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El miedo

Uno podrá contarle a otro lo que sintió, pero esa otra persona seguramente no pueda comprender qué se siente cuando tiene miedo
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04 de febrero de 2020 a las 14:11

Por Jaime Clara*

Tener miedo es una sensación muy humana. Todos en algún momento de nuestra vida lo hemos padecido. O lo padecemos cotidianamente. Podemos tener miedo a muchas cosas. El problema aparece cuando ese temor paraliza y nos imposibilita para desempeñarnos en la vida.

Aunque parezca mentira, estas elucubraciones llegaron una madrugada luego de ver “Linterna verde”. Aunque no voy a defender una película de medio pelo, que por lo menos me entretuvo y me retrotrajo a unos de los superhéroes que más admiraba durante mi infancia, quiero destacar parte de la trama de la historia de este filme, siendo consciente que el personaje, hoy se desvirtuado muchísmo del que yo leía en las revistas usadas que canejaba,  en el salón “Oro 18”, de “Cajita” Ferro, en San José.

La película “Linterna Verde” trata sobre la voluntad para hacer las cosas. Según el argumento, el verde es el color de la voluntad y es la fuerza que más abunda en el universo, en contraposición con el amarillo, color del miedo. La búsqueda de un linterna verde en la tierra, se centró en alguien que no tuviera miedo. El mensaje que subyace en la película, es decir, el miedo como fuerza opuesta a la voluntad. Justamente, en la historia, el miedo en el universo es una amenaza de destrucción. Para muchos, “una gran metáfora de una realidad que nadie ve” y que tenemos que vencer si queremos salir adelante. Hay que reconocer que como mensaje, es interesante.

Dejemos la anécdota y vayamos a lo importante: el miedo como parálisis, el temor como incertidumbre. Reflexionemos, ¿cuántas cosas dejamos de hacer por temor a como serán los resultados? Hay un dicho popular que dice que “el que no arriesga no gana”, que de alguna manera intenta ganarle a la desconfianza que nos genera una nueva acción.

El periodista español Antonio Caño, escribió en una columna en El País de Madrid que “el miedo es una emoción tan auténtica y espontánea como cualquiera. Las personas tienen miedo por lo que ven o por lo que presienten. Ese miedo puede a veces ser injustificado y a veces incluso patológico, pero siempre merece respeto. Los miedos individuales paralizan a los hombres y a menudo atrofian su capacidad de progresar. Los miedos colectivos provocan horrores que la Humanidad ha tenido que lamentar con demasiada frecuencia. El miedo se combate principalmente con información; sólo el conocimiento de la realidad puede ayudarnos a encararla con la energía requerida o a ignorarla si nuestras preocupaciones iniciales se demuestran infundadas.”

“Naces con voluntad, no con ayuda”, escribió el poeta Miguel Hernández. Esa voluntad, que traemos desde el primer día de nuestra existencia, es la que debe agitarse permanentemente, sin miedo, para tratar de superar los obstáculos que la vida nos pone día a día. Otro periodista español, Eduardo Barajas Sandoval, escribió hace poco que “no hay peor miedo que el que uno mismo se puede inventar, porque tiene a la mano las claves de las debilidades propias así como de la mejor forma de ponerlas a prueba.”

Este tema del miedo siempre me interesó. En uno de los cuentos que integran mi libro La terrible presión de la nada (Seix Barral, 2015) hay un relato “Cinclo letras, uno vertical”, donde se aborda este asunto. Allí hago referencia a un relato de Horacio Quiroga, “El galpón”. Recuerdo que la primera vez que tuve referencias de ese cuento fue al escucharlo en un disco de vinilo que tenía mi tía Etna. Quien relataba era el locutor Hugo Martínez Trobo, con voz grave y tono solemne pero sencillo. El sobre del disco, editado por el sello Tacuabé –me parece verlo- era una ilustración en tonos de rojo, y naranja, del diseñador Carlos Palleiro. Parece que escuchara el relato de Quiroga en aquella voz magnífica de Martínez Trobo. ”Si se debiera juzgar el valor de los sentimientos por su intensidad, ninguno tan rico como el miedo. El amor y la cólera, profundamente trastornantes no tienen ni mucho con la facultad absorbente de aquel, siendo este por naturaleza el más íntimo y vital, pues es el que mejor defiende la vida. Instinto, lógica, intuición, todo se sublima de golpe. El frío medular, la angustia relajadora hasta convertir en pasta inerte nuestros músculos, nos dicen únicamente que tenemos miedo miedo, esto solo basta. Por otro lado, su recreación, cuando felizmente llega, es el mayor estimulante de energía física que se conozca. Un amante desesperado, o un hombre ardiendo en ira forzarán al cuerpo humano que entregue su último átomo de fuerza; pero a todos nos consta que si a aquellos el paroxismo de su pasión es capaz de hacerlos correr 100 metros en diez segundos, el simple miedo los hará correr 110.”

El miedo es una sensación única, intransferible. Porque uno podrá contarle a otro lo que sintió, pero esa otra persona seguramente no pueda comprender qué se siente cuando tiene miedo.” El escritor español Ramón y Cajal lo describió como “ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo”, pero por más que lo describa, no es posible saber qué sintió. Guy de Maupassant escribió en un cuento que “el verdadero miedo es como una reminiscencia de los terrores fantásticos de antaño. Un hombre que cree en los fantasmas y se imagina ver un espectro en la noche debe de experimentar el miedo en todo su espantoso horror.”

No se necesita ser superhéroe para vencer el miedo. Lo importante es tratar de reconocer los temores, darles pelea, enfrentarlos y superarlos, para tratar que nos vaya mejor en la vida.

*Esta nota fue originalmente publicada en Blog Delicatessen. 

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