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En vez de vacaciones, 90 jóvenes eligieron apoyar a inmigrantes en la Ciudad Vieja

Acamparon de miércoles a sábado de noche y compartieron con vecinos de la zona, muchos de ellos inmigrantes
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02 de abril de 2018 a las 05:00

El día estaba lindo para ir a la playa. También se prestaba para dormir la siesta o para salir a tomar mate a la rambla. En Montevideo había muy poca gente y las calles estaban vacías, pero en la rambla de Ciudad Vieja un grupo de jóvenes llamaba la atención por los colores de sus remeras. Había rojas, amarillas, verdes, naranjas y celestes. Sus caras estaban pintadas y las risas de los niños que jugaban con ellos se escuchaban desde lejos.

Eran sus vacaciones y esos chiquilines podrían haber estado haciendo cualquier otra cosa. Sin embargo, optaron por dedicar ese tiempo libre a los demás y participaron de la misión organizada por el Centro Exalumnos Salesianos Monseñor Lasagna en Montevideo. Si bien hubo otros amigos que les tomaron el pelo o les insistieron para que salieran de vacaciones con ellos, este grupo de 80 jóvenes armó un bolso, con el sobre de dormir y se fue de miércoles a sábado al colegio Juan XXIII. Desde allí partían cada mañana a la Ciudad Vieja para hacer pasar un rato entretenido a los niños del barrio.

Así estuvieron durante cuatro días. Algunos se conocían, otros nunca se habían visto. Lo único que tenían en común era que en algún momento habían estudiado en un colegio salesiano. Los colores que llamaban la atención en la rambla de Ciudad Vieja tenían que ver con que la religiosidad en esa congregación se expresa muchas veces a través del festejo y del juego. Una de las coordinadoras de la misión, María Noel Álvarez, dijo a El Observador que los salesianos utilizan herramientas lúdicas para enseñar catequesis y llamar la atención de los niños.

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El grupo de misioneros tenía entre 18 y 20 años. La mayoría tenía experiencia en salir a tocar puertas y conversar con los padres. Hacen eso todos los fines de semana en distintos barrios carenciados del país y la misión de este año se organizó porque ellos la pidieron. La coordinadora comentó que la iniciativa salió de los propios jóvenes, que querían una actividad que tuviera que ver con hacer servicio en Semana Santa, y además se proponían trabajar con los inmigrantes que cuando recién llegan viven en pensiones y en muy malas condiciones. Venían preparando la misión desde octubre del año pasado.

En la rambla había niños de todas las nacionalidades. Se acercaron familias peruanas, dominicanas, cubanas y venezolanas. Los animadores habían preparado juegos pensados para todas las edades y algo quedó claro en el grupo: esta vez no iba a haber una instancia de evangelización explícita. Álvarez explicó que, a diferencia de lo que hacen los fines de semana, en esta ocasión no sabían con quiénes se iban a encontrar. Como la idea era que participaran personas de todas partes del continente (y del mundo, si era el caso) querían respetar las creencias que cada uno tuviera. La tarde, entonces, fue todo juego.

El miércoles habían salido a repartir folletos por Ciudad Vieja en los que anunciaban que el jueves iba a haber juegos en la rambla y Pérez Castellano. Esa mañana habían salido a buscar a los niños por sus casas. Algunos adultos se negaban, otros los miraban con desconfianza. "Tiene sentido que no quieran que sus hijos vengan con nosotros, no nos conocen. Por eso siempre buscamos expresarnos bien, contarles qué vamos a hacer y también invitamos a los adultos a que vengan y así pueden ver que sus hijos están bien", contó Álvarez.

En la rambla se formaron pirámides humanas, hubo tiempo para pintar y también para hacer adivinanzas. Saltaron la cuerda, se pintaron las caras y jugaron a la mancha. Sobre un costado hubo un momento de guitarra, donde María Eugenia Rodríguez –una de las jóvenes misioneras– les preguntaba a los niños qué querían escuchar y ella trataba de encontrar los acordes correctos. Una de las madres que miraba de lejos cómo jugaban sus hijos, se animó y respondió: "Me gustaría escuchar Ozuna". Enseguida Rodríguez trató de tocar una canción del reggeatonero puertorriqueño, pero al rato terminó cantando una de Lucas Sugo.

¿Quién recibe más?

Los jóvenes que participaron de la misión organizaron la actividad con la intención de servir a los demás, pero –como siempre les termina pasando– se dieron cuenta de que en realidad son ellos quienes se llevan mucho de esa experiencia. "Cuando termina la misión te quedás pensando en los niños con los que compartiste esos días. Pasa lo mismo cuando termina el año y dejamos de ir todos los fines de semana a los oratorios en los barrios de la periferia de Montevideo. Siempre nos encariñamos, compartimos mucho con ellos", dijo a El Observador Joaquín Rodríguez.

Después de casi tres horas de juego en la rambla de Ciudad Vieja, el grupo de jóvenes misioneros sirvió la merienda: llevaron jugo de naranja y galletitas de frutilla para todos. Había niños que querían seguir pintando y otros que ya estaban cansados. Se sentaron en ronda y el juego pasó a ser charla, chistes y risas. Al poco rato ya habían terminado y algunos padres empezaron a llamar a sus hijos para que volvieran a casa.

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El grupo se encontró entonces con los demás, que estaban repartidos por distintos puntos de Ciudad Vieja. Había algunos en la parroquia San Francisco de Asís y otros habían ido a conversar con los pacientes del Hospital Maciel. "Necesitan un oído amigo, alguien que los escuche y les dedique un ratito de su tiempo", comentó Agustina Umpiérrez. Los 80 jóvenes fueron hasta la parroquia, donde celebraron la misa de la Cena del Señor –en la que se conmemora la última cena– con los vecinos del barrio.

La iglesia se llenó entonces de gente joven. Los mismos colores que llamaban la atención en la rambla se destacaban en la parroquia y uno de los curas lo hizo notar: "Hacía mucho que esta casa no se llenaba de esta manera", dijo. Enseguida se escucharon risas. Las guitarras estaban apoyadas contra los bancos y los jóvenes cantaban con entusiasmo. Sus remeras tenían frases inscritas, pero una resumía lo que habían ido a hacer esos cuatro días: "Tiempo para los demás", decía.

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