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Astérix y Obélix vuelven a caminar

La versión en español de Astérix y los pictos, el nuevo álbum de la serie del galo, llegó a Uruguay como novedad veraniega; es la primera que no tiene a Goscinny ni a Uderzo entre sus autores
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31 de enero de 2014 a las 19:19

Estamos en el año 2014 después de Cristo. Toda la Galia está ocupada por los franceses. ¿Toda? ¡Sí! Y una aldea poblada por irreductibles galos aflora de nuevo de la mano y de la imaginación de dos hombres que no llevan los apellidos Goscinny ni Uderzo. Y entonces la vida florece y se ilumina para los fanáticos de Astérix en todo el orbe.

La saga del galo más famoso del mundo acaba de inaugurar su tercera época.

La primera se inició a comienzos de la década de 1960, cuando dos amigos del mundo del cómic que habían colaborado en un par de proyectos anteriores de perfil bajo, deciden lanzar una historia protagonizada por galos que enfrentan a las tropas del mismísimo Julio César en el año 50 antes de Jesucristo.

Según confesaron tiempo después, René Goscinny y Albert Uderzo no sabían que habían creado un mito. El éxito fue exponencial. Astérix, el galo fue el primer libro de la colección, editado en 1961, y vendió solo 6.000 ejemplares. Cuatro años después, La vuelta a la Galia, el quinto libro de la colección, vendió 300 mil ejemplares. En 1967, en el pico de la fama, Astérix y los normandos, el noveno libro de la serie, vendió 1,2 millones de ejemplares en las primeras 48 horas.

Para muchos comparable con el par Lennon-McCartney o con Hannah-Barbera, la dupla Goscinny-Uderzo construyó un verdadero imperio del cómic, porque rápidamente los libros emigraron del ámbito francófono (Francia, Bélgica y Suiza) y saltaron al mundo, donde luego de ser traducidos a más de 20 idiomas se volvieron una marca global. Dentro de ese espectro, Astérix y Obélix son taquilleros en español, mientras que el mercado estadounidense es uno de los más reacios a dejarse cautivar por el candor de los galos.

Pero la máquina corrió riesgo de llegar a su fin cuando en 1977 Goscinny murió de manera sorpresiva a los 51 años de un paro cardíaco.

Fueron 24 álbumes excelentes, para coleccionar y encuadrar, llenos de un humor que Goscinny volvió clásico, mezcla de referencias culturales del momento con guiños que se enredan y se resuelven por el lado menos pensado.

En ese entonces, Uderzo pensó en colgar los botines (o el pincel, en su caso) y dejar de dibujar al rubio y bigotón de Astérix y al gordo y trenzudo pelirrojo de Obélix. Pero el clamor de los lectores lo hizo abandonar el duelo y volver a la cancha. Este no es un hecho aislado sino que a lo largo de la historia de Astérix y Obélix los fans (sobre todo los franceses), a través de cartas, llamadas telefónicas y otras formas de hacerse oír, influyeron en las decisiones que tomaron los creadores.

A partir de la muerte de Goscinny se inicia la segunda época de las aventuras de los galos, donde Uderzo no solo se ocupó de los dibujos sino también de la parte “sonora” de cada viñeta.
En ese período se destaca el primer libro, Astérix en Bélgica, de 1979, lleno de chistes sobre la rivalidad entre Francia y su pequeño vecino del norte.

Uderzo publicó 11 libros en este formato unipersonal. Y si bien los primeros tuvieron su mérito, los últimos decayeron tanto que los fanáticos quedaron frente a una compleja disyuntiva: o seguir con una factoría que ya demostraba signos de agotamiento creativo u obligar a Uderzo a cortar la serie, a pesar de lo que implicaba.

Luego de publicar El libro de oro, en 2009, Uderzo decidió abandonar el dibujo de la serie Astérix, en medio de una guerra entre comercial, editorial, familiar y mediática, peléandose con su propia hija, Sylvie Uderzo, que acusó a su padre y a la hija de Goscinny, Anne, de venderse a “los romanos de estas épocas: los hombres de la industria y las finanzas”, como dijo en una carta pública que mandó al diario Le Monde.

¿Nace una nueva época?

En 2011, Uderzo eligió para continuar la saga a un dibujante, Didier Conrad, y a un guionista, Jean Yves Ferri, ambos con vasta experiencia a sus espaldas (ver recuadro).

Luego de anunciar el nombre del proyecto que tenían en sus manos, Astérix y los pictos, (y de acunarlo en sus brazos durante un tiempo que hizo que los fanáticos no pudieran con su ansiedad), en octubre de 2013 salió la versión francesa de este primer álbum de una etapa que se podría definir como tercera época.

Como marca histórica es, además, el primer libro de Astérix que no tiene las manos de Goscinny ni de Uderzo en sus 48 páginas, aunque se consigne que el tratamiento del color tuvo la supervisión de Uderzo, hoy de 86 años.
La lectura de Astérix y los pictos, libro que llegó a Uruguay como novedad veraniega y tiene un precio de
$ 450, genera un par de debates interesantes a nivel de interpretación de un texto.

A grandes rasgos, se puede decir que Conrad logró reproducir de manera muy fiel el dibujo original de Uderzo. Y también Ferri logró en su guión un argumento creíble y un par de guiños humorísticos típicos de los primeros álbumes.
(¡Alerta! A partir de ahora, quienes no deseen enterarse de detalles del argumento más vale que dejen de leer.)

Como muchos libros anteriores en los que Astérix y su inseparable amigo gordinflón viajan a una misión, la estructura de Astérix y los pictos presenta a un personaje extranjero que llega a la irreductible aldea.

En este caso, quien llega de casualidad a las costas de Armórica es un muchacho pelirrojo vestido con una pollera, congelado dentro de un témpano de hielo transparente. Astérix y Obélix lo encuentran en la playa y lo llevan al pueblo. Nadie sabe su nombre ni su origen. Lo llevan frente al druida Panoramix para que este lo descongele y le dé un sorbo de un elixir, para que se recupere y vuelva a tener voz.

Luego de que el misterioso personaje talla su derrotero en un menhir de Obélix, Panoramix entiende que el origen de Mac Loch (ese es su nombre) es Caledonia del Norte, donde vive en un pueblo celta primo de los galos: los pictos, los antiguos escoceses.

A partir de ese momento, para quienes conocen los detalles de la saga el desarrollo del libro es más o menos previsible. Asteix y Obélix van al país de los pictos, donde consiguen arreglar un entuerto entre un rival de Mac Loch y los romanos, que por supuesto siguen recibiendo sus buenos tortazos y resignándose.

Pero este no es un defecto, sino en todo caso un mérito de los nuevos autores.

En ningún momento se extraña la mano de Uderzo en el diseño de las viñetas, ni el ritmo y las vueltas de tuerca de Goscinny. Por lo tanto, se puede argumentar que el trabajo de Conrad y Ferri se destaca por la gran imitación que lograron de los trabajos precedentes. Transitaron un camino casi preestablecido y el resultado es favorable.

Todo fanático de Astérix debe leer la aventura con los pictos. La sensación es extraña, como si los espíritus la hubieran dibujado. En la introducción, Uderzo dice que gracias a los nuevos autores “las aventuras pueden seguir viviendo”. Tiene razón.

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