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Fútbol > HISTORIAS

A 20 años del quinquenio: el día que el Vasco Aguirregaray hizo de chofer

El domingo se cumplen dos décadas de la última conquista histórica de Peñarol y referí presenta las historias jamás contadas
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12 de noviembre de 2017 a las 05:00
Gregorio se fue caminando por Centenario. Tomados de sus manos, sus hijos. Lloraban. Imposible olvidarlo. El año 1992 se cerraba con una humillación. El gol del panameño Dely Valdés lastimó el alma de los carboneros. Peñarol llevaba años sin ganar nada. Su economía era preocupante. Jamás imaginó Gregorio que unos meses después sería designado como técnico de Peñarol y que tendría la misión de terminar con la racha adversa contra Nacional.

De aquellas primeras charlas con el presidente José Pedro Damiani jamás olvida la insistencia del presidente sobre cuánto dinero quería ganar.

Y después de quebrar el primer año todo se fue sucediendo. Triunfos, derrotas, amarguras y alegrías. Cinco años plagados de sacrificio. Este domingo 12 de noviembre se cumplen 20 años de la conquista del segundo Quinquenio de Peñarol (1993-1997), y Referí recurre al libro Quinquenio, la historia por sus protagonistas para rescatar anécdotas desconocidas.

Si hay un símbolo que identifica el Quinquenio de Peñarol es Pablo Bengoechea. Uno de los costados menos conocidos de la histórica conquista es que el 10 llegó firmando un contrato de tres meses.
El hincha se fusionaba con el profesional. El amor con el trabajo. El juego con los sentimientos. El riverense no medía nada. Solo quería jugar en Peñarol, incluso sacrificando un acuerdo a largo plazo. ¡Tres meses de prueba para Bengoechea!

"Como quería cumplir el sueño y no pensaba quedarme mucho tiempo, arreglamos así. La explicación que me dio el Contador fue que el mío era un contrato importante y no quería equivocarse. Quería ver cómo me adaptaba al club, quería apostar. Me quería conocer en esos tres meses. En definitiva, era una prueba para los dos, para Peñarol y para mí. Sabía que debía adaptarme en un equipo que llevaba muchos años sin salir campeón, además el Contador no me conocía a mí y tampoco yo a él", reflexionó Bengoechea.

Gregorio armó un plantel con hombres que tuvieran el gen Peñarol. El profe Betolaza no olvida los asados de los miércoles y los tambores que tocaban los propios jugadores.

"Eso era Peñarol. Era sagrado. Ojo que eso no lo inventamos nosotros, sino que lo heredamos y viene de tiempos inmemoriales de la historia del club. Fue un tema cultural, porque el amarillo y negro tiene vida propia. Porque Peñarol tiene identidad propia, desde un modo de vivir, un modo de jugar futbolísticamente y emocionalmente", rememoró el profesor Betolaza.

Gregorio estaba en todo. Lo primero que les decía a los jugadores era que vivieran para Peñarol. Era habitual que terminaran los entrenamientos y gritara: "Muy bien, buen entrenamiento. Coman bien, duerman bien, miren televisión si quieren, pero descansen".

Y cada año fue pasando con sus particularidades. En 1994 llegó el Vasco Aguirregaray, un arribo al que muchos se opusieron porque había tenido problemas con Morena cuando defendía a Nacional. En la final Gregorio dejó afuera de las finales con Defensor a Marujo Otero por un gesto cuando lo sacó en un parido. ¡Dejó afuera era el goleador!

El año 1995 fue el de las finales con Nacional y el alejamiento del técnico.

La temporada de 1996 fue la más dura. Pero con Jorge Fossati en la conducción se terminaron despejando las dudas. Fue el quiebre. El Tano Gutiérrez se enojó porque no jugaba y se fue.

Y para el año de la consagración volvió Gregorio, en una temporada muy particular porque comenzó la noticia bomba de que venía Maradona. Y lo que es el destino: en su lugar contrataron a Juan Carlos De Lima, que estaba sin trabajo en Florida y terminó siendo determinante para la hazaña aurinegra aquella noche del 12 de noviembre de 1997 ante Defensor Sportingen el Centenario.

