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Loser, de Beck: el himno de la generación X

Un absoluto desconocido para el mundo de la música marcó el camino estético del pop más elegante a partir de 1994.
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22 de noviembre de 2017 a las 05:00

[Por Javier Lyonnet]}

Ocurrió en 1994, un año clave, bisagra, que terminó de articular la nueva escena de la música pop: lo alternativo había pasado a ser definitivamente el mainstream. El rap crecía con fuerza en la industria. El neopunk norteamericano surgía como una alternativa potente, con el sorprendente Dookie de Green Day. El grunge enviudaba, perdiendo al último líder generacional. Y la música electrónica se abría paso, escapando a su estrecho círculo esnob, para captar nuevos públicos. En ese microclima, un flaquito de Los Ángeles, un rubiecito con aires nórdicos que parecía perdido en los barrios negros y latinos, encarnó la síntesis de todas esas tendencias y tensiones. Loser fue un acontecimiento inesperado en un año lleno de discos importantes de artistas consagrados. Para muchos, era un éxito aislado y pasajero: no pasaba nada con ese pibe.

Con un aire folk que disimula la complejidad de las capas que sostienen sus canciones, Beck Hansen supo aprovechar esa rendija que le ofrecía ser la revelación del año y se consolidó como un outsider excéntrico y difícil de clasificar que llegó para desacomodar un poco ese juego de casilleros estructurados que era la industria de la música. Loser fue su carta de presentación y la puerta de entrada al universo Beck, que sirvió de influencia a artistas de géneros tan diversos como LCD Soundsystem, Fun Lovin' Criminals, Gorillaz, Air, las japonesas de Cibo Matto, Cake y Kesha.

Homeless de ida y vuelta

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En su adolescencia, a fines de los años de 1980, Beck andaba en bici por Hollywood Boulevard, atraído por la moda punk y el hip hop callejero. Su padre tocaba música country, y en sus vacaciones de verano en Kansas con sus abuelos asistía a los sermones de su abuelo en la iglesia presbiteriana, en jornadas pobladas de himnos. Su otro abuelo era un artista plástico bastante excéntrico y anárquico. Vivía en Europa y hacía cuadros de mujeres desnudas con colillas de cigarrillos recogidas de la calle. Luego rociaba todo con pintura plateada en aerosol. "Su onda era agarrar basura y convertirla en arte, Supongo que yo trato de hacer lo mismo", dice Beck.

El músico asegura que sus primeras actuaciones en público fueron a bordo del transporte colectivo. En 1989, a los 19 años, con una guitarra y 8 dólares en el bolsillo, atravesó todo Estados Unidos en ómnibus para ir a Nueva York.

Allí vagabundeó durante un verano, buscando trabajo y un lugar para vivir con poco éxito, según una crónica de Rolling Stone, hasta que dio con la escena antifolk, una especie de expresión punk acústica que le caía muy bien. Pasado poco más de un año se tomó el bondi de regreso a California después de, según dice, usar a todos sus amigos: "Todo el mundo se cansó de mí".

El peor rapero del mundo

La experiencia neoyorquina no le alcanzó para mejorar su estatus en Los Ángeles. En los clubes de rock donde tocaba apenas hacía unas actuaciones de dos o tres minutos entre los músicos de verdad. En ocasiones no llegaba a cantar, sino que, por ejemplo, vaciaba una bolsa de hojas en el escenario y se las arrojaba al público con una máquina sopladora.

Aun así, tenía algún contacto en la industria musical y, como era un compositor prolífico y dedicado, tuvo su oportunidad. Su amigo Tom Rothrock, que estaba empezando con un sello independiente, le ofreció unas horas de estudio con un productor que hacía bases de hip hop. Ahí fue Beck, y después de mostrarle al hombre su material folk —que poco impresionó al tal Karl Stephenson— empezó a rapear y a tocar la guitarra con slide. Stephenson le agregó un ritmo de batería y cuando lo escucharon, Beck dijo: "Pah, soy el peor rapero del mundo, soy un perdedor". Y empezó a cantar, "sooooy un perdedor, I'm a loser baby, so why don't you kill me".

Convenientemente grabado y editado en 1993, Rothrock insistió en publicar Loser como un single en vinilo. Inesperadamente, provocó una sensación radial. Primero en las frecuencias alternativas y universitarias, pronto en las emisoras comerciales.

Los sellos empezaron a hacer cola para firmar con Beck, que le dio a la derecha a Geffen Records, en parte porque accedió a permitirle grabar discos experimentales con sellos pequeños.

Incoherencia trascendente

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Beck hizo una grabación más profesional de Loser para Geffen, que editó rápidamente un EP con cinco canciones. La letra alternaba versos logrados con otros francamente incoherentes, pero su estribillo era tan contagioso que la canción se imponía.

El experimentado crítico Jon Pareles, del New York Times, define a Loser como un perfecto reflejo del sentimiento de la generación que tenía veintipocos años en 1994, con claros guiños que atrapaban a los fanáticos de todas las épocas. "Captura esa postura desafiante y autoindulgente de la época y tiene un par de ingredientes secretos; el coro remite a Hey Jude de los Beatles y el rapeo de Beck recuerda al fraseo de Bob Dylan", según Pareles.

Al principio, Beck pareció no darse cuenta de lo que tenía entre manos. La MTV, ya madura, era más que un canal de videoclips en 1994. En el programa 120 minutos, Thurston Moore, de la banda Sonic Youth, lo entrevistó semanas antes de que saliera su disco Mellow Gold, el 1° de marzo de ese año. Beck volvió a mostrar actitudes como la del "soplador de hojas": en respuesta a una de las preguntas sacó un pasacasete de mano, puso play y contestó con algunos segundos de "ruido blanco". La respuesta a otra pregunta fue sacarse un zapato y arrojarlo hacia la escenografía. Parecía confirmar los augurios de quienes lo veían como un one-hit wonder que no se sostendría.

Sin embargo, con Mellow Gold y el posterior Odelay inició una carrera prolífera, se dejó rodear y aconsejar para adquirir una elegancia que lo confirma como un músico brillante y versátil (ver Mutations y Midnite Vultures, sus siguientes discos, todos previos al 2000), capaz de marcar tendencias y anticipar el siglo XXI con su collage de influencias. Para muchos, el Prince blanco de los años noventa.

Cienciología y tolerancia

Beck pertenece a la iglesia de la Cienciología, cuyo más famoso fiel es Tom Cruise. Tal vez no es uno de los aspectos más conocidos de su personalidad, pero no es algo que oculte ni proclame. "Ha sido útil", asume. Su padre fue quien lo inició en esta doctrina, a menudo calificada de una secta. Ante los cuestionamientos que le plantearon en alguna entrevista el músico respondió: "Me desagrada cualquier tipo de intolerancia, sobre todo, cuando la intolerancia está dirigida hacia algo que ayuda a los niños a aprender a leer, a los adictos a dejar las drogas y a los delincuentes presos a comenzar una nueva vida".

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