José Serra, exministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Michel Temer

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Mercosur: nuestra droga favorita

El cambio de autoridades en Brasil ha despertado, bruscamente aunque por un rato, a Uruguay de su sopor
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21 de mayo de 2016 a las 15:32
Por Álvaro Diez de Medina

El cambio de autoridades en Brasil ha despertado, bruscamente aunque por un rato, a Uruguay de su sopor. Algo va a tener que hacer en relación a nuestros gananciales con Brasil: ese Mercosur que hemos terminado por convertir en un mate lavado de la retórica. Nuestra droga de preferencia.

El hecho es que, tras trece años de diplomacia lulo-petista, el nuevo ministro de relaciones exteriores brasileño, José Serra, parece determinado a devolver a Itamaraty su perdido prestigio. Político de aspiraciones presidenciales, fue designado como primera figura de la diplomacia brasileña con el inocultable propósito de sacarlo de en medio de las luchas que se desatarán en el seno de los dos años que restan a la administración de Michel Temer. Incuestionablemente inteligente, debe percibir que no tiene más rumbo que el éxito, si es que quiere seguir brillando en la constelación política brasileña.

Su primera tarea, se nos dice, será la de prestigiar la política exterior brasileña, horadada por la tonta ideología de las izquierdas y sus banales declamaciones, desprestigiada al punto de tolerar, sin más, la confiscación ilegítima de intereses brasileños, o la injerencia indebida de organismos externos en una conducción improvisada de su diplomacia.

La segunda tarea, por cierto, será la de romper el corsé suicida del dirigismo comercial: esa fórmula que ha maneado a Brasil con reglamentaciones proteccionistas, con la corrupción de las reglas de "contenido nacional", con la discriminación tributaria, en aras del mamarracho conceptual que se suele llamar "política industrial".

La estación de destino de las necesarias reformas no debería sino ser una: producir una política exterior al servicio de un país abierto, ansioso por participar de las llamadas "cadenas de valor" internacionales, alejado de las charangas y panderetas del "diálogo sur-sur", del "foro de Sao Paulo", del imaginario combate contra los países "hegemónicos".

Es en este contexto que entra nuestro deshilachado Mercosur. El embajador Rubens Barbosa, antiguo coordinador nacional brasileño en esta frustrada esperanza en la apertura y la liberalización, hoy caracteriza con claridad su estado de salud: "se transformó en un foro de discusión política y social (...) quedó totalmente paralizado, con sus acuerdos congelados, sin avances (...) con las nuevas formas de comercio y negociación comercial, como el TPP (Acuerdo Trans-Pacífico), el Mercosur está completamente afuera".

Es a eso a lo que se refería, en 2015, el entonces senador Serra cuando declarara que el Mercosur "fue un delirio megalomaníaco", reducido a promover una unión aduanera, en mengua de la soberanía comercial brasileña. El Mercosur, para Serra, terminó por paralizar la política de comercio exterior brasileña, impidiéndole abrir cauces al comercio al tener que cargar con sus socios fundadores, a los que, como agravante, se les sumaran, por imposición ideológica, "esas potencias económicas" (sic), Bolivia y Venezuela.

Los ruidos de la tormenta que se avecina son los que ahora han llevado a la administración Vázquez a hacer circular un documento en el que, siempre insistiendo tardíamente con lo que no es original, retoma la manoseada idea de proponer a los socios del bloque la posibilidad de que cada uno de ellos pueda concluir acuerdos de libre comercio con otros países o bloques. Para resumirlo: reconocer, 25 años tarde, que la unión aduanera era un "delirio megalomaníaco", y plantearse como objetivo una posible, tardía, hipotética, ahora incierta, zona de libre comercio.

Y así, tarde y mal, vuelve a dar vuelta nuestra infaltable calesita: la de los expertos que aplauden la iniciativa, la de los que advierten sobre su compleja implementación, la de los que se conduelen de abandonar, sin más, una inutilidad tan querida, y la de los que advierten sobre el cataclismo que se cierne sobre nuestras cabezas, abandonados de la mano del dios de la integración que no funciona.

¿Qué hacer, por ende, entre tanto diagnóstico encontrado? ¿Y qué garantías tenemos de poder hacerlo, recordando que el régimen frenteamplista cuenta con, por lo menos, dos interpretaciones políticas en relación a este tema, una de las cuales es casi norcoreana, en tanto la otra es apenas una improvisación retórica?

Propongamos algunas claves para empezar a pensar sobre el asunto.

La primera es la de recordar que, se defina el tema como se defina, la nueva administración brasileña claramente saldrá a revertir el freno multilateralista de la desastrosa política exterior lulo-petista: una economía empantanada y relevante como la brasileña procurará, de ahora en más, salir al mercado de los acuerdos comerciales internacionales, de los que ha quedado manifiestamente relegada. Brasil reverá, con nuevo ímpetu, su oferta comercial a la Unión Europea. Insuflará nueva vida a las posibilidades que le abre el bloque de los Brics (Rusia, India, Sudáfrica, China). Evaluará, sin duda, la utilidad del Mercosur, solo que sobre la base de acuerdos de complementación con Argentina. Procurará acercar posiciones hacia un acuerdo con EEUU, y otro con Japón.

La segunda es la de recordar que, en este nuevo escenario, la puesta en escena de óperas bolivarianas ha llegado a su fin. El primer acierto que le he oído al ministro Rodolfo Nin es el de indicar que Brasilia querría que el bloque le aplicara la manida "cláusula democrática": nada expondría tanto al Mercosur a su ridículo como el ver a Montevideo, Caracas y La Paz mordisqueando los talones de la única economía que da sentido al bloque ante el resto del mundo.

Y, nuevamente, llegamos a donde siempre llegamos: el ámbito interior de nuestra política exterior.

Por 25 años, sucesivos gobiernos han ofuscado al país, a sabiendas algunos y otros sin saberlo, respecto a las posibilidades del Mercosur.

Si el emprendimiento hubiera realmente funcionado, el desafío hubiera sido, empero, el mismo que hoy enfrentamos, ahora desde el fondo de su resonante fracaso: el de superar un modelo de vida y producción basado en esa camisa de fuerza que componen monopolios, un Estado imposible, reglamentaciones que crecen con las horas, penalización de la productividad, desestímulo al empleo, atraso cambiario, endeudamiento público, destrucción del capital educativo y desfonde de la seguridad ciudadana.

Pensar, como ahora insinúa el rostro "civilizado" de esta administración, que un acuerdo comercial o varios conjurarían el milagro de una prosperidad que permita seguir viviendo en medio de esa infernal cocción es, por decirlo con cuidado, una tontería.

He visto, en el mismo sentido, con abatimiento, que se convoca para la próxima semana, por parte del Partido Independiente y el grupo Espacio Abierto del Partido Colorado, a un foro más en torno a los Desafíos de la Política Internacional. Se lo hace en el seno de lo que se llama ... ¡"La Agenda Social-Demócrata"!: ese placebo con el que, año a año, se insiste en engañar a la nostalgia nacional. El que siempre nos promete el espejismo de almacenar nuestras tortas y comerlas al mismo tiempo.

La Tercera Vía. El Dorado de nuestros políticos. Nuestra segunda droga de preferencia.

Pues bien: más de un siglo de experiencia nos indica que se tratará de otra vuelta en esa calesita que, de tanto estar en el mismo lugar, nos sigue alejando de todo, y a la mayor velocidad posible.

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