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El día que ganó Rusia

Orgullosa de las hazañas de su pasado, Rusia aprovecha el "Victory Day" para demostrarle una vez más a Occidente que aún es inconquistable
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28 de julio de 2015 a las 05:00

*Por Ángela Reyes

Son las 11 de la mañana en Moscú. En el bar no queda ni una mesa libre. Pepsi, café, vodka, cerveza y más vodka circulan sin parar. Decenas de hombres y mujeres miran atentamente la televisión. Aparece la imagen de Vladímir Vladímirovich Putin –la fórmula de cortesía para referirse al presidente en Rusia, "Vladimir hijo de Vladimir"– y a una mujer se le llenan los ojos de lágrimas. Al lado de ella, su hijo de unos 8 años sigue concentrado, con emoción infantil, la transmisión del mayor desfile militar en el país desde el fin de la guerra fría. Rusia celebra los 70 años de la victoria contra los nazis en la segunda guerra mundial y, fiel a su estilo, lo celebra en grande.

La mujer mira brevemente a su hijo, disfrazado de soldado de pies a cabeza, y regresa su atención a la pantalla. Con un despliegue técnico que no tiene nada que envidiarle a las más caras producciones de Hollywood, la televisión rusa muestra cerca de 16 mil efectivos militares y decenas de tanques blindados y misiles desfilando por la Plaza Roja ante la atenta mirada de Putin y más de 20 líderes mundiales, entre ellos el cubano Raúl Castro, el venezolano Nicolás Maduro y el chino Xi Ping. Desfilan oficiales rusos, pero también de toda una serie de países amigos: India, Armenia, Bielorrusia, Azerbaiyán, China, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Mongolia y Serbia.

No hay ningún error. La precisión emociona hasta al espectador más apático, y mucho más a los rusos, fervorosos patriotas que tomaron las calles para festejar. Solo algunos privilegiados pueden ver el desfile desde la Plaza Roja. El resto debe seguirlo desde lejos, fuera de la amplia zona de exclusión establecida. Pero esto no nubla el humor de los moscovitas: es un día de fiesta con todas las de la ley.

A los pocos minutos se escucha con fuerza el sonido de aviones volando cerca de la superficie. La mujer, su hijo y prácticamente todos los que están en el bar corren a la calle y sin pensarlo sacan sus celulares para tomar fotos y videos: en el cielo 143 aeronaves planean a solo 200 metros de altura. Hay bombarderos, cazabombarderos, helicópteros de ataque, cazas, aviones de entrenamiento, aviones cisterna. Atrás le sigue, como broche de oro, una división de elite de la Fuerza Aérea Rusa que vuela formando el número 70 en el aire, para delirio de los moscovitas.

El "Victory Day" recién comienza. El sol calienta y la ciudad está teñida de color y música para acoger a los millones de ciudadanos que salen a las calles a festejar el aniversario de un evento histórico, la derrota de las filas de Adolf Hitler en la Gran Guerra Patriótica, el modo en que denominaron los soviéticos a la segunda guerra mundial. La herida del pueblo es honda. Se estima que la URSS perdió 27 millones de personas en esa guerra, hasta que tras la decisiva batalla de Stalingrado –la más sangrienta de la historia de la humanidad– los nazis comenzaron a perder fuerza para finalmente capitular el 9 de mayo de 1945. No se trató solo de una defensa del territorio ruso. El Ejército Rojo fue el primero del bando de los Aliados que entró en Berlín, donde clavó sobre el Reichstag (Parlamento) su bandera. Para los rusos, Stalingrado es su "día D", pero, a diferencia de ingleses y estadounidenses, ellos lucharon para sacar a los nazis de su propia tierra.