El fuego sagrado


Quinquenio: Gregorio Pérez en 1995
Quinquenio: Gregorio Pérez en 1995
Quinquenio: Gregorio Pérez en 1995

El día que asumió Gregorio, el 8 de febrero de 1993, los jugadores fueron recibidos con un mensaje escrito con tiza en un pizarrón de la sala que hacía de recinto para las charlas técnicas: "Bienvenidos. Juntos, con trabajo, sacrificio, responsabilidad y humildad vamos a recorrer el camino que nos llevará al éxito. Mucha suerte. Cuerpo técnico". Los pequeños detalles se cuidaron al máximo. Cada mes se festejaban los cumpleaños, y todos los miércoles, el plantel se reunía alrededor del parrillero para los asados. Todo amenizado con tamboriles que tocaban los propios jugadores.

En el Parque y afuera


Quinquenio: Gregorio Pérez en Los Aromos
Quinquenio: Gregorio Pérez en Los Aromos
Quinquenio: Gregorio Pérez en Los Aromos

Gregorio estaba en todos los detalles. Así quedó reflejado en el libro "Son cosas del fútbol". Luego de aquel primer entrenamiento, el técnico le brindaba una nota a Eduardo Rivas para el diario El Observador cuando en ese mismo momento sale Bengoechea, aún con el pelo mojado tras la ducha. Gregorio interrumpe la charla: "Disculpame", le dice al periodista. Y pega el grito: "¡Pablo, Pablo!". Cuando Bengoechea se da vuelta, le pregunta: "¿Tomó la leche, Pablo?". Ante la respuesta negativa del 10, le dijo: "Entonces vaya a tomar la leche y después se retira".

Chiquito echó a Darío Silva


Quinquenio: Darío Silva y Guillermo Almada
Quinquenio: Darío Silva y Guillermo Almada
Quinquenio: Darío Silva y Guillermo Almada

En la primera semana de entrenamientos (1993) sucedió una historia de película. El plantel se reunió en el Palacio Peñarol para salir en el ómnibus rumbo a Los Aromos cuando les avisaron que tenían que pasar por la terminal a levantar a Darío Silva. Entonces, Chiquito Mazurkiewicz (el histórico golero de Peñarol y de la selección) que iba siempre adelante, asintió con la cabeza y se limitó a responder: "Tá, tá". El ómnibus arrancó, llegó al lugar señalado y los jugadores vieron a Darío esperando, parado en la vereda. Entonces le avisaron a Chiquito que ahí estaba Darío. Pero Mazurkiewicz decía que no, que ese no era Darío Silva. "Chiquito, ese es Darío, insistíamos nosotros", recordó Martín Rodríguez.
Entonces Juan, el chofer, abrió la puerta del ómnibus, subió Darío y el Chiquito le dijo: "Hoy usted no va a practicar y yo voy a hablar con Gregorio. Venga mañana". Y lo hizo bajar. Los jugadores no entendían nada.
"¿Saben lo que pasó? Darío tenía puesto un equipo deportivo azul y rojo, aquellos de la marca NR que vestía a la selección. "Mañana pasamos por acá. Cosas azules, rojas y blancas en Los Aromos no entran", le dijo Chiquito y no lo dejó subir. Darío se dio media vuelta y se bajó. Al otro día apareció de amarillo y negro.

Pachequito sufrió al Tano


Quinquenio: Pacheco, Kanapkis, el capitán Dorta y Badell
Quinquenio: Pacheco, Kanapkis, el capitán Dorta y Badell
Quinquenio: Pacheco, Kanapkis, el capitán Dorta y Badell


Era un gurí y quería jugar. Con su pelo largo y desfachatez propia de botija Antonio Pacheco llegó como siempre a Los Aromos. Aquello que pretendía ser un ensayo para que los defensas titulares se exigieran se había transformado en una tortura. El pequeño habilidoso jugaba como si fuera la final del mundo. De pronto la pelota deriva contra la raya, y allá va Tony. Se le va a Dorta, elude a Lima y De los Santos y encara al Tano Gutiérrez, que, recaliente, lo levanta en el aire. “Me dio una patada y me tiró como cinco metros para afuera. Se arrimó y dije: ‘Tá, este me va a pedir disculpas’. ¡Qué disculpas ni disculpas! Me dice: ‘Levantante pibe, dale que sabés qué…’. ¡Sabés cómo me levanté!”, recuerda Tony. Al instante estaba parado en la cancha como si nunca le hubiese pasado nada. Eso sí: “Después de eso no toqué una pelota más en toda la práctica y cuando volví a la concentración, ni salí de la habitación. Mirá si todavía me cruzaba al Tano en el pasillo”, dijo Tony.

