Vale emitido en 1856 por la Sociedad de Cambios de Montevideo, antecesora del Banco Comercial. El peso uruguayo no existía, por lo que su valor se fijaba en reales (reis). Podían canjearse por oro y su garantía eran los integrantes de la sociedad, cuyos nombres figuran en el vale.
Miguel Arregui

Miguel Arregui

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Las primeras monedas y el masón que mandó el Imperio

Una historia del dinero en Uruguay (IV)
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01 de noviembre de 2017 a las 05:00

Las primeras monedas de cobre nacionales, con un sol labrado, fueron puestas en circulación por el Ministerio de Hacienda en octubre de 1840, tras ser acuñadas en Montevideo por el artesano francés Agustín Jouve, de acuerdo a una ley aprobada en julio de 1839.

Los colorados y unitarios radicados en la capital uruguaya, en guerra con las fuerzas del Partido Blanco y de los federales, y sitiados desde 1843, procuraron recursos financieros de cualquier manera, salvo mediante la inflación. Así, por ejemplo, una ley del 7 de enero de 1842 autorizó al Poder Ejecutivo a "procurarse recursos hasta la suma de 500.000 pesos, por todos los medios", menos el de la emisión de papel moneda. Vade retro.

El Gobierno de la Defensa de Montevideo creó la Casa de la Moneda en febrero de 1844. Fue inaugurada el 22 de abril mediante una salva de 21 cañonazos, funcionó durante algunos meses y emitió 1.500 piezas de plata con el Escudo Nacional por valor de un peso fuerte o peso duro, también denominado "peso del sitio", y moneda de cobre de menor valor. Circularon en la plaza junto a otras de muy diversa procedencia. Por entonces Montevideo era base de una escuadra naval británica y otra francesa.

Vale de la Sociedad de Cambios
Vale emitido en 1856 por la Sociedad de Cambios de Montevideo, antecesora del Banco Comercial. El peso uruguayo no existía, por lo que su valor se fijaba en reales (reis). Podían canjearse por oro y su garantía eran los integrantes de la sociedad, cuyos nombres figuran en el vale.
Vale emitido en 1856 por la Sociedad de Cambios de Montevideo, antecesora del Banco Comercial. El peso uruguayo no existía, por lo que su valor se fijaba en reales (reis). Podían canjearse por oro y su garantía eran los integrantes de la sociedad, cuyos nombres figuran en el vale.
La Casa de la Moneda fue tomada por sus creadores como un símbolo de la independencia nacional, e incluso utilizó plata donada por los ciudadanos para hacer una parte de sus emisiones.

La Casa de la Moneda volvería a acuñar después de la Guerra Grande, entre 1854 y 1855, en el Fuerte, entonces la casa de gobierno, en la actual plaza Zabala, durante el primer gobierno de Venancio Flores.

La década de relativa paz iniciada en 1852 permitió una vigorosa recuperación de la economía, el ingreso de capitales y el arribo de más inmigrantes.

El 12 de julio de 1855 el gobierno resolvió la primera emisión de vales de Tesorería. No era papel moneda, estrictamente, pero el Estado llegó a pagar sueldos con ellos. Esa emisión se retiró de plaza a partir del 1º de setiembre.

Ese año también comenzaron a instalarse las primeras sociedades de crédito y cambios en Montevideo, Salto y Paysandú, que actuaron como embriones de bancos. Esas sociedades comenzaron a emitir vales que, de hecho, se usaron como papel moneda entre quienes los aceptaron. Su único respaldo era el prestigio de la casa emisora y sus propietarios.

En 1857 arribaron monedas fabricadas en Lyon, Francia, según licitación del gobierno oriental concedida a el empresario franco-uruguayo Pablo Duplessis.

La abundancia de esas monedas de bajo valor fue tal que "según un periódico de entonces, hasta para comprar un paquete de cigarrillos era necesario llevar un sirviente para cargar con los vueltos de cobre", consignan Washington Reyes Abadie y Andrés Vázquez Romero en su "Crónica General del Uruguay".