Reportaje Internacional Victory Day
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Un ciudadano, un soldado

En todas las esquinas se venden como pan caliente las banderas de la URSS y copias de la "cinta de San Jorge", una distinción militar honorífica naranja con tres franjas negras que es símbolo de patriotismo en Rusia. Estas condecoraciones fueron instituidas por Catalina la Grande en 1769, suprimidas por Lenin en 1918 y restauradas por Yeltsin en 1992. Su trayectoria refleja de manera precisa la actitud que tiene la metrópoli hacia su pasado: rescató los símbolos más notables del zarismo, y también los de la era comunista, y los mantiene como muestra de su glorioso pasado, que para los rusos no parece contradecirse con su glorioso presente capitalista.

A las cintas de San Jorge le compiten en popularidad los uniformes militares. Los oficiales y veteranos de guerra se mezclan en la calle con cientos de niños y hombres disfrazados de soldados raso que posan alegres para las fotos. Las mujeres también se suman, pero cuidando la coquetería: debajo de las gorras militares se destacan despampanantes cabelleras, rostros maquillados, jeans, botas y chaquetas que podrían encontrarse en cualquier tienda de Times Square, en pleno Nueva York.

El orgullo por el Ejército es casi imposible de comprender para algunos latinos presentes, que vinculan de manera automática la institución con las torturas, muertes y desapariciones durante las dictaduras del siglo XX. En Rusia es distinto. El orgullo por el Ejército, así como la resistencia al frío, forma parte de su ADN. Ni siquiera los recuerdos del régimen de Stalin ensombrecen la imagen de los militares. Este orgullo es secundado y amplificado por el gobierno, que el 9 de mayo despliega todo su aparato propagandístico para recordarle al pueblo que Rusia no sería lo que es sin su poderío militar, tan vigente en 2015 como en 1945. En las plazas hay excombatientes que cuentan sus experiencias, hay pantallas gigantes que proyectan películas sobre la guerra, hay voluntarios que regalan CD con música de la época, hay grandes espejos para que los ciudadanos se prueben los uniformes, hay juegos de destreza física, hay muestras de fotos de 1945 que erizan la piel de cualquier espectador. Y además hay esposas, hijos y nietos que cargan con orgullo retratos en blanco y negro de sus muertos en combate, y prometen no olvidarlos nunca.

También puede verse un stand montado por los organizadores para que los que están celebrando se tomen fotos y las compartan de manera inmediata en las redes sociales. De esta manera, la fiesta trasciende las fronteras de la ciudad y del país.

Todo este espectáculo tendría poco sentido sin la verdadera atracción de la fiesta: las armas. Además de las reliquias de la segunda guerra mundial, que el Ejército sacó a las plazas varios días antes para que pudieran ser admiradas por el pueblo, Rusia aprovecha la ocasión para mostrar al resto del mundo sus más recientes adquisiciones en materia armamentística, desde modelos de última generación de vehículos blindados hasta un renovado sistema de misiles, pasando por una versión nueva de los famosos fusiles AK-74M que ahora cuentan con un mecanismo para disminuir el ruido de los disparos, linternas para la visibilidad baja y puntería por láser.

Reportaje Internaconal Victory Day
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Un país más que autosuficiente

Al desfile lo acompañan las infaltables palabras de Putin, quien denuncia en su discurso los intentos de crear un mundo "unipolar" que tuvieron lugar desde el fin de la guerra: "Nuestro objetivo común debe ser la elaboración de un sistema de seguridad igual para todos los Estados. Un sistema adecuado a las amenazas actuales, creado sobre una base regional, global, fuera de bloques. Solo entonces garantizaremos la paz y la tranquilidad en el planeta".

La pulseada de poder con Occidente que empezó a gestarse tras la victoria bolchevique en 1917 se diluyó por un enemigo común en la mitad de la segunda guerra mundial y retomó su fuerza en los últimos meses de ese conflicto para derivar en una guerra fría de décadas aún vigente. Esto es Rusia, y a Rusia la quieren destruir los occidentales, o así se ve desde el Kremlin.