La lucha del Vasco con la ducha


Quinquenio: Gregorio Pérez y Óscar Aguirregaray
Quinquenio: Gregorio Pérez y Óscar Aguirregaray
Quinquenio: Gregorio Pérez y Óscar Aguirregaray


En 1995 Peñarol se fue de gira a China. Luis Romero contó una anécdota de película que vivió con su compañero de habitación, el Vasco Aguirregaray. “El Vasco te preparaba el baño de inmersión con jaboncito, todo, y te lo dejaba pronto para que vos llegaras y te metiras. Era algo único, un compañerazo. Pero resultó que ese día pasaron como 15 o 20 minutos, habíamos llegado cansados, entonces le digo en el tono portuñol que él manejaba: ‘Oscar, ¿qué pasa?’. Y me responde: ‘Nada Lucho, nada’. Y le digo: ‘Bueno bañate de una vez que me quiero bañar yo’. Qué pasaba, en China, donde están tan adelantados en tecnología, el agua salía cuando pasabas la mano por debajo de la ducha y el Vasco no le encontraba la vuelta. Unos minutos después, me dice: ‘Ah, Luis no hay caso, vení que no aguanto más’”.

Fossati les habla del Quinquenio


Quinquenio: Jorge Fossati festeja con el profe Valenzuela
Quinquenio: Jorge Fossati festeja con el profe Valenzuela
Quinquenio: Jorge Fossati festeja con el profe Valenzuela


En el primer entrenamiento de la era Fossati, en 1996, el capitán Pablo Bengoechea asegura haber escuchado por primera vez la palabra quinquenio.
El Flaco, en su charla técnica, abrió la mano bien grande. Marcó el quinto dedo y dijo “no hay quinto si no ganan el cuarto”, en clara referencia a que para conquistar el quinquenio debían coronarse campeones ese año.
“Ese día nos juntos y nos hizo con la mano así”, dice Pablo, 20 años después, mostrando los cinco dedos de la mano. “Ahí empecé a escuchar la palabra quinquenio y entré a averiguar que había solo dos quinquenios en la historia. Y entre todos los jugadores nos empezamos a dar manija, a informarnos de que solo había dos en la historia y que nosotros estábamos a dos años de conseguirlo”, dijo Bengoechea.

Maradona viene a Peñarol

La voz desesperada de Gregorio sorprendió a Gonzalo Barreiro. “¡Bocha, vení, vení rápido! ¡Hay terrible revuelo!”.
“¿Qué pasó Gregorio?”, alcanzó a responder asombrado el preparador físico de Peñarol. En ese breve instante se le deben haber cruzado por la mente innumerables situaciones. Desde una lesión hasta un accidente.
Pero Gregorio lo depositó en un escenario inimaginable.
“El viernes viene Maradona…”.
Barreiro levantó las cejas y abrió los ojos bien grandes en clara señal de incredulidad. La misma que lo llevó a preguntar: “¿Lo qué?”.
“Sí, el viernes se presenta y tenemos que cambiar el entrenamiento porque en la mañana no llega”, respondió el entrenador.
Corrían los primeros días del mes de febrero de 1997. La gente enloqueció. Maradona en Uruguay. Finalmente, todo quedó en un sueño y en su lugar llegó Juan Carlos De Lima, quien se transformó en pieza clave con sus goles para lograr el qunquenio.

Con el Vasco de chofer

Nelson Olveira contó: “Un día apareció un señor en el Palacio con el ómnibus nuevo. Íbamos a concentrar, y yo estaba con el Vasco. Veníamos en el ómnibus y frente al hospital Militar al tipo le da un paro cardíaco. No llegábamos a entrenar. Al chofer se lo llevaron y le dijeron que el ómnibus lo levantara en Los Aromos. Y arrancó el lío. ¿Quién maneja el ómnibus? Y al Vasco se le ocurre decir ‘yo lo manejo’. Se acomodó y arrancó. Claro, el tema es que en los puntos donde subía el resto de los muchachos, como no lo registraban, dudaban en subir. Y cuando paraba el ómnibus lo miraban desconfiados y no subían. ¿Y éste quién es?, se preguntaban. Cuando subían no lo podían creer: ¿qué hacés Vasco? Y el Vasco apareció en Los Aromos manejando el ómnibus. Desde ese día pedían que volviera la bañadera vieja”, recuerda entre risas. Cuando terminó la historia el Vasco se los llevó a todos a Artigas. Al medio del campo. Cerveza, caza y pesca. “Me marcó la humildad con que se vivía todo. Nosotros ganamos un quinquenio y nos fuimos a los campos del Vasco. Y nos quedamos una semana ¡Nos comieron los mosquitos y las pulgas!”, recordó Luis Romero.

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