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#MeToo: las mujeres no nos callamos más

Time eligió al movimiento que denuncia la violencia sexual como personaje del año
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07 de diciembre de 2017 a las 05:00
La foto de portada –sobria, sin trucos, casi sin color- muestra a cinco mujeres. Todas visten de negro. Tienen los ojos encendidos; la mirada desafiante, convencida; los labios apretados.

Están en silencio. Ya lo dijeron todo.

La tapa es la edición de diciembre de la revista Time, la que le muestra al mundo cuál es la persona del año para la influyente publicación estadounidense. En el pequeño título, a la izquierda de la imagen, se pueden leer estas líneas: "The silence breakers. The voices that launched a movement" (Las que rompieron el silencio. Las voces que lanzaron un movimiento). Una vez más una portada resume la historia. Una vez más una fotografía inmortaliza un momento memorable y resume el espíritu de este tiempo (eso que los alemanes llaman zeitgeist).

La actriz Ashley Judd, la cantante pop Taylor Swift, la ex ingeniera de sistemas de Uber Susan Fowler, la lobista californiana por los derechos de las mujeres Adama Iwu y la mexicana Isabel Pascual que trabajaba recogiendo frutillas son cinco de todas las mujeres que en el correr de 2017 dijeron: "Basta. No nos callamos más". Algunas son extremadamente conocidas. Otras son casi anónimas. Ellas –junto a otras tantas- son los rostros, la imagen del movimiento #MeToo. Son, por ende, las mujeres que hicieron que el resto habláramos del asunto con un poco menos de miedo, en público, con la voz firme.

Vivimos años, décadas, siglos calladas. Un comentario, una mirada, una mano fuera de lugar y nosotras nada, silencio. Creímos, crecimos creyendo, que esa manera de comportarnos –de aceptar con los ojos mirando al piso, el paso apurado y el grito contenido– era lo que nos tocaba. Así eran las cosas. Muchas tardaron en verlo, en comprender que tenemos un problema. Otras tantas siguen sin saber o entender que hay ciertas frases, ciertos ojos lascivos, que no tienen por qué ser tolerados. Al final del día, así no son las cosas.

Por eso una habló. Y después otra. Y otra. Y así. Rompieron (rompimos) el silencio. Aparecieron en Estados Unidos, en el Reino Unido, en Suecia (y se replicaron en el mundo); eran mujeres hartas de vivir con los labios apretados.

El artículo que acompaña la portada de Time empieza así: "Las estrellas de cine no se parecen en nada a ti y a mí (...). Sin embargo resulta que –en las formas más personales y dolorosas– las estrellas de cine son más parecidas a ti y a mí de lo que supimos jamás". De pronto Judd, Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Uma Thurman dejaron de ser tan lejanas, tan poderosas, tan inmortales. A ellas les pasan las mismas cosas horrendas, intolerables que a todas.

Les costó hablar como le cuesta a cualquiera. En su columna de El País de Madrid de esta semana la periodista argentina Leila Guerriero cuenta el caso de una mujer que en un viaje de avión tuvo que pedir que le cambiaran de lugar porque el hombre que estaba sentado a su lado se estaba masturbando. Hizo la denuncia. Nada se supo al respecto. La noticia explotó cuando el presidente de la aerolínea hizo sus descargos. El pasajero negó todo. Guerriero narra cómo vivió un episodio similar. Y concluye: "Por qué no dije nada entonces. Esa pregunta que me vuelve a mí —no a él— sospechosa. No dije nada para evitar que otros hicieran lo que ustedes hacen: dudar de la única evidencia que una mujer, en esas circunstancias, tiene: la palabra propia".

La sumatoria de mujeres públicas –actrices, modelos, cantantes que tienen cientos de miles de minutos de exposición, millones de seguidores en sus redes (el post de Thurman en Instagram haciendo público el acoso que vivió por parte de Harvey Weinstein tuvo casi 200 mil me gusta)– lo que hace es lograr que alzar la voz sea un poco menos complejo. Aún lo es. Como dice el texto de Time, "si las estrellas de cine no saben a dónde ir, ¿qué nos queda al resto de nosotras?".

Pero los vientos están cambiando. En su columna de noviembre de The Guardian Jessica Valenti escribe: "Seamos agradecidas por estas mujeres que dan un paso al frente y arriesgan sus reputaciones y sus vidas para terminar con el silencio alrededor del abuso y el acoso".
Ojalá que la palabra propia, la femenina, tenga de una buena vez valor.

Y que los Weinstein, los Bill Cosby, los Louis C.K., los Casey Affleck, los Dominique Strauss-Kahn, los Ari Paluch sean cada vez menos impunes y sean ellos, por fin, los que sientan miedo y vergûenza.

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