Opinión > ANÁLISIS/ FINANCIAL TIMES

China ahora es vulnerable a los caprichos de un hombre

La autocracia es un sistema arriesgado, incluso en un país con una sólida burocracia
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03 de marzo de 2018 a las 23:28
Por Martin Wolf

A veces, un anuncio tiene éxito en ser poco sorprendente e impactante a la vez. Desde hace mucho tiempo, ya era evidente que el presidente chino Xi Jinping no abandonaría –de hecho, no podría abandonar– el poder. Él se ha ganado demasiados enemigos, especialmente a través de su campaña anticorrupción, incluso si quisiera dejar el poder, lo cual parece poco probable.

Sin embargo, el anuncio de que el límite de dos mandatos para la presidencia va a eliminarse sigue siendo impactante. Lo que parecía probable ahora es un hecho. Xi descartó el intento de Deng Xiaoping de institucionalizar controles sobre el poder de los líderes de China, una reacción ante los extravagantes excesos de la era de Mao Zedong. Lo que está resurgiendo es el gobierno del hombre fuerte: una concentración de poder en manos de un solo hombre. Actualmente se parece un poco a un "putinismo con características chinas".

Es cierto que, incluso antes de que se tomara esta decisión, Xi podía indefinidamente mantener sus cargos como jefe del partido y como comandante en jefe. Los límites del mandato solamente se aplicaban al cargo de presidente, una posición intrínsecamente menos poderosa. Sin embargo, si él hubiera perdido la presidencia, mientras conservaba sus otras posiciones, pudiera haber surgido una cierta duda acerca de quién estaba a cargo. A Xi no le gustaba esto o, de manera igualmente probable, pensó que no podía arriesgarse a pasar por esa situación. Él busca tener un poder irrefrenable e indiviso.

¿Cómo se justifica este paso trascendental hacia darle a un solo hombre el control absoluto de una superpotencia en ascenso por un futuro indefinido? Curiosamente, no se justifica. El periódico People's Daily ha declarado: "La enmienda es una medida vital, tomada en base a la larga experiencia del partido y del país, para mejorar las instituciones y los mecanismos por los cuales el partido y el país ejercen liderazgo".

Entonces, ¿por qué es éste un paso vital? Porque la "implementación de la estructura contribuirá a la autoridad y al liderazgo centralizado del Comité Central del Partido Comunista de China, y a la orientación del país y de la sociedad por parte del partido". Por lo tanto, el partido controla al país y Xi controla al partido, y de esta manera todo lo demás, indefinidamente. Eso es beneficioso porque, bueno, porque lo es.

El regreso a la autocracia de un liderazgo colectivo niega las esperanzas de todos aquellos que creyeron que una China en rápido desarrollo se dirigiría hacia la democracia como, por ejemplo, Corea del Sur durante la década de 1980. Sin embargo, el producto interno bruto (PIB) per cápita de China en paridad de poder adquisitivo (PPA) ya es un poco más alto que el de Corea del Sur en aquel momento. Hoy en día, las únicas autocracias ricas son las exportadoras de petróleo. Singapur puede considerarse una democracia "guiada".

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB per cápita de China en PPA se encuentra actualmente en el octogésimo cuarto lugar en el mundo, ubicado entre los de Brasil y de la República Dominicana. Pero, si su crecimiento económico continuara, sería un nuevo tipo de gigante de altos ingresos.

¿Es probable que el creciente poder de Xi perjudique ese ascenso? Posiblemente. La autocracia expone a un país a los caprichos desenfrenados de un individuo. A medida que los años se convierten en décadas, ese poder concentrado con demasiada frecuencia se deteriora, a medida que el gobernante se aleja cada vez más de la realidad.

Putin comenzó como un reformador económico, pero él ahora ha creado una estancada cleptocracia. El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe de manera absoluta. Los chinos tienen la experiencia del Gran Salto Adelante y de la revolución cultural para recordarles esta gran verdad.

Sin embargo, la experiencia y la teoría también han demostrado que es posible que sabios y perspicaces gobernantes, sujetos a mínimas restricciones en relación con su poder, promuevan el desarrollo de sus países. La autocracia puede funcionar. Pero es, como mínimo, un sistema de alto riesgo, incluso en un país con una tradición de burocracia de alta calidad como China. Esto se conoce como el problema del "mal emperador". La autocracia puede ser efectiva. Pero también puede conducir a enormes excesos.

Esto también ignora las cualidades morales de la democracia como un sistema político que reconoce la dignidad de los individuos como ciudadanos con derecho a actuar en la esfera pública, así como en una capacidad privada. Sin embargo, un sinnúmero de chinos actualmente deben estar sintiendo que la democracia está en una condición desesperadamente mala. Es mucho más difícil argumentar a favor de la superioridad del sistema democrático, cualesquiera que sean sus virtudes teóricas, después de los desastres de las últimas dos décadas: la guerra de Irak, la crisis financiera y la elección de un hombre tan claramente inadecuado para su posición como Donald Trump.

Sin embargo, por mi parte, sigo apegado al dicho de Winston Churchill de que "nadie pretende que la democracia sea perfecta ni omnisciente. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando todas las otras formas que se han probado de vez en cuando". Al final, mientras que una democracia siga siendo democrática, con elecciones libres y razonablemente justas, los líderes más desaconsejables o 'deteriorados por el tiempo' pueden sacarse del cargo pacíficamente. Eso es invaluable.

Este cambio de vuelta al gobierno indefinido de un solo hombre en China, dentro del marco de un partido comunista omnipresente, significa que estamos, una vez más, en una era de competencia de sistemas, entre la democracia y, aunque parezca extraño, el capitalismo comunista. Una implicación es que las democracias occidentales deben considerar a China no sólo como una gran potencia en ascenso, sino como un competidor estratégico. Para China es esencial ser un socio en cuanto a retos como el cambio climático, el comercio mundial o la seguridad global. De hecho, en muchas de estas áreas, la dirección de EEUU bajo Trump es más preocupante.

Sin embargo, al abordar cuestiones tales como la inversión extranjera directa, la transferencia de tecnología y el papel de las empresas chinas, los líderes occidentales deben ser cautelosos. En todas estas áreas, las decisiones de las empresas chinas están sujetas a una fuerte orientación por parte del Partido Comunista y del Estado chino. Esto no se puede ignorar. Para las democracias, la China autocrática es un socio, pero no un amigo.

La implicación más importante de la dirección política cada vez más clara de China es, sin embargo, lo que significa para la democracia occidental misma. La democracia representativa de sufragio universal sigue siendo un sistema joven. Está sujeto a los males de la demagogia, de la plutocracia y, sobre todo, de la miopía. La democracia necesita mejorar su desempeño si quiere recuperar el prestigio que ha perdido, no solamente ante los ojos del mundo en general, sino también ante los de sus propios ciudadanos.

Esto requerirá un examen interno más detenido sobre cómo funcionan las instituciones centrales del Estado, la política y los medios en los sistemas democráticos actuales. Tomará un análisis renovado de la red de actitudes y de restricciones que ayudan a que un sistema de competencia política pacífica logre los resultados deseados para las personas. Éste no es un reto fácil. Pero, una vez más, se ha convertido en nuestra gran tarea.

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