. "Si vos pensás que lo más importante para transmitir a la vida pública es tu vida privada, algo anda mal. Lo más importante que podés aportar a la vida pública, es que construyas vida pública. En mi caso, mi objetivo es que la gente conecte con otra temporalidad y por eso hago El Origen. Me interesa eso, no contarles lo que me pasa con mis hijos. Puedo responderte una pregunta en una entrevista, pero no salgo a lo público para hablar de esas cosas. No importa públicamente la vida privada, importa la vida pública, la vida de la polis, de lo otro". Señala que las redes sociales están sirviendo para llenar el espacio público de cuestiones privadas que no aportan. Por eso, primero como forma de demostrar que se podía vivir sin ellas y luego por un capricho de resistencia, Facundo decidió no tener redes propias. Citando una idea de Arendt explica que las cosas privadas son refugios, los lugares donde uno está a salvo de la luz de lo público que encandila. Y señala otra cosa a destacar: la importancia del silencio. "Las nuevas generaciones piensan que tienen que estar diciendo o compartiendo o expresando algo porque si no, no existen. Y si no lo hacen, en realidad, no pasa nada".

De cara al futuro

La búsqueda de la autoridad también refiere a la de una fundación, a saber de dónde venimos para proyectar hacia dónde vamos, a definir una base para poder reformularla. El problema está cuando no se sabe sobre qué se quiere trabajar. "¿Qué tiene que ser Uruguay?", se pregunta Facundo y se responde: "Este país se hizo con emprendedores que ponían el listón allá arriba, que organizaron un mundial, que hicieron las primeras leyes sociales, que entendieron cómo funcionaba la democracia en 1900 y qué era el voto secreto y los derechos de la mujer. O sea, adelantados. Eso tenemos que ser nosotros ahora de vuelta. Eso es lo que te hace decir 'no importa el Uruguay del 2018, sino cómo es el del 2118".

No sos vos, soy yo

¿Considerás que hay una crisis tan fuerte en la educación como se dice?

Como educador en la universidad no creo ser muy representativo. Prefiero decirte que no lo sé. En general, tengo una tendencia a pararme contra las voces alarmistas que dicen que esta es la peor época o que este es el fin de las relaciones. Escapo de posicionarme en estos lugares. El tema es escapar sin perder de vista los peligros efectivos que realmente hay. La idea de que existe una grieta social me parece que también es importante. Creo que hay una grieta cultural —muy cultivada por el miedo— y que hay que recrear, recuperar, regenerar, pero no en el sentido nostálgico, sino volver a generar mecanismos de inclusión, de cohesión social, de vinculación que atraviese clases sociales, ideologías. Me parece una tarea esencial del Uruguay de hoy.

¿Creés que falta autocrítica y que siempre se le echa la culpa "al otro"?

Hannah Arendt dice en un artículo que el problema fundamental del siglo XX es la crisis de los adultos. Como los adultos están en crisis se han vuelto una especie de niños que piensan que el problema es del otro, como los niños que te dicen "yo no fui". El problema es que cuando pasa esto hay crisis de educación, de legitimidad, de los partidos políticos. No creo que sea un fenómeno local, sino global. En el fondo, es la crisis de poder responder qué es el mundo. Porque la educación es introducir a los niños en el mundo y vos para introducirlos tenés que decirles "el mundo es así", aunque después lo vayan a cambiar. "La educación más revolucionaria es conservadora", dice Arendt, y lo es en la medida en que le explica al niño cómo funcionan las cosas. Después podrán inventar mesas y sillas nuevas, pero solo una vez que les expliques la estructura de cómo funcionan.

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