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Manos que visten al carnaval

Dos vestuaristas de generaciones distintas cuentan las historias detrás de sus trajes y cómo construyen sus maneras de acercarse al otro a través del diseño
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11 de febrero de 2018 a las 05:00
Una antena, un inhalador, una pandereta de juguete y un zapato de bebé. Esos son algunos de los amuletos que los murguistas de Cayó la cabra llevan pegados a sus trajes en la odisea por los tablados. Es posible que desde abajo del escenario no se vean, pero lo importante es que se sientan. Mercedes Lalanne es quien diseña los trajes y sabe bien que el código para funcionar en carnaval es cultivar el afecto y entusiasmo de los componentes. El amuleto acompaña, es personal. Es un gesto que solo entiende el murguista, pero dice todo.
 
Cuando Mary Villalba habla de Nazarenos, los parodistas a los que viste desde hace casi dos décadas, dice "los míos". No es una apropiación figurativa, tres de ellos son sus hijos, otro es su marido y al resto es probable que los haya adoptado también.
 
 
Cuando los suyos salen a escena tienen que salir a brillar. Podrán tener bajo presupuesto, podrán no tener las telas más caras, pero a sus trajes nunca les va a faltar el detalle que los haga especiales. No sea, dice, que vaya a aparecer otro conjunto con la misma ropa.
 
A los suyos, Mary los cuida.
 
La categoría de vestuario tiene cada vez más presupuesto, trabajo e importancia dentro del Concurso Oficial de Agrupaciones de Carnaval. Mary y Mercedes son dos de sus exponentes. Una es madre, costurera autodidacta y principal promotora de Nazarenos. La otra, diseñadora profesional y con años de trabajo en artes escénicas y televisión. A una, el carnaval le llegó como un mandato de familia. A la otra, como una casualidad vocacional.
 
Cayó la Cabra sale con una cuadrilla rebelde y el diseño de vestuario de Mercedes Lalanne.

El orden no altera el producto

Cuando Mary se casó con Miguel, nunca imaginó que tendría que compartirlo con otro amor. Un año después, Miguel empezó su romance con el carnaval, que le duró los mismos años que el matrimonio: medio siglo. Y no hubo alternativa: "Si no puedes contra el enemigo, únete a él", se dijo.
 
No sabía dar una puntada, pero aprendió a la fuerza. Cosía y descosía. Ayudaba a otras vestuaristas. Aprendió a cortar. Hoy es el centro y esencia de toda prenda que vistan los componentes de Nazarenos en el escenario y eso implica, en promedio, el diseño y la confección de unos 200 trajes.
 
"Mi trabajo se trata, sobre todo, de un acto amoroso con el que lo va a recibir", dice Mercedes Lalanne vestuarista
 
Si alguien quiere encontrar a Mary Villalba durante enero, sabe que en su casa no va a estar. A dos cuadras de las viviendas de Sayago donde vive la familia Villalba, tiene su refugio. Allí conserva centenas de prendas colgadas de percheros. Tiene percheros atrás de percheros en un laberinto adornado por cajas con gorros, pelucas, camisas, pantalones y trajes.
 
Lo suyo no es el dibujo técnico ni el orden meticuloso, sino más bien la centralización creativa y el desorden a conciencia. En lo que para el ojo ajeno sería una pila de retazos, ella sabe dónde está cada cosa, de qué año es y cuánto le queda.
 
Durante un tiempo, Mary fue la suerte de algunas agrupaciones, que recibieron premios tan seguido que creían que tenerla en sus filas era como comprar el tique ganador antes de empezar. Entre ellas, Falta y Resto y La Reina de la Teja. Pero ahora solo tiene ojos para el proyecto familiar y su misión es mantenerlos unidos bajo su ala.
 

El método

El primer encuentro de Mercedes con el carnaval fue a los 19 años, cuando una amiga la llevó al tablado. Pocos años después, un componente de la murga Queso Magro le pidió que hiciera el vestuario. Sin saber mucho, pero con la decisión de dedicarse al diseño, se embarcó. El próximo paso fueron los Diablos Verdes, y tras 15 años en el rubro también vistió a Agarrate Catalina y recibió varios reconocimientos.
 
Pero a los 23, cuando recién empezaba, Mercedes –inexperta– tuvo que darse de cabeza contra la idiosincrasia del carnaval. "Meche, chiquita, querida, no te preocupes, lo cobrás otro año haciendo otro trabajo", recuerda que le dijeron cuando llegó la hora de ser remunerada. De hecho en 2017 tuvo que hacer pública la falta de pago de Diablos Verdes a su equipo.
 
"Yo siempre digo que los técnicos que trabajamos en carnaval tenemos que quererlo, nos tiene que gustar. Es imposible trabajar en este ámbito y que no te guste artísticamente, porque no soportás la informalidad y los códigos", dice.
 
El resto de los meses del año Mercedes los dedica a la publicidad, las artes escénicas y la televisión, áreas donde el trabajo suele ser más formal y metódico. Estas dos características son las que, dice, aportan ella y su equipo. Son también las características de un carnaval cada vez más profesionalizado y consciente del efecto visual de un diseño planificado.
 
 

Los gestos

Durante enero, Mary pone en pausa sus roles de madre, abuela y esposa para dar color a la representación. Y visto desde otra óptica, eso es lo más maternal de todo. La calesita se repite todos los años: termina el carnaval, el cansancio hace mella y los suyos empiezan a hablar de no salir más. Mary escucha y empieza su trabajo de hormiga: "Así los voy llevando y cuando queremos acordar ya estamos otra vez en la rosca", dice triunfante.
 
"No tengo título de ningún tipo. Aprendí a coser desarmando y con lo que me da la cabeza para armar", dice Mary Villalba, vestuarista
 
"El año que decidieron parar, en 2010, para mí fue horrible", cuenta. Y sigue: "Esta es la forma de estar todos juntos, de que la familia siga. Y hasta las nenas (sus nietas) se prenden. Están viendo que hay un amor hacia algo, que cuesta y que, como cuesta, se quiere. Y que me digas que no salimos más...".
Mary sabe que algún día va a tener que tomarse vacaciones, pero por ahora las esquiva.
 
 
Este es el primer año de Mercedes con "Las Cabras", como le dice a la murga, y el truco de los amuletos funcionó a la perfección. Durante una prueba de vestuario, uno de los integrantes le acerca el suyo, una réplica en miniatura de su personaje, hecha para la ocasión.
 
Esa es la clave, el bolsillo para los puchos y la plata, el ajustecito donde molesta, el destaque del rasgo favorecedor. Son los detalles que hacen valer la profesión: "Mi trabajo se trata sobre todo de un acto amoroso con el actor. Hay un vínculo de cuidado, de contemplación, que para mí es de las tareas más lindas que tenemos los vestuaristas".
 
El resto, dice Mercedes, queda en manos del murguista. Una vez que todo llega al escenario hay que soltar y dejar que el traje y el murguista hagan lo suyo. Durante la obra, Mary prefiere quedarse entre los telones, por si la necesitan; espera a que pase el temblor, luego se sienta cómoda en su casa y los mira por televisión.
 
 
 

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