F. Scott Fitzgerald y su mujer Zelda; Virginia Woolf y su marido Leonard<br>

Estilo de vida > Día de los enamorados

Letras para corazones incendiados

Declaraciones inolvidables de personajes célebres para los que se quedaron sin palabras
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14 de febrero de 2018 a las 05:00
Fernando León de Aranoa es español, director de cine, hizo películas como Los lunes al sol, Un día perfecto. En 2013 publicó su libro Aquí yacen dragones. Entre las 200 páginas del texto hay una que lleva el título Instrucciones para escribir una carta. León de Aranoa escribió las siguientes líneas:

Conocer a una mujer una tarde, en una terraza del centro de la ciudad. Convidarla a un café y entablar con ella una conversación ligera, pero no superficial. Apreciar la calidez y el silencio, su rutina de sonrisas, titubeos. Imaginar vivamente su aliento en el nuestro y la caricia dorada del sol en su pelo castaño, en la ventana, al caer la tarde.
Amarla después, echarla de menos. Aguardar a que pasen catorce días exactos.

Entonces ya está usted listo para escribir una carta.


Un año después la periodista argentina Leila Guerriero escribió en El País de Madrid una columna con el título Casados. El texto decía lo que sigue a continuación:

Y yo sólo quiero esto que tengo: tus ojos de lobo. Maldita sea yo si espero que me cobijes con nada que no sea tu forma mansa de aplacar el viento negro que me arrasa. Maldita sea yo si necesito de vos algo más que tu silencio o que tus bromas tontas. No quiero dinero, ni casa, ni auto, ni cobertura social: a vos te quiero. Solo, entero, crudo, despojado. De vos no quiero la mitad de nada: quiero todo —todo— el continente de tu inmensa soledad en compañía. Maldita sea yo si quiero algo más que tus recuerdos y tu manera de no retroceder, de no tener miedo, de ser noble.

Lleno está el mundo, la historia, la memoria de declaraciones de amor. Son cartas; frases sueltas; manifiestos escondidos en las páginas de los diarios, en blogs que nunca nadie visitará jamás; canciones que dicen, por ejemplo, tonterías como "tenés la gracia de una tormenta en el desierto", estrofas que nos dejan unos segundos sin poder respirar: "Si me quedara la suerte la gastaría contigo"; versos como "Lo que siento por tí es tan difícil/ No es de rosas abriéndose en el aire/ es de rosas abriéndose en el agua".

Son palabras. Simples letras dispuestas una detrás de la otra que pueden cambiarlo todo. Para siempre.
Tal vez, San Valentín sea una linda excusa para decirlas, escribirlas, enviarlas.

Cartas de amor y desamor

De Virginia Woolf a su marido Leonard
Marzo de 1941


Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has tenido una paciencia absoluta conmigo y una bondad increíble. Eso quiero decir: lo sabe todo el mundo. Si alguien hubiera podido salvarme, habrías sido tú. Ya no me queda nada, salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir estropeándote la vida.

No creo que dos personas pudieran ser más felices que nosotros.

De Zelda a su marido F. Scott Fitzgerald
Setiembre de 1920

Miro hacia las vías y te veo llegar –y en toda niebla & bruma tus queridos pantalones arrugados se apresuran hacia mí. Sin ti, querido querido no podría ver ni oír ni sentir ni pensar –o vivir- te amo tanto y nunca en todas nuestras vidas permitiré que pasemos otra noche separados. Deseo tanto besarte... Y en la espalda, donde nace tu cabello adorado y en el pecho –te amo- y no puedo ni decirte cuánto.

De Rebecca West al novelista H.G. Wells
Marzo de 1913


“Me has dejado hecha una ruina, en un sentido literal. Quemada hasta los fundamentos. Quizá me reconstruya, o quizá no. Tú dices que las obsesiones se pueden curar. Y así es. Pero la gente como yo se columpia de una pasión a la siguiente y si falla en el salto se estampa en un suelo carente por completo de pasión, puras tablas peladas y serrín. Me has destrozado por completo. (…) Daría la vida entera por sentirme de nuevo en tus brazos. Ojalá me hubieras amado”.

Del físico Richard Feynman a su mujer Arline
17 de octubre 1946

A mi cerebro le cuesta entender lo que significa amarte cuando has muerto, pero todavía quiero consolarte y cuidarte, y quiero que me consueles. Quiero tener problemas que tratar contigo, quiero hacer pequeños proyectos contigo. Hasta ahora no se me había ocurrido que podemos hacerlo. ¿Qué hacemos? Nos habíamos puesto a aprender a hacer ropa juntos, o aprender chino o comprar un proyector de cine. ¿No hay nada que pueda hacer ahora? No. Estoy solo sin ti y tú eras la ‘mujer de las ideas’ y la instigadora de todas nuestras alocadas aventuras.

Del comandante Sullivan Ballou a su mujer Sarah
14 de julio de 1861


No olvides nunca lo mucho que te he amado ni tampoco que cuando exhale mi último suspiro en el campo de batalla será tu nombre el que susurre. (…) Si los muertos pueden volver a la Tierra y revolotear sin ser vistos alrededor de aquellos a los que quieren, siempre estaré contigo, en el día más radiante y en la noche más oscura, entre tus momentos más felices y tus horas más sombrías, siempre, siempre, y cuando la suave brisa te acaricie la mejilla será mi aliento, y cuando el aire fresco roce tu sien palpitante será mi espíritu que pasa a tu lado, Sarah, no llores mi muerte, piensa que me he ido y espérame, porque volveremos a reunirnos.

Viuda embarazada del coreano Eung-Tae Lee
1º de junio de 1586


¿Cómo acercaste tu corazón a mí y cómo acerqué mi corazón a ti? Siempre que yacíamos juntos decías: ‘Querida, ¿se aprecian y quieren otros como nosotros? ¿De verdad son como nosotros?’ ¿Cómo has podido olvidar todo eso e irte antes que yo? No puedo vivir sin ti. Solo quiero ir contigo. Por favor llévame allí donde estés.

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