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Comerse la placenta, una práctica defendida pero perjudicial

A pesar de que muchos dicen que es una costumbre antigua no se sabe exactamente cuándo se comienza a llevar adelante
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19 de diciembre de 2018 a las 05:01

Jen Gunter*

The New York Times News Service

En el hospital canadiense donde fui residente de ginecobstetricia, a inicios de los años noventa, teníamos un congelador para placentas. Después de los partos, las placentas que no tuvieran que ser revisadas por un patólogo para ver si tenían infecciones o algún otro problema médico se guardaban en el congelador. El hombre de la placenta (lo llamábamos así en lugar usar su nombre) llegaba cuando ya había muchos de esos discos rojos congelados y se los llevaba a una empresa que al parecer los convertía en extracto de placenta. Según nos contaron las enfermeras obstetras, ese era el ingrediente secreto de muchas cremas que combatían las arrugas y otras molestias del envejecimiento que aquejan a las mujeres.

Aunque es cierto que da oxígeno y nutrientes al feto en desarrollo, ningún otro animal tiene una placenta tan demandante. Las mujeres tienen el revestimiento uterino más grueso de todos los mamíferos, así que, para tener acceso al flujo sanguíneo, la placenta del humano debe ser muy agresiva. Parece que el extracto de placenta ya no es un ingrediente tan común en los humectantes actuales. Algunas de mis pacientes comenzaron a preguntarme si podían llevarse su placenta para enterrarla, lo cual es una costumbre en algunas culturas.

Es cierto que muchos mamíferos se comen su placenta. Pero hay muchas diferencias entre nosotros y otros mamíferos: unos tienen camadas, otros tienen úteros de diferentes formas con placentas menos invasivas. También en general tienen ciclos estrales, y no menstruales, lo cual quiere decir que suelen tener sexo únicamente cuando están en celo.

Y luego empezaron a preguntar acerca de comerse las placentas.

Como alguien que se especializa en enfermedades infecciosas y salud sexual, estoy acostumbrada a enterarme de cosas sobre el cuerpo que la mayoría de la gente ni se imaginaría. Pero debo admitir que me quedé estupefacta.

Las placentas suelen estar colonizadas por bacterias. Muchas están infectadas. Como regla general, es mejor no comer algo que tal vez esté atestado de bacterias.

Es cierto que muchos mamíferos se comen su placenta. Pero hay muchas diferencias entre nosotros y otros mamíferos: unos tienen camadas, otros tienen úteros de diferentes formas con placentas menos invasivas. También en general tienen ciclos estrales, y no menstruales, lo cual quiere decir que suelen tener sexo únicamente cuando están en celo.

Es decir, la mayoría de los mamíferos tienen una fisiología reproductiva completamente diferente.Cuando tenía 5 años, mi hámster se estresó y se comió a todas sus crías. Últimamente, mi gata come pasto. Eso la hace vomitar porque los gatos, como son carnívoros obligados, no pueden digerir el pasto.
Me imagino que mi gata hace esto cuando anda mal del estómago, aunque también es posible que quiera echarme su comida gourmet en mis zapatos por algo que no haya sido de su agrado. Con los gatos nunca se sabe.

Imagínense que su gastroenterólogo les sugiriera comer pasto cuando están mal del estómago solo porque los gatos lo hacen.

No me viene a la mente ninguna hipótesis de la obstetricia moderna, ni qué decir de la medicina moderna, que se haya contestado diciendo: “Bueno, los mamíferos lo hacen”. Otra razón que he escuchado para defender la placentofagia —comerse la placenta— es el típico comentario de “es una práctica muy antigua”. Pero no lo es.

Encapsular la placenta puede costar entre US$ 200 y US$ 400. Hay pocos estudios, pero parece que la placenta encapsulada tiene un poco de hierro, aunque no tanto como para tratar la anemia. Tal vez también haya suficiente estradiol y progesterona, que son dos hormonas reproductivas, para crear un posible efecto clínico.

Muchas terapias biológicamente inverosímiles o con poca evidencia de su efectividad, como la homeopatía, la naturopatía y el reiki, son consideradas ancestrales, pero la más vieja de estas es la homeopatía, que surgió apenas en los inicios del siglo XIX. El reiki data de principios del siglo XX y la placentofagia es todavía más reciente.

