Apenas unos 400 autocines sobreviven en Estados Unidos, reliquias de la era Baby Boom (explosión de la natalidad) de la posguerra cuando los autos se volvieron accesibles para la familia promedio, mucho antes del DVD, los multicines y los videojuegos.
Actualmente en su 50a temporada, Bengies --orgulloso de su pantalla de 16 metros de alto por 27 metros de ancho, la mayor de la costa este-- todavía congrega hasta 500 autos en algunas noches húmedas del verano de la costa atlántica.
Ir a Bengies es viajar en el tiempo: las luces que marcan el camino, el edificio bajo donde está el proyector, el puesto con popcorn y salchichas y los viejos autos Buick and Chevy en exhibición, todo remite a la canción de los Everly Brothers "Wake Up Little Susie", de 1957, sobre la parejita que se queda dormida en un autocine.
Vogel ya no abre todo el invierno pero, si el clima lo permite, estira la temporada hasta noviembre. En las largas noches de verano, los clientes se instalan en reposeras o ponen almohadas en el capó del auto. Cuando refresca, se quedan detrás del volante o se acomodan con frazadas en la caja de sus camionetas.
Antes, el audio de los autocines salía rasposo de los parlantes; hoy, las películas en Bengies tienen sonido estéreo, o se pueden escuchar desde la FM del auto.
Hace poco, los espectaculares efectos especiales de la sexta entrega de la saga de "La guerra de las galaxias" ("Star Wars") se pudieron ver bajo un cielo estrellado. "El impacto para el espectador se cuadriplica con respecto a una sala cerrada", cuenta Vogel.
En 1958, había 4.063 autocines en todo el país; a julio de este año, quedaban sólo 402, según la Asociación estadounidense de dueños de autocines. La mayoría cerró entre 1978 y 1988, pero ahora las cifras parecen haberse estabilizado, prueba de que la propuesta sigue apasionando a muchos.
(AFP)