John Ponsonby, ya vizconde, en 1841
Miguel Arregui

Miguel Arregui

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Los ingleses y la independencia oriental

De cómo lord Ponsonby fue enviado al exilio en el Río de la Plata por meterse con la amante del rey
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07 de junio de 2017 a las 05:00

En enero de 1825, poco antes del inicio de la Cruzada Libertadora contra la dominación brasileña, el cónsul inglés en Montevideo envió a sus superiores un detallado informe sobre las tendencias políticas en la Provincia Cisplatina. "La mayoría (de los 'patriotas' de la campaña, de 'naturaleza indolente, licenciosa y vagabunda') son partidarios de José Artigas y sus oficiales, cuyo sistema es la total independencia de todos los otros países, la destrucción o división de rango y propiedad, y la igualdad basada en hacer a todos iguales pobres", afirmó Thomas Samuel Hood.

Los informes del cónsul prueban la existencia de tendencias independentistas, más en la campaña que en Montevideo, antes de que Robert Gordon y John Ponsonby, dos diplomáticos británicos, impulsaran desde 1827 la idea de crear un nuevo Estado con la Banda Oriental.

El cónsul inglés Hood describió –con precisión y riqueza expresiva– las tendencias políticas de la sociedad oriental poco antes que Juan Antonio Lavalleja y los suyos dieran inicio a la guerra contra Brasil; reseñó la situación de la economía y de la campaña oriental; la actividad del puerto de Montevideo; la actitud de la Iglesia Católica local; la forma de gobierno de Carlos Federico Lecor y las tropas de ocupación disponibles; y muchas otras cuestiones.

De hecho su informe fue una copia, una versión apenas cambiada de otro que le había remitido John Hall, un activo comerciante británico radicado en las inmediaciones de Montevideo. De todas formas, ese y muchos otros escritos de Hood parecen haber influido sustancialmente sobre lord John Ponsonby y los diplomáticos británicos que negociaron el fin de la guerra entre Argentina y Brasil por la posesión de la Provincia Oriental o Cisplatina, que condujo a la independencia de Uruguay.

Montevideo como colonia británica

Thomas Samuel Hood asumió como cónsul el 10 de octubre de 1823 y ascendió al rango de cónsul general el 18 de agosto de 1830, cuando Uruguay inició su andadura independiente. Lo mantuvo hasta el 8 de febrero de 1843, en que fue sustituido cuando las tropas federales y del Partido Blanco pusieron sitio a la capital uruguaya en plena Guerra Grande. El gobierno de la Defensa de Montevideo solicitó su remoción debido a la amistad y preferencia de Hood por Manuel Oribe, jefe de los sitiadores.

Entre fines de 1823 y 1824, durante la dominación brasileña, Hood recibió propuestas de figuras montevideanas importantes (una de ellas, tal vez, Santiago Vázquez) para convertir la Provincia Oriental en una colonia británica. Los proponentes argumentaron que si Buenos Aires tomaba el control de la Provincia Oriental, trataría de neutralizar a Montevideo y la competencia de su puerto para mantener en monopolio del suministro a las Provincias del interior.

Por entonces Gran Bretaña no deseaba colonias en la zona, sino territorios y ríos abiertos al comercio.

Londres ya había tenido suficientes experiencias coloniales desagradables con la independencia estadounidense y con las invasiones de 1806 y 1807 al Río de la Plata.

La ciudad y la campaña

También las cartas del cónsul Hood reflejaron durante dos décadas la dicotomía permanente entre dos concepciones: Montevideo y el interior, muy marcada ya desde la revolución independentista de 1811 y las luchas federales de José Artigas.

Después de iniciada la guerra contra Brasil en 1825, Hood señaló de manera reiterada que la mayoría de la elite montevideana era más bien proclive a una unión federal con Buenos Aires o, incluso, con Brasil si se mejoraban las condiciones; en tanto las tendencias autonomistas más radicales se observaban en la campaña. Sin embargo, andando el tiempo, las ideas independentistas también se apropiaron de una parte de la elite montevideana.

Los informes de Hood llegaron a lord Robert Gordon, embajador británico en Rio de Janeiro, capital del imperio de Brasil, y a partir de 1826 también a manos de lord John Ponsonby.

