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Graciana del Castillo: Dama y estratega

Encontró la fórmula para ocuparse de lo que le apasiona sin seguir una rutina. Es economista, escritora y una gran planificadora. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional y en las Naciones Unidas
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27 de diciembre de 2013 a las 17:48

Encontró la fórmula para ocuparse de lo que le apasiona sin seguir una rutina. Es economista, escritora y una gran planificadora. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional y en las Naciones Unidas. Diseñó políticas que impulsaron la reconstrucción de El Salvador y la independencia de Kosovo, y desarrolló planes estratégicos para minimizar el conflicto en países como Afganistán. Una mujer que tiene historia, y por eso quisimos contarla

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Un boleto de avión, un encuentro “fascinante” con el economista Enrique Iglesias y cuotas de tenacidad, suerte y talento hicieron que Graciana del Castillo se convirtiera en una economista destacada en la órbita internacional. Vivió su infancia y adolescencia entre Montevideo y Punta del Este. Cursó un año y medio en la Facultad de Agronomía y con 19 años se casó y se fue a Nueva York. El pasaje era de ida y vuelta pero “estaba el golpe de estado en Uruguay y la verdad es que no quisimos volver. Hubo muchas razones pero la principal fue que la universidad había cerrado”, explica. Cuando llegó a Estados Unidos cambió la agronomía por la economía. “Los primeros cuatro años de universidad uno tiene la opción de tomar un montón de cursos y ahí empecé a cursar economía y me entusiasmé. Allá la educación es mucho más incluyente. Hice mis cuatro años de college muy rápido porque me dieron lo que se dice credits, me aceptaron un montón de cursos que tomé en la Universidad de Uruguay”, relata esta mujer de carácter fuerte, amplia sonrisa y espíritu emprendedor.

Sin planificar
Aunque la economía no fue su primera opción, de inmediato se convirtió en su gran pasión. Se doctoró en economía por la Universidad de Columbia y sus tesis de doctorado y maestría las escribió asesorada por tres economistas, que luego ganarían el Premio Nobel: Robert Mundell, William Vickrey y Edmund Phelps. “Creo que tuve muy buenos ojos para elegir a mis tutores [risas]. Y los sigo teniendo. Siempre que he elegido apoyar estudiantes les ha ido muy bien y eso es una gran satisfacción. Tengo buena visión del valor de la gente”. Graciana ya hace un tiempo que no ejerce como docente, “en parte porque viajo mucho. Pero fui profesora en la Universidad de Columbia durante mucho tiempo. Enseñé economía latinoamericana, programación financiera, economía política o economía de la paz y también cursos de macro y finanzas internacionales. Me encanta enseñar, pero estoy en una etapa de mi vida en la que me dan mucha pereza cosas como los exámenes. Hoy prefiero dar charlas o cursos puntuales”.
Como experta en temas de interés para los países emergentes, asesoró a varios gobiernos, organismos internacionales, bancos y empresas. Paralelamente fundó, junto con su amigo Mario Blejer (reconocido economista argentino), Macroeconomic Advisory Group, una consultora internacional. “Con Mario tenemos mucho en común y queríamos trabajar juntos en cosas que nos gustasen, básicamente fue por eso que decidimos empezar con el proyecto. Tenemos mucha flexibilidad y no tenemos personal fijo; si no nos gusta el trabajo no lo aceptamos. Además establecimos conexiones con bancos internacionales y, si bien ellos tienen sus departamentos de investigación, muchas veces necesitan segundas opiniones. Damos un asesoramiento totalmente independiente”. Y eso de no tener rutina le fascina. “No tengo una rutina porque me aburre mucho. No hago esquemas cuando escribo y tampoco tengo una ruta si salgo a correr. Nunca he tenido un plan. Las cosas se han dado…”.

