No hay conspiración sino esperanza

El favoritismo de Sebastián Piñera en la elección presidencial de Chile el domingo confirma el creciente alejamiento popular de los gobiernos de izquierda en la región. Contrariamente a lo que se argumenta desde el Frente Amplio, no es consecuencia de una conspiración a favor de la derecha, que algunos hasta caen en la fantasía de atribuir a la administración de Donald Trump. Se trata, en cambio, de la desilusión de los votantes con el dirigismo estatista de regímenes que han fracasado por su ineficacia, agravada en muchos casos por monstruosos niveles de corrupción. El resultado es la transferencia de votantes a propuestas más viables para mejorar sus condiciones de vida.

Los ejemplos abundan. Piñera lleva amplia ventaja para volver a la Presidencia no por un viraje hacia el centro-derecha inducido por oscuras conspiraciones internacionales. Es, en cambio, consecuencia de la extendida insatisfacción con la presidenta Michelle Bachelet y el buen recuerdo de la anterior gestión de Piñera. Mauricio Macri no triunfó por atractivo ideológico sino por la fundada presunción de los votantes de que, con eventual equilibrio fiscal, masiva inversión privada y estabilidad institucional, puede sacar a Argentina del abismo de desorden y corrupción en que la sumieron 12 años de kirchnerismo.

Con nuevos presidentes igual vuelco ha ocurrido en Perú y hasta en el Ecuador estatista y autoritario que había impuesto Rafael Correa. En Brasil el gobierno de Michel Temer, aunque manchado por las denuncias de corrupción de casi todo el sistema político, ha tomado el camino idóneo para recuperar crecimiento, con privatización de empresas públicas y reformas indispensables en el campo laboral y de la seguridad social. Son políticas sensatas que contrastan con el frustrado populismo de sus antecesores, Lula da Silva y Dilma Rousseff.

Uruguay sufre las trabazones de más de una década de gobierno por una fuerza dividida en sectores con contrapuestas visiones de país. Figuras con un enfoque más claro de la necesidad de una economía abierta como motor de prosperidad conviven con quienes se aferran a la creencia de que, por llamarse de izquierda, tienen que imponer una cerrada concepción socialista, fracasada donde se intentó, con un Estado omnipotente que controle y regule todo. Así se ha llegado a proyectos naufragados o que derivan a los tumbos o desembocan en decisiones equivocadas. Se estanca el libre comercio y la educación de primer nivel, sin la cual el desarrollo es una quimera, claudica por la inacción gubernamental. Y el afán de control estatal de todo lo imaginable violenta libertades y derechos individuales con leyes, decretos y reglamentos que le imponen a la gente un exceso de restricciones en lo que les está permitido hacer en su vida cotidiana.

Los vientos de cambio que soplan cada vez con más fuerza nada tienen que ver con etiquetas ideológicas de nuevos gobiernos. Lo que en verdad representan es la esperanza popular de que actúen con el necesario realismo, unidad de propósito y honesta transparencia para apuntalar el desarrollo económico sustentable. Es la única forma de generar en forma permanente bienestar, empleo y de combatir la pobreza. Es también el camino para ganar aprobación popular, algo que debería tener en cuenta el Frente Amplio en momentos en que ha perdido el apoyo de muchos de los que antes lo votaron. l