Opinión > Análisis - Financial times

Economía mundial bulle conforme la política se descompone

El crecimiento continúa siendo vulnerable a las crisis financieras, a los choques inflacionarios y a la guerra
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14 de enero de 2018 a las 05:00
Martín Wolf
Especial para El Observador

El mundo a principios de 2018 presenta un contraste entre su deprimente política y su economía en mejoría. ¿Es probable que esta divergencia continúe indefinidamente? ¿O es probable que la una abrume a la otra? Y, de ser así, ¿la mala política arruinará la economía o una buena economía sanará la mala política?

Tal y como lo argumenté la semana pasada, podemos identificar varias amenazas a un orden político global cooperativo. La elección de Donald Trump, un nacionalista belicoso con un limitado compromiso con las normas de la democracia liberal, amenaza con destruir la coherencia del Occidente. El autoritarismo está resurgiendo y la confianza en las instituciones democráticas está decayendo en casi todas partes. Mientras tanto, gestionar un mundo interdependiente exige la cooperación entre los países poderosos, en particular EEUU y China. Lo peor de todo es que los riesgos de un conflicto total entre estas dos superpotencias son reales.

Y, sin embargo, la economía mundial está bullendo, al menos según los estándares de la última década. Según las previsiones de consenso, el optimismo sobre las perspectivas de crecimiento de este año ha mejorado sustancialmente para EEUU, para la eurozona, para Japón y para Rusia. El consenso también pronostica un crecimiento global, en 3,2% el próximo año (a precios de mercado), ligeramente por encima del rápido índice de 2017.

El economista Gavyn Davies es aún más optimista. Según su opinión, el consenso todavía está rezagado en relación con los excepcionalmente sólidos números trimestrales identificados en los "nowcasts" (pronósticos a corto plazo). Él anticipa revisiones al alza de los pronósticos. E incluso argumenta que la actividad mundial actualmente está creciendo a una tasa anualizada de alrededor del 5% (medida a paridad del poder adquisitivo, lo cual eleva las tasas de crecimiento mundial en cerca de medio punto porcentual por encima del crecimiento a precios de mercado).

Esto también representaría más de un punto porcentual por encima del crecimiento tendencial. En vista de ello, esta tasa es insostenible. Una respuesta optimista pudiera ser que los pronosticadores han subestimado la tendencia. Más importante aún, la inversión está desempeñando un destacado papel en la generación de una demanda más fuerte, particularmente en la eurozona. A su vez, una demanda más fuerte impulsa una mayor inversión. En la segunda mitad de 2017, señala Davies, la inversión en EEUU, en la eurozona y en Japón aumentó a tasas reales anualizadas trimestrales del 8-10%, un resultado mucho mejor que nada de lo observado desde 2010. Un círculo virtuoso de crecimiento rápido que impulse un crecimiento potencial más rápido es ciertamente concebible.

Si esta tasa de crecimiento resulta insostenible, la pregunta es si llegará a su fin sin problemas o con contratiempos. Los riesgos de los contratiempos son importantes, dados los elevados niveles de deuda y los altos precios de los activos, especialmente el de las acciones estadounidenses.

Mientras tanto, felizmente, la inflación continúa siendo moderada, y las tasas de interés reales y nominales bajas. Por el momento, estas últimas condiciones hacen que la deuda sea más soportable y que los elevados precios de los activos sean más razonables. Sin embargo, la disrupción pudiera fácilmente llegar, quizá por una inflación más fuerte o por dudas acerca de la solvencia de los grandes deudores. También pudiera surgir del colapso de los precios de los activos sobrevalorados o de la agitación en los sobrecargados mercados de deuda. Si las economías comenzaran a desacelerarse sustancialmente, el margen para maniobrar en asuntos de política monetaria o fiscal de los países de altos ingresos parecería pequeño.

Sin embargo, tal y como lo argumenté hace un año, estas disrupciones económicas tan grandes son eventos raros. Sorprendentemente, la economía mundial ha crecido cada año desde principios de la década de 1950. Además, ha crecido por menos del 2 por ciento (medido a paridad del poder adquisitivo) durante sólo cinco años desde entonces: 1975, 1981, 1982, 1991 y 2009.

¿Qué ha creado desaceleraciones agudas (y generalmente inesperadas)? Las respuestas han sido las crisis financieras, los choques inflacionarios y las guerras. La guerra es el mayor riesgo político para la economía. A principios del siglo XX, pocos europeos se imaginaban la devastación económica y social que les esperaba en el futuro. Una guerra nuclear podría ser dos órdenes de magnitud más destructiva.

Las guerras entre los productores de petróleo también han sido extremadamente disruptivas: consideremos las dos crisis petroleras de la década de 1970. Una guerra entre Irán y Arabia Saudita pudiera ser realmente devastadora. La política, y por lo tanto las políticas, también desempeñan un papel dominante en la generación de inflación y de los consiguientes choques de desinflación. La política también impulsa el proteccionismo y la liberalización financiera irresponsable. En general, los riesgos de las políticas disruptivas pudieran ser mayores actualmente de lo que han sido en décadas.

La política también moldea las políticas a más largo plazo que determinan el desempeño de las economías. Sabemos que las políticas a menudo están lejos de ser tan favorables al crecimiento ampliamente compartido y sostenible como pudieron haberlo sido. Ni la idea de la derecha de que lo único necesario es reducir los impuestos y las regulaciones, ni la opinión de la izquierda de que un Estado más intervencionista resolvería todo tiene sentido. Reavivar el dinamismo representa un reto.

Sin embargo, también es posible tener una perspectiva más optimista. La mala política de hoy día es el resultado, en gran parte, de la mala economía del pasado, particularmente del malestar de la poscrisis en los países de altos ingresos y del impacto del colapso subsiguiente del precio de los productos básicos en numerosos países emergentes y en desarrollo. Uno pudiera tener esperanzas de que, a medida que la economía mundial se recupere y que el optimismo acerca del futuro se arraigue, la destemplanza de la política en tantos países comience a sanar. Esto también pudiera comenzar a restablecer la confianza en las élites políticas y económicas. Eso podría hacer que la política fuera menos belicosa y más consensual. También pudiera alejar al debate de los extremos más salvajes del populismo.

Por algún tiempo, entonces, la economía y la política pueden ir por caminos separados. A largo plazo, sin embargo, las preguntas deben ser si la economía fracasará por sí sola, si la política terminará arruinando a la economía o, la mejor de todas, si la economía curará a la política. Esperemos que la respuesta sea la última. Ésa es una opción por la que vale la pena luchar.

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