Bajo la piel
“Mis hijos se ríen cuando les digo que tengo una conciencia social. A mí me da satisfacción pensar que estoy haciendo cosas por la gente, cuando trabajo en países que están saliendo de la guerra es como aprender un nuevo idioma. Al principio uno ve mucho avance”, me explica y en esas palabras hay pasión. Graciana trabajó en las Naciones Unidas y se desempeñó como oficial principal en la oficina del secretario general asesorando sobre política económica y temas vinculados con América Latina.
Formó parte de la reconstrucción económica de América Central y fue una pieza fundamental en la negociación sobre el programa de tierras a cambio de armas en El Salvador. “La ONU tenía una especie de calendario que había que seguir para lograr la paz entre el gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN– [movimiento político-guerrillero que hoy gobierna ese país]. Una de las cosas que tenía que hacer el gobierno era empezar un acuerdo de tierras, ya que era la forma de reintegrar a los excombatientes tanto de la guerrilla como del gobierno en el sector productivo. El FMLN se iba a desmovilizar –dejar las armas– en cinco fases. Empezaron la primera fase y en la segunda no quisieron seguir. Iban a volver a la guerra porque el gobierno no había empezado el programa de tierras. Ahí fue donde me metí y dicen que gracias al programa que diseñé no volvieron al conflicto armado. Ahí se firmó el acuerdo de Paz de Chapultepec [en el año 1992]”, recuerda y si bien lo hace con mucha naturalidad advierte que fue una de sus grandes satisfacciones profesionales. “Eran negociaciones muy duras aunque trabajar con el FMLN y ver toda la problemática fue muy interesante. Cuando el país está en un desarrollo normal no hay que aplicar este tipo de programas. Pero cuando hay campos minados y una policía civil militarizada, es todo muy distinto. Teníamos que ofrecerle algo a la guerrilla en términos económicos para que fuera parte del proceso de paz”.
Años más tarde fue asesora sobre Política Económica del representante especial del secretario general de las Naciones Unidas y administrador de Kosovo, con lo que se convirtió en una persona clave en el diseño de políticas para el nacimiento de un nuevo estado. “Me acuerdo que llegué a Kosovo cuando acababa el bombardeo de la OTAN [los bombardeos empezaron el 24 de marzo de 1999, y duraron más de 70 días] y en un mes, por decreto, hicimos toda la infraestructura de un país que no existía. Es muy estimulante ver cómo hay un impacto inmediato de tu trabajo”. Y reflexiona, “creo que por eso soy tan workaholic [adicta al trabajo]. En esos países, que está todo destruido, uno ve un progreso impresionante”. Para ejemplificarlo, relata un episodio que bien podría ser parte de una historia de ciencia ficción: “En aquel momento en Kosovo hacía tres meses que nadie cobraba: ni maestros, ni enfermeros…nadie. Tuvimos que traer un avión lleno de billetes de 5 y 10 marcos alemanes para poder pagar los sueldos. No me olvido más de que cuando llegó el avión no teníamos dónde poner el dinero. Los serbios se habían llevado hasta las cajas fuertes”. Le pregunto cómo es trabajar en la ONU y asegura que cuando entró tuvo que hacerse valer. “Me acuerdo que venía un economista de Marruecos, que era mi jefe, y me cambiaba todo lo que yo ponía y me decía: ‘Te lo estoy poniendo en el lenguaje de Naciones Unidas’ y yo decía: ‘Absolutamente no, me estás cambiando el sentido’. En la ONU he tenido grandes historias pero definitivamente es un organismo en el que no recomiendo a los estudiantes trabajar”. “¿Porque hay hechos de corrupción?”, pregunto. “En realidad porque no es un lugar estimulante, principalmente si estás empezando. En Naciones Unidas no sé si lo que hay es corrupción, creo que más bien la palabra es despotismo a todo nivel”, sentencia relajada, convencida de que lo que está diciendo es cierto.


“Una de las cosas que digo, y lo vengo diciendo desde hace 20 años, es que en los países que salen de un conflicto no existe la posibilidad de pensar con un horizonte a mediano o largo plazo. Hay que tomar medidas, y hacerlo muy rápido. No tenés el lujo de poder planear”