Mientras, al otro lado de la frontera, el presidente ucraniano aprovecha la ocasión para recordar a los más de 6.000 muertos desde que se inició el conflicto con los prorrusos en el este del país en 2014.

El conflicto sobrevuela la celebración en forma de ausencia, ausencia marcada de líderes occidentales en el desfile. Solo la canciller alemana Angela Merkel viajó para la ocasión a Rusia, pero no se dejó ver en la Plaza Roja. Esperó al día siguiente para reunirse con Putin. Los grandes medios occidentales resaltan estas ausencias como prueba de la falta de apoyo a Rusia. Sin embargo, para los 20 millones de rusos que están festejando en las calles de Moscú pero también de otras ciudades, como Vladivostok, Sebastopol y San Petersburgo –donde al desfile por tierra y aire se suma uno por mar–, esto no parece ser motivo de preocupación. Para quienes están allí, Rusia claramente se basta por sí misma. Lo demuestran las armas, los oficiales, el presidente, el pueblo. Y, si esto no fuera suficiente, cuenta con aliados de la talla de China. Definitivamente es un día para festejar.

La odisea de hablar inglés

Al tiempo que demuestra su grandeza, Moscú deja entrever una y otra vez su rechazo, ¿o tal vez desprecio?, a Occidente, en especial a Estados Unidos. "Es mejor que te oigan hablar en español que en inglés, porque Hugo Chávez cae más simpático", recomienda a los latinos un académico canadiense que durante años vivió en Rusia.

Consultar una dirección en las calles de la capital es una verdadera odisea. "Where is this?", pregunta ingenuo un turista a un oficial ruso con una banda en el brazo que reza "Tourist Police", mientras señala el Kremlin en el mapa. La respuesta, invariablemente, llega en ruso. Y ante la aclaración "no russian", la respuesta otra vez llega en ruso. Y a veces hasta más rápido. Las excepciones existen, por supuesto, pero no es fácil hallarlas en una ciudad de casi 12 millones de habitantes.

Este problema no se limita a las calles. También existe en los restaurantes, que incluso en zonas turísticas no tienen la carta traducida al inglés ni a cualquier otro idioma, por supuesto.

El idioma, así como el Ejército, parece ser una cuestión de orgullo nacional. Una demostración de que Rusia tiene su manera propia de hacer las cosas, y es una manera bien distinta a la de Occidente.

La relación con Occidente –una zona del mundo que los rusos identifican con Estados Unidos y Europa, pero no necesariamente con América Latina aunque geográficamente la región está incluida– es contradictoria. El discurso contra Occidente es poderoso. Lo embandera el gobierno y lo amplifican muchos medios de comunicación controlados por el gobierno. El rechazo a las políticas estadounidenses y europeas permea a la población, incluso entre quienes no están a favor de Putin.

Alexander es un fotógrafo de 27 años proveniente de Omsk, Siberia, que ahora vive en Moscú. Habla inglés. Está en contra del presidente, pero reconoce que su "actitud frente a las autoridades es de indiferencia porque de hecho no hay una alternativa viable a Putin".

Califica a Estados Unidos como un país "interesante" con "gente cool". Sin embargo, no escatima críticas al tío Sam: "Es malo, estuvo presente en cada uno de los conflictos militares en los últimos 30 años. Creen que el mundo es unipolar, que tienen todo el poder, y no se dan cuenta de que hay países como China que entraron a la arena política mundial y están creciendo a pasos agigantados". A los gobiernos de Europa, con excepción de Alemania e Inglaterra, los considera "marionetas" de Estados Unidos.

Alexander termina su reflexión y entra a un McDonald's a comprarse un combo. Es la prueba viviente de que las discrepancias empiezan en el terreno político y allí también se acaban en general, al menos para los jóvenes.

