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La NFL entre paranoia y dolor

La muerte de un exjugador de fútbol americano revela el daño de las lesiones cerebrales
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14 de octubre de 2018 a las 05:02

Ken Belson
The New York Times Newes Service

Cuando la hermana de Daniel Te’o-Nesheim escarbó entre las pertenencias del liniero de la NFL después de su muerte, el año pasado, encontró un contenedor de plástico lleno de páginas arrancadas de un diario que mantuvo durante sus días como futbolista profesional. Era un catálogo de su puño y letra de sus múltiples lesiones e intentos de tratamiento. 
Los recuentos son un triste cierre para una vida que, trágicamente, terminó de manera prematura.

Te’o-Nesheim, estrella del equipo de la Universidad de Washington que jugó cuatro años con las Águilas de Filadelfia y con los Bucaneros de Tampa Bay, tenía 30 años en octubre de 2017 cuando fue encontrado muerto en el hogar de un amigo; su cuerpo tenía rastros de alcohol y analgésicos. Los neurocientíficos le descubrieron encefalopatía traumática crónica (CTE, en inglés), padecimiento degenerativo causado por golpes reiterados en la cabeza, a su cerebro.

Daniel, quien creció en Seattle y en Hawái, no es el jugador más joven de la NFL con CTE, que solo puede ser diagnosticado de manera póstuma. Tampoco tenía la versión más severa d, que ya ha sido encontrado en los cerebros de cientos de atletas. 

Pero Daniel dejó un rastro de documentos, cartas, mensajes de texto, fotografías y mensajes de voz que dan una muestra vívida y desgarradora de cómo un jugador de futbol americano vive el padecimiento: paranoia, desorientación, fallos de memoria y arrebatos de ira. 

Como se ha visto en otros casos vinculados al CTE, los allegados achacaron estos comportamientos a su apretada agenda cuando jugaba o a sus dificultades para ajustarse a la vida fuera de la cancha después de que terminó su contrato, en 2013. En realidad enfrentaba una serie de lesiones ortopédicas, los efectos de cien conmociones cerebrales —diez de las cuales lo dejaron temporalmente inconsciente—, de las drogas que tomaba para el dolor y una enfermedad que transforma la personalidad de quienes la padecen.

Daniel Te’o-Nesheim nació en 1987 en Pago Pago, en Samoa Americana, y su familia se mudó a Seattle cuando Daniel tenía 3 años.  Empezó a jugar para la Universidad de Washington. Medía 1,90 y pesaba 120 kilogramos, por lo que distaba de ser el jugador defensivo más grande. Sin embargo, era de los que mostraba mayor tesón.

Jugar en Filadelfia implicó ajustes complicados.  Los otros jugadores eran más grandes y más rápidos; pronto acumuló varias lesiones. Su agente le sugirió llevar un diario para anotar sus lesiones en caso de que en algún momento necesitara pedir ayuda o prestaciones por incapacidad laboral. Esas fueron las notas que su hermana encontró.

Sinfín de lesiones

Se quejó con los médicos del equipo de dolencias en el tobillo; los doctores le habían limpiado astillas óseas la semana previa. Después le dijeron que tenía espolones en el tobillo derecho, lo que lo dejó en la banca casi toda la temporada regular al jugar solo seis partidos.

En enero de 2011 Daniel fue operado. El mes siguiente fue operado del hombro. pero le retiraron el contrato al final de la pretemporada. 

Daniel encontró su lugar en Tampa. Estuvo en cada partido de las temporadas 2012 y 2013, con cuatro capturas de mariscales rivales. Se reencontró con un amigo de su equipo universitario, Mason Foster, con quien comía seguido y con quien preparaba alimentos samoanos. 

Pero las lesiones continuaron. De acuerdo con sus notas, Daniel se lastimó un dedo y el cuello, padecía de dolores de cabeza crónicos y aún tenía dolores de hombro y de tobillo. Prácticamente no hablaba con su familia sobre esos problemas físicos, y también había señales de un abuso de medicamentos.  

Paranoico y adicto

Parecía estar desarraigado: no tenía un departamento y vivía en hoteles. 

Sus amigos y conocidos dijeron que se volvió paranoico y distante. No respondía a correos durante meses, pero después hacía llamadas sorpresivas desde números telefónicos desconocidos en las que sonaba extraño.  

Cuando terminó esa temporada, los Bucaneros no renovaron el contrato. 

Se deprimió y estaba avergonzado de haber fracasado en la NFL. Se volvió más paranoico. Insistía en que había personas detrás de él y que el personal de limpieza de los hoteles estaba husmeando entre su basura. Aseguraba que había alguien “dentro” de sus computadoras; destruyó varias por ese temor.

Cuando volvió en el verano de 2015, era un hombre muy distinto al que había dejado Hawái. Era olvidadizo, estaba agobiado y estaba disperso física y mentalmente, según su hermana. Minimizaba el dolor que tenía en las rodillas, hombros, espalda y de cabeza, y no le daba mucha importancia a que tomaba muchas pastillas de Tylenol. Su resumen clínico, complementado con entrevistas a familiares y su historial clínico, indica que bebía alcohol entre tres y cinco veces por semana, “con frecuencia de manera excesiva”.

La paranoia que mostró en Tampa ya no estaba tan presente y estaba emocionado por regresar a su colegio, Hawaii Preparatory, como entrenador de atletismo y de fútbol americano. 

Falta de memoria

Esas apariencias no delataban la agitación en su interior. Se desmayaba constantemente y perdía la conciencia. Sus amigos y familiares dicen que tenía problemas para concentrarse en más de una cosa; no presentó su declaración de impuestos para el año 2013 sino hasta pasado 2016. Prometió que iba a ir a la boda de un amigo, pero después dijo que incluso se le olvidó comprar el boleto de avión.

Lo que los allegados de Daniel no sabían es que el jugador ya había pedido ayuda. En 2017 contactó a Sam Katz, abogado deportivo de ATHLAW, que ayuda a los exjugadores a conseguir prestaciones por incapacidad. Katz reunió todos los registros médicos de Daniel y metió la solicitud en julio para beneficios por lesiones incurridas debido al deporte. Los administradores del plan de las prestaciones programaron una cita con un ortopedista avalado por la NFL para el 2 de octubre en San Antonio. 

El doctor le dijo a Daniel que tenía uno de los peores casos de artritis degenerativa en los tobillos que había visto. También encontró daño en las rodillas y hombros, nervios prensados en el cuello y un desgarre de tendón en el bíceps.

Después de la cita, Katz recuerda que Daniel le dijo: “Quiero que cuides a mi familia si me pasa algo”.

Unas semanas después, el 27 de octubre, Daniel y los demás entrenadores de Hawaii Preparatory tuvieron una celebración en la que él posó con sus jugadores, sonriente. Dos días después, fue a casa de un amigo, donde tomaron vodka, hablaron y cortaron el césped. Daniel se quedó a dormir en una de las habitaciones para invitados.

Doce horas después, se le declaró muerto por una sobredosis.

Huellas cerebrales

La familia de Te’o-Nesheim donó su cerebro al centro de estudios de ETC de la Universidad de Boston, donde la directora y neuropatóloga Ann McKee no encontró señales obvias de daño, pues son poco frecuentes en un paciente tan joven. Pero, a nivel microscópico, encontró decenas de lesiones en el lóbulo frontal vinculadas a la ETC.

“Siempre sorprende y asusta ver tantas lesiones en alguien que solo tenía 30 años”, dijo McKee. 
 

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