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Macron: no valen todas las palabras

La próxima cruzada del presidente francés será contra la libertad de expresión
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15 de enero de 2018 a las 04:38

Un presidente ostentoso, amante de la pompa, al que claramente le disgusta la oposición legislativa, y querría vivir munido de facultades extraordinarias. No solo eso: hará todo por frenar la emigración extranjera; querría gobernar su país como si fuese una compañía, y ahora la emprenderá contra lo que ve como excesos de la libertad de expresión.

No se trata, sin embargo, del presidente que todos aman odiar, sino del francés Emmanuel Macron, a quien el mundo tiene por lo que no es: moderno, revolucionario, liberal.

Técnicamente, Francia está bajo estado de excepción desde los atentados terroristas de noviembre de 2015. Macron quiere que permanezca así, habilitando, por ejemplo, los allanamientos sin orden judicial. Se lo hubiera explicado F.A. Hayek: “las ‘emergencias’ han sido siempre el pretexto por el cual las salvaguardas a la libertad individual han sido erosionadas”.

El presidente ama, como el otro del que la gente lo siente tan distante, la opulencia del cargo. Quienes tratan con él lo perciben como un rey; su campaña electoral llegó a compararlo con Júpiter, se dirigió al parlamento desde Versalles, y celebró su cumpleaños número 40 en el castillo de 440 habitaciones que construyera Francisco I en Chambord.

Ninguna de estas cosas se le hubiera ocurrido al otro, y sin embargo la prensa internacional insiste en presentar a Macron como una suerte de joven maravilla liberal que, por cierto, no luce como tal ante los ojos de los franceses. La elección legislativa que le diera, en 2017, una aplastante mayoría de 350 escaños sobre 577, apenas contó con el 48,7% de votantes registrados en la primera vuelta, cayendo a 42,6% en la segunda. Y, desde entonces, la imagen presidencial del niño milagroso no ha hecho sino erosionarse: al fin de cuentas, ya todos han descubierto que la revolución que se planteaba no es sino más de lo mismo.

El presidente francés ha desplegado, con motivo de su discurso de comienzos de año ante la prensa, su última iniciativa para el que espera sea un período de realizaciones: la regulación de las llamadas “falsas noticias” (fake news) que se difunden, en períodos electorales, por las redes sociales. ¿Qué procura? “Hacer evolucionar la legislación para proteger la vida democrática” de este flagelo.

Como tantos otros, Macron guarda malos recuerdos de las noticias falsas. Estando en campaña en 2017 las redes bullían de informes que afirmaban que el hoy presidente tenía una cuenta bancaria en las islas Bahamas, que sus cofres recibían aportes provenientes de Arabia Saudita, o que mantenía una relación homosexual. Un exasperado Macron llegó a apuntar su dedo a Rusia, de donde, aseguró, llegaba esta estrategia de “intimidación militar y guerra de la información”.

Ya no más. Ahora, Macron propondrá al legislativo que controla su partido La République En Marche (REM), la aprobación de nuevas reglas que regirán en períodos electorales.

Procurando la “transparencia” informativa, las autoridades podrán ahora accionar expeditivamente (nuevamente en formato de “emergencia”) a fin de eliminar o bloquear contenidos on line que pudieran ser falsos. No solo eso: el Consejo Superior Audiovisual que monitorea a los medios de comunicación estará ahora habilitado para individualizar noticias o instituciones que supuestamente estén embarcadas en la “desestabilización”, o estén “controlados o influenciados (sic) por otros estados”.

Macron se entusiasma con la idea: quiere también que se otorguen “certificados de calidad” a los medios de comunicación, los que nos permitirán conocer cuales de ellos están embarcados en “propaganda articulada a través de miles de cuentas de los medios sociales”.

“No valen todas las palabras”, resumió el presidente.

Qué curioso que haya gente que insista en llamar al presidente francés liberal, y precisamente en el momento en que dispara esta salva de horrores en coincidencia con el tercer aniversario de la matanza en la sede de la revista Charlie Hebdo, ante el que Francia supuestamente renovaba su proclamado compromiso con la libertad, tal como figura en el art. 11 de la Declaración de Derechos Humanos y Cívicos del país.

Macron cree que hay una conspiración rusa que echa mano a la “desinformación”. Ha referido, por ejemplo, que una encuesta del canal estatal France 24 muestra la propensión de los franceses a creer en teorías conspirativas o, por ejemplo, que la tierra es plana (16%). El presidente se asusta, y expresa: “¡El 31% de los encuestados cree que los servicios secretos occidentales manipulan los grupos yihadistas detrás del Estado Islámico!” Conclusión: los franceses son manipulables a la mentira, y deben ser preservados.

El silogismo es sugestivo, pero incurre en un error muy demostrable: los servicios secretos occidentales efectivamente manipulan a los grupos islámicos, y la legislación que Macron propondrá meramente permitirá a su gobierno suprimir esa información.

Antiliberal profundo, Macron echa mano a todas las torpezas enemigas de la libertad, incluida esa estupidez de calificar a las palabras entre las que valen, o no.

Olvida que para un liberal la desinformación es infinitamente más valiosa que la información controlada por elEstado, que es lo mismo que información controlada por quienes controlan el Estado… como Macron, casualmente.

¿Qué es “fake news”? ¿Quién la define? Se trata de un novedoso y complejo dilema para resolver el cual las nociones sembradas por John Stuart Mill en 1852, hoy tan pisoteadas por Macron, siguen siendo válidas. Facebook, con algo más de tino, iniciará el camino de transparentar a sus usuarios las fuentes, rompiendo, por ejemplo, con las configuraciones de audiencias cautivas. Twitter, mejor orientada aún, ha invitado a sus usuarios a contrarrestar las supuestas informaciones falsas con más información.

Solo Macron ha propuesto el disparate de poner en manos del no muy liberal Estado francés las llaves de la libertad de expresión… y pasar por reformista en el intento.

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