9/11: la guerra infinita nunca tendrá fin

El optimismo de la incertidumbre como exclusiva banda sonora ha sido el gran protagonista del presente siglo. Entre la mañana en que las torres gemelas se vinieron abajo, y la fecha del décimo octavo aniversario, del 11-S-01 al 11-S-19, la vida transcurrió entre paréntesis, aunque ya no está Osama bin Laden para señalarlo como máximo responsable de lo ocurrido el día que cambió la historia del mundo. No fue un gran ni opulento inicio de siglo, con muy poco más que esto: terrorismo exhibicionista. Con espectacularidad, la muerte convirtió a la vida en avatar sin edades, pero con la misma fragilidad de siempre.

En comparación con lo ocurrido la mañana del fatídico martes 11 de septiembre de 2001, los últimos 18 años de la historia han sido tan pobres en hechos importantes, que a uno no le queda otra que arrepentirse de haber vivido tanto tiempo seguido en la época equivocada. Sin pudiéramos elegir, no sé cuántos desearían estar en las dos primeras décadas del siglo XXI, donde la realidad nos ha dejado.

Me parece más interesante el principio del siglo XIX, sobre todo si me hubiera tocado vivirlo en Londres o Berlín, en los albores del Romanticismo, con sus excesos y contradicciones al servicio de la originalidad. Incluso resulta más interesante el comienzo del siglo XX, con el desfile impresionante de novedades técnicas que en los Estados Unidos tuvo, con una fabulosa aglomeración de cosas recién salidas de la imaginación y convertidas rápidamente en usos imprescindibles de lo cotidiano.

De haber podido, me hubiera gustado estar en Detroit a principios del siglo pasado para ver salir de la fábrica al primer auto Ford proveniente del ensamblado rápido que transformó la historia del transporte. Me hubiera gustado haber estado en el descampado paisaje de Carolina del Norte para ver de cerca al avión –era menos que eso–, al frágil aparato de madera y metal fabricado en forma casera por los hermanos Orville y Wilbur Wright, quienes sabían más de bicicletas rudimentarias que de vehículos con alas, despegarse una corta distancia del suelo, pero despegarse al fin.

El presente siglo parece no despegar y, por el contrario, en algunas cosas, va hacia los días previos al 9/11, cuando la guerra infinita todavía era previa. La paz absoluta es un espejismo. La reunión que se iba a realizar esta semana en Washington DC, entre Donald Trump, Ashraf Ghani, presidente de Afganistán, y líderes de los talibanes, en la cual habría “conversaciones secretas de paz”, fueron canceladas a último momento debido al reciente ataque terrorista en Kabul, en el que murieron 12 personas. 

Mientras tanto, en Irak, frontera con Siria, las tropas iraquíes y estadounidenses tienen detenidos a 10 mil combatientes del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), cuya idea fija es llevar lo que consideran “guerra sagrada” a territorio europeo y estadounidense. Sus hijos, en el mismo número, están en otros centros de detención. Para ellos, la guerra nunca tendrá fin y solo la muerte podrá detener su hambre de guerra y odio al enemigo infiel, todos nosotros.