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Cuáles son los números que asfixian las exportaciones del campo

Las movilizaciones con protestas en el agro se han ido ramificando y a esta altura son muchos los sectores que sienten que la perspectiva se les va cerrando
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18 de enero de 2018 a las 19:00
Por Blasina y Asociados, especial para El Observador

El conflicto que se ha instalado en el agro puede ser interpretado de diversas maneras, pero para dejar subjetividades de lado, es conveniente observar variables que en estos últimos dos años han agregado presión a los márgenes con los que cuentan las empresas exportadoras y por qué estos se achican gradualmente, acercándolas a la asfixia.

Y es conveniente mirar la historia y ver cuántas ocasiones en las que la inflación superó largamente a la trayectoria del dólar (tanto por magnitud como por persistencia en el tiempo) llevaron a que el agro y todos los exportadores avisaran de su riesgo de asfixia. Muchas empresas perecieron así en anteriores momentos críticos.

El Índice de Precios al Consumidor (IPC) de Uruguay es un índice que tiene una base 100 y cerró el año 2017 en 172,86. La base 100 son los precios de diciembre de 2010. Por lo que dicho de otro modo, la inflación desde ese entonces ha sido 72,86%.

Eso han subido en promedio los bienes que consumimos de acuerdo a la canasta oficial. Y podríamos a grosso modo estimar que eso han subido los costos del productor.

Por un lado, eso es lo que ha subido el costo de vida de una familia en un promedio de su consumo: alimentos, vivienda, educación, vestimenta, etcétera. Redondeando, desde fin de 2010 para acá esos costos subieron 73%.

En los costos, algunos dolarizados suben menos, otros salariales suben más que el IPC y finalmente está el capítulo energía, costo fundamental de la producción agropecuaria.

El problema de los exportadores es que el precio de sus productos tienen dos componentes: el precio en sí, determinado por los mercados internacionales o la capacidad propia de venta, y el tipo de cambio, que multiplica ese precio por los pesos que se obtengan por cada dólar exportado.

Y aquí se da el principal causante de generalizada asfixia: mientras el IPC y presumiblemente el costo en general subieron el mencionado 73%, el componente dólar de los precios subió 43% en estos siete años.

Pero esta brecha no fue pareja. Hasta el primer trimestre de 2016, los productores la llevaban. Primero por los altos precios y porque, cuando bajaron, pareció que –como sucede en Oceanía– la moneda local ajustaba compensatoriamente. Bajan las materias primas, baja la moneda del país exportador, los exportadores obtienen más moneda local por dólar obtenido en el exterior.

En el buen momento de las materias primas, los exportadores australianos obtenían menos de un dólar de su país por cada dólar capturado en el exterior. De esa manera, aunque disfrutaban de un muy alto precio internacional, el beneficio lo captaba toda la sociedad por la valorización de la moneda. Los productores tenían atraso cambiario con auge de precios y se la bancaban.

Pero cuando los precios de las materias primas cayeron, la moneda compensó eso, aumentó el premio por cada dólar obtenido en el exterior y así pasaron de la paridad con el dólar 1 a 1 en 2010 a que el dólar estadounidense valiese 0,95 de dólar australiano para 2012, pero con la bajada de las materias primas subiera a 1,30 en 2015, capeando el temporal, porque esa depreciación de un 35% se hace en un contexto de inflación de entre 1% y 2%, que además no sube por lo que haga el dólar.

El dólar se ha mantenido estable en Australia, entre 1,25 y 1,30 australianos, hasta el presente.

En Uruguay los productores tuvieron un esperanzador efecto compensatorio del dólar hasta febrero de 2016. Pero desde entonces la inflación en dólares, la trayectoria divergente de precios dolarizados a la baja y costos rígidos hacia arriba ha ido sofocando a los exportadores, los productores y los industriales que procesan las materias primas.

Van 20 meses consecutivos de inflación en dólares superior a 10% por año, o en buen romance, vamos rumbo a dos años de suba de costos superior holgadamente a 10% con ingresos estables. Y la percepción de que no hay marcha atrás es la que causa un nerviosismo cada día mayor.

Porque, además de esa tendencia general, está la tendencia del precio de la energía. Entre 2010 y 2017 el gasoil subió –con el últimio ajuste– 59%, y tanto el último ajuste como el conjunto de estos siete años muestran al combustible clave subiendo algo menos que la inflación del período. Lo que quita competitividad es que mientras el gasoil tuvo esa suba de casi 60%, el petróleo Brent en pesos en el período subió apenas 2%, por una fuerte baja en dólares sumada al menor valor de la divisa estadounidense en el plano local. Pero a los productores les resulta cuesta arriba competir con quienes tienen una traslación más transparente y veloz de las subas y bajas.

Cabe reconocer de todos modos que los últimos meses han sido de una suba del petróleo que supera a la del Brent.

En síntesis, el doble desfasaje dólar/IPC y precio de la energía local/precio internacional o precio de los vecinos tiene a los productores contra las cuerdas.

La estrategia de Tabaré Aguerre, ex ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, era licuar esas adversidades a través del agregado de valor, la apertura de nichos, la autopista comercial con China, la defensa de la exportación en pie.

Y logró resultados: un récord de exportación en pie, una mejora en 2017 del precio de exportación y el volumen colocado de carne vacuna y ovina, una marca país prestigiada. Pero la parte de costos de la ecuación fue más fuerte.

¿Es que todos los sectores están igualmente mal? Pues no. El panorama más complejo es el de los cereales. Abundan en el mundo, el mercado ha vuelto a ser un ámbito de proteccionismo y nadie está dispuesto a que poblaciones vulnerables como las de Medio Oriente tengan alto precio para productos básicos. De modo que los cultivadores de trigo y cebada llevan tal vez la peor parte.

Trigo y arroz, así como maíz y sorgo, están en posiciones sumamente débiles en el mercado internacional y por lo tanto eso se agrava en el panorama local. Están mejor las oleaginosas que van recuperando precios a medida que mejora la demanda y por lo tanto se va procesando una reconversión a colza/soja.

En la ganadería vacuna el panorama es similar, el desfasaje entre lo que se cobra y los costos en ascenso desaniman en una mirada general, más allá de que hay nichos interesantes en la exportación en pie, el cupo 481 y certificaciones por orgánico o natural.

También está complicado el sector vinos, entre un mercado interno con consumo a la baja y destinos externos que aprecian al producto pero donde también pesa el dólar congelado.

¿Es que hay algún sector que esté bien? Pues sí, hay un sector y solo uno extensivo al que los mercados le sonríen: la lana fina está viviendo un envión con pocos precedentes en la historia. El precio de la lana fina en Australia se ha disparado y la tendencia puede ser capitaneada por las compras de China, como en tantos otros rubros, pero también por una revalorización del concepto de prendas naturales.

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Lácteos y arroz en problemas

Dos sectores especialmente complicados en la actualidad son el arrocero y el de la lechería.

Eso es un indicativo de que algo pasa en el agro uruguayo, en las exportaciones de Uruguay, hay algo que no está funcionando bien.

Es cierto, el arroz como todos los cereales tiene un precio chato en el mundo.

Pero Uruguay ha diferenciado el producto y logrado productividades tan altas que la baja del área es indicativa de los problemas estructurales del país.

Buena parte de los productores elige probar suerte en Paraguay, mientras otros simplemente abandonan la actividad, como han abandonado los productores de leche.

Es otro de los casos en los que el IPC le saca apreciable ventaja a las subas del precio de la leche al productor.

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