Reflexiones liberales > carta del director

Covid 19, 20 y 21

Es bueno aprovechar las cosas positivas que el coronavirus ha traído: valorar a la familia y a los amigos, valorar el trabajo que aún se tiene, valorar la solidaridad que se ha generado, valorar el trabajo del personal médico y científico, valorar la cercanía de los afectos. La carta del director
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27 de diciembre de 2020 a las 05:00


La pandemia que sacudió como nunca al mundo entero sin excepción se originó en noviembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan. En Occidente nos enteremos como un mes y medio más tarde cuando ya era muy difícil prepararse para evitar la expansión del virus, que literalmente voló rápidamente de China a centro Europa, especialmente en Italia. Cuando quisimos acordar, ya estábamos en los comienzos de 2020 y el médico que pretendió dar la voz de alerta al mundo del peligro que nos amenazaba y que fue silenciado por las autoridades chinas, había muerto del coronavirus sobre fines de enero. 

Ya era tarde. Rápidamente la OMS declaró “epidemia” en China y casi enseguida “pandemia” mundial. Ya los contagios eran incontenibles y los muertos se acumulaban por doquier. Fue cosa de semanas que el virus llegara a América del Norte y luego a América del Sur. A nuestras costas llegó, o fue detectado por primera vez el 13 de marzo. Quizá ya había llegado antes pero no lo sabíamos.

Mientras el mundo se contagiaba, China zafaba y sus cifras de contagios y muertos en términos absolutos o relativos a la población, eran infinitamente menores a las del resto del mundo. Incluso la economía china solo sufrió un primer trimestre de recesión. Luego casi fue volviendo a la normalidad y si bien creció menos que otros, fue el país que salió más indemne de la peste. Curioso hecho por donde se lo mire.

Occidente sufrió las consecuencias sanitarias, económicas y sociales a partir de marzo. Tuvo una primera ola. Experimentó diversas medidas para contener la expansión del virus y “aplanar la curva”. Desde cuarentenas forzosas hasta cuarentenas voluntarias, el mundo se cerró. “CLOSED” fue el cartel que puso The Economist a una foto del globo terráqueo a mitad de junio. Algunos países más “CLOSED” que otros, excepto China que solo cerró la provincia de Wuhan. 

Y luego con la llegada del verano boreal, la esperanza de que el contagio amainara. Lo hizo. Pero por poco tiempo. Y luego, con el otoño, una segunda ola. Marchas y contramarchas. Apertura económica y retroceso. Eso sí: con la experiencia adquirida ya se sabía bastante de medidas de comportamiento social que hacían más difícil la transmisión del virus y menos daño a la economía. Fuimos capaces de aprender; fuimos capaces de fortalecer los sistema sanitarios para evitar el colapso que por momentos afectó a varias ciudades importantes, supuestamente súper bien preparadas para una pandemia de esta naturaleza como Londres, Nueva York y Paris; fuimos capaces de entender los cambios de comportamiento social que la lucha contra este virus implicaba. Desde la instrumentación acelerada del teletrajo, con una consecuencias en nuestras vidas y en la economía que aún no logramos entender del todo, hasta un cambio en las relaciones familiares y sociales producto del confinamiento o del distanciamiento. Y más allá de los efectos tangibles, están los intangibles que ese cambio de comportamiento puede haber generado en la salud mental de muchos. Pero eso se verá con el paso del tiempo: ahora se ven los efectos sanitarios y los económicos y en cierta medida los políticos según la capacidad de cada gobierno de enfrentar la pandemia en su país. Aquí se ha visto la capacidad o incapacidad de gestión de cada gobierno  e incluso su talante filosófico en cuanto algunos han apostado más a la libertad y otros más a la restricción policíaca.

Lo que quizá muchos no sospechábamos allá por comienzos de año es que esta pandemia generada en el año 19 no iba a terminar en el 2020 sino que se iba a extender hasta muy entrado el 2021 por lo menos. 

Es verdad que el advenimiento de las vacunas en tiempo récord han generado una luz de esperanza pero es muy poco lo que se sabe aún sobre sus efectos, la duración de los mismos, la cantidad de veces que hay que vacunarse, efectos secundarios, etc.

Ahora que se habla de posibles mutaciones del virus en Gran Bretaña, hay una mutación que es incontestable: el Covid 19 ya ha mutado a Covid 21. Y, por más cansancio o fatiga que nos haya generado la lucha de estos 9 meses, tenemos que acostumbrarnos a convivir con el Covid y luchar por todos los medios para que no sea Covid 22 también.

Por otra parte, sí es bueno aprovechar las cosas positivas que esta circunstancia ha traído: valorar a la familia y a los amigos, valorar el trabajo que aún se tiene, valorar la solidaridad que se ha generado, valorar el trabajo del personal médico y científico, valorar la cercanía de los afectos.

Y desear, como decía Don Quijote a Sancho Panza, “Sábete Sancho que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien esté ya cerca”.

Brindemos por un 2021 con Covid menguante y por un 2022 sin Covid o con Covid dominado como una simple gripe y que aprendamos que es más importante valorar lo que tenemos que tener todo lo que quisiéramos 


 

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