Es cierto que la obstetricia moderna ha estropeado muchas buenas prácticas de la partería, pero casi todas aún se llevan a cabo de manera clandestina o alternativa.

Si bien no está claro exactamente cuándo inició la práctica moderna de la placentofagia, entre los primeros reportes que hay en la literatura médica tenemos uno de 1973. Se trata de una experiencia narrada en la revista Rolling Stone en 1972, sobre un parto en una comuna, donde cocinaron al vapor la placenta después del nacimiento y luego se la comió la madre y la “compartió con amigas”.

Parece lógico pensar que, si la placenta tuviera algún valor nutricional, históricamente las mujeres se la habrían comido después de dar a luz, sobre todo en época de hambrunas, pero no hay informes que lo reporten.

En el caso de la placentofagia, el gancho es que mejora el humor, la fatiga, el dolor y la cantidad de leche materna, que son algunas de las principales preocupaciones de las mujeres puérperas o recién paridas.

En la medicina tradicional se han usado pequeñas cantidades de placenta (pero no para las madres recién paridas) y al parecer la membrana amniótica también se usaba con fines medicinales y se vendía para prevenir el ahogamiento, así que está claro que la gente no se oponía a comerciar o vender recuerdos del parto. Incluso en la literatura se habla de las membranas amnióticas, como en los libros de Charles Dickens (David Copperfield) y Stephen King (El resplandor). ¿Pero de la placentofagia? No tanto.

Si bien las afirmaciones falsas de que es una práctica antigua y el grito de guerra de “¡Los mamíferos lo hacen!” han creado cierto interés, nosotros los médicos ahora tenemos que lidiar con ese caballo de Troya que son las recomendaciones con base en anécdotas que se cuentan con la promesa de tener resultados increíbles.

En el caso de la placentofagia, el gancho es que mejora el humor, la fatiga, el dolor y la cantidad de leche materna, que son algunas de las principales preocupaciones de las mujeres puérperas o recién paridas. La primera vez que escuché sobre la placentofagia, me dio la impresión de que la mayoría la cocinaba. Esto ha dado pie a la placenta encapsulada, un proceso mediante el cual una placenta cocinada al vapor y deshidratada (aunque a veces puede estar cruda) se muele y coloca en cápsulas de gelatina para consumirlas así. Además de que son un posible peligro biológico, no hay normas que regulen el procesamiento de placenta para el consumo humano por medio de la encapsulación. ¿Por qué ese cambio a cápsulas? Es imposible asegurar algo al respecto, pero yo me pregunto si no estará relacionado con una fuerte promoción de aquellos con un interés financiero en su comercialización. Encapsular la placenta puede costar entre US$ 200 y US$ 400. Hay pocos estudios, pero parece que la placenta encapsulada tiene un poco de hierro, aunque no tanto como para tratar la anemia. Tal vez también haya suficiente estradiol y progesterona, que son dos hormonas reproductivas, para crear un posible efecto clínico.

En términos biológicos, esto es preocupante, pues dosis farmacológicas de estrógeno en el primer mes del posparto pueden tener un impacto negativo en la cantidad de leche, y en teoría podrían incrementar el riesgo de coágulos sanguíneos. También se han encontrado rastros de elementos potencialmente nocivos, como arsénico, mercurio y plomo. Pero se desconoce si en una cantidad suficiente para causar daño a la madre.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos reportaron un caso de sepsis neonatal ligada a la ingesta o manipulación materna de placenta encapsulada que estaba contaminada con estreptococo del grupo B.

Habrá defensores de la placentofagia que cuando lean este artículo me acusarán de ser una herramienta del patriarcado o una ludita que quiere privar a las mujeres de nuevos tratamientos.

Sé que el puerperio es difícil para muchas mujeres, si no es que para la mayoría, y necesitamos más estudios sobre cómo proporcionar ayuda durante esta etapa. 

*Jen Gunter es una ginecobstetra que ejerce la medicina en California. Escribe con regularidad una columna sobre la salud reproductiva de las mujeres.

 

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