Gordon y Ponsonby mediaban desde marzo de 1826, por orden de su gobierno, para buscar una solución al conflicto. Tanto el Imperio del Brasil como el gobierno de las Provincias Unidas habían solicitado, ya en 1825, la mediación de Londres en respaldo de sus intereses. Inglaterra, como Francia y Estados Unidos, sufrían daños a su comercio por la guerra naval en el Río de la Plata y el ataque de los corsarios republicanos en el litorial brasileño.

Ponsonby, el libertino

Es bueno echar una mirada a la biografía de Ponsonby para comprobar la infinidad de factores pueden incidir sobre el rumbo de la historia.

John Ponsonby (Irlanda, c. 1770-Brighton, Inglaterra, 1855), quien fue parlamentario y diplomático, "era un hombre apuesto, disipado y sin perspectivas políticas", sostiene el Oxford Dictionary of National Biography. "Tuvo un romance con lady Jersey, quien arregló su matrimonio con su hija de quince años, Elizabeth Frances Villiers, el 13 de enero de 1803. No tuvieron hijos. Poco después de su matrimonio, lord Ponsonby tuvo un romance con Harriette Wilson, que hizo público".

Él arribó a Rio de Janeiro a principios de 1826, y en setiembre se instaló en Buenos Aires como ministro plenipotenciario de Gran Bretaña ante las Provincias Unidas. El encargado de negocios británico desde 1825 era Woodbine Parish. Londres había reconocido la independencia de las Provincias Unidas ya en 1824.

Ponsonby llegó a América del Sur no por premio o por su especialización en asuntos difíciles, sino como sanción por haberse metido –no está claro hasta dónde– con lady Elizabeth Conyngham, una matrona madura que fue la última amante y amiga favorita del rey George IV, cuyo marido, un noble oportunista, aprovechó las circunstancias para ascender en la corte.

George IV ciertamente estaba un poco loco.

Los derroches del ahora rey habían sido fastuosos, tanto como para quebrar un montón de veces y recurrir al auxilio del Estado. En su juventud había sido bello, afeminado e increíblemente promiscuo, según la descripción de algunos de sus contemporáneos. Incluso apuñaló a una dama viuda, a la que asedió hasta convertirla por fin en su primera esposa. En sus últimos años era un ser inmensamente gordo, alcohólico, sufriente de gota y adicto al láudano. Y resentido por el éxito de Ponsonby con lady Conyngham, le pidió al ministro de relaciones exteriores, George Canning, que lo enviara lejos.

Buenos Aires, un sitio horrible

Ponsonby detestó su destino lejos. Buenos Aires "es el lugar más despreciable que jamás vi –escribió poco después de llegar–. Me colgaría si encontrase un árbol apropiado. Nadie vio un sitio tan desagradable como Buenos Aires; suspiro cuando pienso que tendré que quedarme aquí [...], en este lugar de barro y osamentas pútridas, sin carreras ni caminos ni casas pasables, ni libros ingleses, ni teatro soportable; nada bueno, como no sea la carne [...]. Además, la jactancia republicana con todo su vigor. Intolerable sitio".

En julio de 1828, en vísperas de la independencia de la Banda Oriental, fue transferido a Rio de Janeiro para sellar la paz y para sustituir a Gordon como embajador. Pasó la primera mitad de 1831 en Bruselas, negociando los términos de la independencia de Bélgica. Parece que entonces a veces actuó como un patotero, como ya lo había hecho en 1828 con Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires.

En 1832 Ponsonby fue destinado a Nápoles, capital del reino de las Dos Sicilias. Según el Oxford Dicionary, fue considerado para San Petersburgo, entonces capital de Rusia, "pero rechazado, tal vez porque su relación con la princesa Lieven (esposa de un príncipe ruso que era embajador en Londres) podría haberlo comprometido allí". Recibió el título de vizconde en 1839 y fue embajador en Constantinopla, actual Estambul, un puesto importante, entre 1832 y 1841. Salió bien parado y se lo recompensó con la embajada de Viena entre 1846 y 1850.

"Ponsonby tuvo gran influencia –afirma el Oxford Dictionary–, pero su comportamiento como embajador a veces avergonzó al gobierno. Tenía una relación animada con Palmerston (entonces ministro de relaciones exteriores, y más tarde primer ministro británico). Era uno de los pocos en el cuerpo diplomático que podía igualar a Palmerston y éste lo respetó por ello. Pero finalmente se pelearon en 1849".

Próxima nota: La estrategia británica para la región; una guerra agotadora y sin final a la vista; Lavalleja, el caudillo decisivo

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