Nebuloso escenario brasileño

La revuelta olla política de Brasil agrega nuevos ingredientes de incertidumbre con la posible candidatura del presidente Michel Temer a seguir en el poder y la probable proscripción judicial y encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva. A pocos meses de la elección presidencial, Lula queda cada vez más lejos de su ambición de volver a gobernar y más cerca de la cárcel. El Tribunal Superior de Justicia acaba de rechazar por unanimidad la más reciente de las muchas apelaciones fracasadas de Lula para zafar de la condena a 12 años de prisión, impuesta bajo cargos de corrupción. Su última chance de seguir en libertad depende del Supremo Tribunal Federal, máximo tribunal del país que ya el año pasado emitió un fallo genérico que perjudica al expresidente y que ahora se expedirá específicamente sobre la última instancia de apelación que le queda a Lula. Y debido a la sentencia en su contra, se anticipa que la autoridad electoral le prohibirá postularse.

Pese a que mantiene alta popularidad, su ocaso ha precipitado el derrumbe de su izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), agravado por la destitución de su sucesora Dilma Rousseff en 2016. A tal extremo ha llegado el colapso de la izquierda brasileña que varios partidos de esa tendencia, incluyendo el desprestigiado PT, han lanzado un movimiento de unidad ideológica para votar juntos en la elección de octubre. Pero su manifiesto de "aproximar los programas partidarios de la izquierda" omitió significativamente mencionar a Lula, en tanto no aparece por ahora un candidato que lo reemplace.

Los postulantes definidos hasta ahora y que siguen a Lula en popularidad parecen lejos del respaldo ciudadano requerido para ganar la presidencia. Uno es Jair Bolsonaro, un exmilitar de extrema derecha cuya plataforma se basa en terminar a sangre y fuego con la delincuencia y erradicar la corrupción. Este flagelo infecta desde hace muchos años a casi todo el sistema político y a buena parte del empresariado y ha llevado a la cárcel o a juicios pendientes de sentencia a centenares de políticos de primera línea de los partidos mayores y a magnates de grandes corporaciones privadas por los escándalos generados en Petrobras. A Bolsonaro lo sigue de cerca en popularidad Marina Silva, una ecologista escindida del PT que no despega de un modesto porcentaje de partidarios.

En este nebuloso escenario electoral ha irrumpido sorpresivamente Temer. Es uno de los presidentes más impopulares de la historia por el rechazo a las duras medidas de austeridad que ha impuesto en el campo laboral y en el gasto público. Lo sobrevuelan además acusaciones de corrupción. Pero desde que sucedió a Rousseff logró sacar a Brasil de dos años de aguda recesión y encaminarlo a un modesto crecimiento del Producto Interno Bruto. No ha anunciado su candidatura. Pero basado en la frágil esperanza de que la recuperación económica le gane la aprobación ciudadana que hoy lo elude, se reveló que ha iniciado rondas de consultas con los dirigentes de los partidos que lo apoyan para decidir una postulación hasta hace poco impensable. La política brasileña es asiduamente una caja de sorpresas. Volverá a haberlas entre ahora y julio, cuando se formalizarán las candidaturas para octubre y presumiblemente se habrá confirmado la saludable exclusión de Lula.