Irineu Evangelista, en nombre del emperador

En 1850, después de perder el apoyo financiero y naval de Francia y Gran Bretaña, el Gobierno de la Defensa pidió auxilio a Brasil a través de Andrés Lamas, ministro plenipotenciario en Rio de Janeiro.

El emperador Pedro II y su ministro de Relaciones Exteriores, Paulino Soares, evitaron una intromisión directa, que podría significar la guerra con los federales de Juan Manuel de Rosas y los blancos de Manuel Oribe. Pero enviaron como emisario extraoficial a Irineu Evangelista de Sousa, a partir de 1854 denominado barón de Mauá, y vizconde desde 1874, un liberal masón que fue pionero de la industria y la banca de su país.

Irineu Evangelista de Sousa
Irineu Evangelista de Sousa, barón de Mauá, a fines de la década de 1850
Irineu Evangelista de Sousa, barón de Mauá, a fines de la década de 1850

Mauá, un personaje asombroso, que contribuyó decisivamente a la introducción del capitalismo en Brasil, también fue crucial en Uruguay.

Durante muchos años Irineu Evangelista de Sousa representó la modernidad en un país pre-capitalista, absolutista y negrero como Brasil, siempre bajo sospecha de los monárquicos. En Montevideo, mientras tanto, las ideas liberales, y más tarde las positivistas, tenían mejor acogida, aunque severamente acotadas por la barbarie política y económica predominante. Pero serían hombres de la talla de Mauá los que impondrían la república en Brasil en 1889, bajo el lema más positivista imaginable: "Orden y Progreso".

Irineu Evangelista de Sousa asistió con dinero, armas, barcos y mercenarios al Gobierno de la Defensa. Al terminar la Guerra Grande era el principal acreedor del Estado uruguayo.

A cambio de su ayuda, el Imperio obtuvo un tratado de límites, firmado el 12 de octubre de 1851, que formalizó la situación de hecho: las Misiones Orientales, tomadas por los luso-brasileños en 1801, pertenecían a Brasil y los uruguayos no tenían nada que reclamar.

Otras cláusulas del tratado, por el que Rio de Janeiro se involucró directamente en la guerra contra Juan Manuel de Rosas, permitían la participación de militares brasileños en los conflictos internos uruguayos a pedido del "gobierno legítimo"; Montevideo recibía un préstamo de 138.000 patacones a un interés del 6% y reconocía una deuda de guerra de otros 300.000, en cuya garantía aceptaba enajenar sus rentas públicas; declaraba libre la navegación del río Uruguay y sus afluentes; eliminaba los impuestos a la exportación de tasajo y de ganado en pie al Brasil, y se obligaba a devolver al Brasil los esclavos que buscaran refugio en territorio uruguayo.

El patacón de plata portugués equivalía casi a un peso fuerte español de plata, también llamado duro, y a unos 2.000 reales (reis).

Al finalizar la Guerra Grande, Uruguay tenía algo más de 130.000 habitantes. La cuarta parte, unos 34.000, vivía en Montevideo y apenas 20.000 en el inmenso norte del río Negro, un territorio muy permeable a la influencia y los saqueos brasileños.

Irineu Evangelista de Sousa veía los tratados entre Brasil y Uruguay con parsimonia, aunque parecían un gran negocio para el gobierno de Rio de Janeiro y son uno de los capítulos más discutidos de la historia oriental. "Cuanto más cara la transacción, mejor para los uruguayos", comentó a un periodista amigo. "Al fin de cuentas ellos van a pagar lo mismo, es decir: nada", según contó el politólogo paulista Jorge Caldeira en su minuciosa biografía de Mauá.

Entonces Irineu buscó privilegios y permisos.

Próxima nota: El extraordinario barón de Mauá y los primeros bancos

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