Lo único que falta ahora es que haya que ganar y que haya juego limpio. Dejáme ir al Mundial y que el juego limpio se lo den a Ecuador”, dijo hace dos años Humberto Grondona.
En una selección juvenil, donde formación y transmisión de valores son parte medular del trabajo, el argentino apela a un modelo de conducción maquiavélico: ganar por cualquier medio.
Humbertito, el hijo del poder (su padre Julio gobernó la Asociación de Fútbol Argentino desde 1979 hasta su fallecimiento el año pasado), no pronunció esa frase en cualquier contexto. Lo hizo después de que sus jugadores de la sub 17 le festejaran un agónico empate en la cara a los uruguayos, en el Sudamericano 2013 de Mendoza. Con actitud provocadora y burlona. En lenguaje futbolero: una baboseada.
“Los pibes estaban descontrolados porque son la imagen del anormal del hijo de Grondona”, le dijo a El Observador después de aquel partido Carlos Andrealo, entonces dirigente de las juveniles celestes.
Fueron tres los jugadores argentinos que protagonizaron el triste episodio contra los uruguayos: Leonardo Suárez, Sebastián Driussi y Lucio Compagnucci.
De los tres, los dos últimos llegaron a la sub 20 que disputa el Sudamericano en Uruguay.
Pero Compagnucci ya no juega más. El jueves, en el partido ante Colombia, agredió de atrás al colombiano Jarlan Barrera metiéndole los dedos en un ojo.
Como el juez del partido no advirtió la incidencia, la Federación Colombiana realizó la denuncia y el Comité de Disciplina de la Conmebol analizó el video y aplicó su castigo: tres partidos. Lo dejaron afuera del campeonato ya que al mismo le quedaban tres fechas.
¿Pero qué comportamiento se le puede exigir a un pibe cuando su entrenador le festejó en ese mismo partido el gol –también agónico– al banco de Colombia?
“Tenía puteríos todos los partidos. Relajaba a los técnicos y a los jugadores rivales. Y cuando se armaba el lío, ¿sabés qué? Se las tomaba”, le contó a El Observador un preparador físico que trabajó con Grondona en la Cuarta División de Nacional en 1994.
Son los códigos de Grondona, un entrenador de discreta carrera que desembarcó por su propio peso en las juveniles de Argentina. Es el espejo donde ahora se miran los sub 20 albicelestes.
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