Blade Runner rinde honores pero intenta desmarcarse

El filme 2049 reúne a Ryan Gosling y Harrison Ford bajo la dirección de Denis Villeneuve
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05 de octubre de 2017 a las 05:00
Muchas de las películas lanzadas hacia finales de los años de 1970 y principios de los de 1980 se han vuelto franquicias, imperios con todo tipo de productos vinculados y lo que se supone debemos llamar "universos cinemáticos". Blade Runner, la adaptación hecha por Ridley Scott –que en un inicio no fue apreciada– de una novela de Philip K. Dick, logró algo más descomunal. Influyó de manera pictórica, conceptual y espiritual en casi cada recoveco cultural e inspiró hasta un culto algo misterioso.

La mezcla fílmica de una nostalgia selectiva y una profecía distópica capturó un sentimiento de melancolía concienzuda muy de su momento, y estableció también un tono melancólico consciente que ha estado vigente desde entonces. Puede que el mundo real nunca haya adquirido la brillantez neón de Los Ángeles de 2019 como lo imaginó Scott, pero sin duda quedó redibujado el mapa de nuestro mundo imaginado.

El futuro previsto por Blade Runner ya solo está a menos de dos años de distancia y parece entonces que el siguiente capítulo, cuya existencia alguna vez fue temible, ya se había tardado en llegar. Blade Runner 2049, dirigida por Denis Villeneuve a partir de un guion de Hampton Fancher y Michael Green, intenta tanto rendirle honores a la original como librarse de su sombra. No es cualquier cosa, y hay que hacer notar que, en cuestión fílmica, Villeneuve lo logra, en buena medida. Desde las primeras tomas aéreas de un paisaje agrícola desnaturalizado hasta la confrontación letal que le sigue deja claro que es un estratega visual con maestría y un cuentista muy astuto.

El territorio en el que nos encontramos también es familiar y, a la vez, nos desorienta. Una nota explicativa algo breve dice qué ha cambiado y qué no en los 30 años transcurridos desde la primera película. Por los cielos de California todavía se avistan los vehículos de tres llantas, mientras que los anuncios que ocupaban toda la fachada de un edificio ahora son hologramas seductores. La profesión del título –aquel encargado de perseguir y "retirar" a integrantes rebeldes de una especie androide semihumana derivada de la ingeniería genética, conocidos como replicantes– sigue siendo practicada con el mismo afán brutal de hace años.

Y un nuevo modelo de replicante, más obediente, ha sido desarrollado por una corporación encabezada por un visionario interpretado por Jared Leto. Nuestro héroe es justamente uno de estos nuevos modelos, un empleado de la Policía de Los Ángeles conocido como K, quien vive su día a día con el mismo paso sin prisa y ojos azules con destellos de Ryan Gosling; sin duda, la elección del elenco es brillante. La capacidad de Gosling para despertar simpatías pese a parecer estar muy distraído para siquiera quererlas –puede hacer que el aburrimiento parezca pasión y al revés– lo convierte en el robot de casi carne y hueso que se necesita en este momento. En 2017, también es similar a lo que Harrison Ford era hace 35 años: alguien que encapsula el ideal hollywoodense del hombre masculino y cool, cuya fuerza es un caparazón que protege un alma tierna.

En un inicio tenemos que suponer que esa sensibilidad existe: K hace su trabajo pesado sin quejas y al pie de la letra. Su comandante (Robin Wright) es una humana que cree que todo depende de qué tan bien se resguarde la línea divisoria entre su especie y la de K. Pero la parte central de Blade Runner es justamente mostrar que esa línea es porosa e incierta.

La idea de que los humanos sintéticos también tienen sentimientos, deseos y sueños, que son nuestros espejos y nosotros sus réplicas, ha sido un componente básico del cine que especula sobre el futuro.

Blade Runner 2049 no estudia tanto este matorral ontológico como, por ejemplo, I. A. Inteligencia Artificial, de Steven Spielberg, o Ella, de Spike Jonze, pero, como esas películas, utiliza el concepto de un cíborg que sufre como un ancla ética y emocional; una manera de despertar tanto la curiosidad como la compasión de la audiencia. También hay una temática política en el filme: los replicantes son mano de obra esclavizada y su explotación es lo que permite que esta civilización siga.

Como otros grandes filmes, ni siquiera es posible arruinar Blade Runner si se revelan detalles de la trama. Se beneficia de verla varias veces porque los misterios son profundos y no dependen de la secuencia de eventos. En contraste, la película de Villeneuve es un rompecabezas armado muy meticulosamente, pero pierde poder cuando se juntan todas las piezas.

Es suntuosa y sorprendente de una escena a la siguiente, pero le falta el exceso creativo, esa opacidad que intriga y los toques tan evocadores de su antecesora.

Como tal, Blade Runner 2049 es a Blade Runner casi lo mismo que K es a Deckard antes de conocerse: un modelo "mejorado" más dócil, menos rebelde, que fue arreglado y actualizado por las demandas de los consumidores.

Pero, de vez en cuando, uno se queda con la impresión de que podría haberse hecho algo más. Algo con mayores libertades, más romántico, más heroico, menos predeterminado por la programación corporativa.

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