Esta singular relación con Occidente se sintetiza de manera perfecta en el centro comercial GUM, situado en la Plaza Roja. Este opulento edificio con techos de hierro y cristal fue construido antes de la Revolución rusa. Durante la era comunista se convirtió en el Almacén General del Estado, bajo control absoluto del gobierno. Tras la caída de la URSS se volvió a privatizar y hoy en día deja estupefactos a los turistas que llegan al sitio sin previo aviso. Tiffany, Luois Vuitton, Cartier, Etro, Dior, Apple, Hermès, Moschino son apenas algunas de las marcas presentes en el mayor centro comercial de Rusia, de 250 metros de longitud y con capacidad para albergar a unas 400 mil personas. Está fuera del alcance del ruso de clase media.

Cruzando la Plaza Roja está el mausoleo Vladímir Ilich Lenin. Al bolchevique que en 1917 lideró la revolución para instaurar la dictadura del proletariado lo separan apenas algunos metros de tiendas donde un vestido de mujer fácilmente cuesta 500 dólares.

Reportaje Internacional Victory Day 2
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Putin omnipresente

El orgullo visible en el porte de los policías, las sonrisas de los niños vestidos de militares y las lágrimas de las mujeres que cargan con los retratos de sus muertos no se limita a la nación, sino que se extiende también al presidente de la Federación de Rusia.

Tazas de Putin, remeras de Putin, llaveros de Putin, pósteres de Putin. Putin sonriendo, Putin dando órdenes, Putin guiñando el ojo. Putin arriba de un oso, de un tanque, pilotando un avión, cazando, empuñando un cuchillo de guerra, una espada, un AK 47. Putin pisando a Obama, pateando a Obama, haciéndole una llave de yudo a Obama. El presidente es omnipresente en las tiendas moscovitas, desde el GUM hasta los humildes puestos del mercado Izmailovo, de visita obligada para los turistas en búsqueda de baratijas típicas.

Su presencia no se limita a los suvenires. A unas pocas cuadras de la Plaza Roja, un hombre muy parecido a Putin posa para fotografías a cambio de algunos rublos. Junto a él posan una réplica viviente de Stalin y otra de Lenin. Los tres son leyenda, a pesar de que uno de ellos apenas tiene 62 años.

El 80% de la población apoya al presidente, admiten incluso los opositores. Los críticos apuntan al férreo control del Estado sobre los medios de comunicación, principalmente sobre las cadenas de televisión.

Sin embargo, no se trata solo de propaganda. Fuentes diplomáticas opinan que la ferviente admiración de los rusos por su líder tiene una explicación lógica: fue él quien los sacó de la aberrante miseria en la que quedaron sumergidos luego de la caída de la URSS hasta convertirlos nuevamente en una pujante potencia mundial.

Otra vez, el honor de ser ruso aflora. Podrán matarlos de a uno o de a miles, pero ellos no abandonan, volverán de entre sus muertos una y otra vez. Según analistas, Putin comprendió esto y les devolvió aquello que más aprecian: el orgullo por su nación. Los rusos saben que él tiene lo que hace falta para mantener alineada, férreamente alineada, a una nación con ocho usos horarios, decenas de etnias, y 143 millones de habitantes.

Es la hora 22 y las restricciones para transitar la Plaza Roja comienzan a levantarse. En las inmediaciones del Kremlin no entra un alfiler. El sol de la tarde dejó paso a un frío que cala en los huesos más resistentes, pero no importa. Fascinados, los moscovitas dirigen su mirada al cielo, que se enciende con un brillante y prolongado espectáculo de fuegos artificiales. Parece una Noche de las Luces pero en versión rusa, es decir en versión gigante. Es el broche de oro para un día perfecto. Los rusos se miran entre sí y sonríen, aplauden, cantan. Es evidente para cualquier espectador que no están conmemorando solo una victoria de hace 70 años: celebran que se consideran, ellos mismos hoy en día y pese a todos sus problemas, una sociedad victoriosa.

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