Estratega
“Una de las cosas que digo, y lo vengo diciendo desde hace 20 años, es que en los países que salen de un conflicto no existe la posibilidad de pensar con un horizonte a mediano o largo plazo. Hay que tomar medidas, y hacerlo muy rápido. No tenés el lujo de poder planear”, explica.“Cuando hay un desastre uno tiene que reaccionar inmediatamente, como en un accidente. No se puede estar pensando demasiado. Muchas veces se cometen errores, y hay que vivir con ellos, porque si no lo hubieras hecho sería mucho peor. Es muy distinto en situaciones normales. Ahí se puede planificar a mediano y largo plazo, en estas situaciones en que yo trabajo si bien hay planificación se necesita adaptar políticas inmediatamente, porque si no hay un gran peligro de volver al conflicto”, explica, y admiro su capacidad para manejar esas situaciones. “Justamente son las políticas a mediano y largo plazo las que hacen que se vuelva al conflicto. Se necesita causar impacto. Hay que mejorar la situación de vida de esa gente y hay que hacerlo ya. En esos lugares hay generaciones que nunca fueron a la escuela a causa de la guerra. Hay que darles una oportunidad. Los economistas en general piensan que hay que aplicar el criterio de equidad, pero yo pienso que no es así. Cada grupo necesita cosas distintas, algunas veces hay que hacer diferencias”.
La conversación nos fue llevando indefectiblemente hacia el Medio Oriente, donde Graciana ha participado en varios proyectos de ayuda y reconstrucción. “Estuve en el proyecto que organizó Hillary Clinton, que se llama The Day After, en Siria y también en Beirut [Líbano]. Fue ahí que me di cuenta del terrible impacto que tiene la guerra en estos países. El efecto colateral y de contagio es tremendo. En Jordania hay campos de refugiados en el desierto; las personas ni siquiera tienen agua. Y el Líbano– que tiene una población aproximada de 4 millones y medio–, espera al finalizar este año 1,5 millones más de personas, a causa del desplazamiento de los refugiados palestinos y libaneses que vivían en Siria. Es brutal”.

En busca del equilibrio
“No creo en Dios. En realidad soy agnóstica, no sé si existe o no existe”, me responde, y cambio categóricamente de tema. Le pregunto por su pasión por la lectura. “Me gusta mucho estar informada y saber lo que está pasando en Uruguay. Leo los diarios regularmente. Últimamente estoy leyendo pocos libros de literatura, porque estoy continuamente estudiando para los proyectos en los que estoy trabajando. Pero en general leo muchísimas biografías, en parte porque reflejan la cultura y la política de las sociedades”. En la actualidad está trabajando en varios proyectos, conforma algunos directorios y acaba de terminar su segundo libro: Guilty Party: The International Community in Afghanistan (que podría traducirse como Culpables: la comunidad internacional en Afganistán), un libro sobre la compleja situación en ese país, que saldrá a la venta a principios del próximo año. Y entre sorbo y sorbo de café me confiesa que es un poco “maniática” cuando escribe. “Me levanto a las 4 o 5 de la mañana porque es la hora en la que nadie me molesta. Me siento con mi cafecito expreso y me encanta porque no suena ni el teléfono. Para mí es muy importante la tranquilidad. Imaginate que escribo con tapones de cera en los oídos…”, y tras esas palabras, suelta una carcajada. Entonces, conversamos sobre el equilibrio, tan importante para el éxito de los modelos económicos, así como para la vida cotidiana. “Siempre he intentado mantener cierto balance aunque si le preguntás a mis hijos te van a decir que nunca les hice chocolate chips cookies. Igual creo que pude mantener el equilibrio: tengo buena relación con mi marido y mis hijos después de todos estos años. Pero es difícil, es muy difícil. A mí me hubiera encantado por ejemplo irme a vivir a alguno de estos lugares en conflicto para los que estuve trabajando, y no lo pude hacer”. ¿Y hay algo que no volverías a hacer?, indago. “No volvería a trabajar en las agencias de calificación. Creo que son poco profesionales. Toda la vida he trabajado a favor de los países y ahí tuve que hacer cosas en contra. Cuando entré en Standard & Poor’s [fue directora de Riesgo Soberano de 2000 a 2002] e iba a trabajar con Latinoamérica puse como condición que no iba a participar en Uruguay porque no podía ser imparcial. Cuando le sacaron a nuestro país el grado inversor [en plena crisis de 2002] lo que pasó fue que la agencia estaba distraída, mirando a Brasil. Se lo debían haber sacado mucho tiempo antes y creo que tampoco justificaba que demoraran tanto en dárselo de nuevo”.

“Siempre he intentado mantener cierto balance aunque si le preguntás a mis hijos te van a decir que nunca les hice chocolate chips cookies. Igual creo que pude mantener el equilibrio: tengo buena relación con mi marido y mis hijos después de todos estos años. Pero es difícil, es muy difícil”

Mi país
“Una de mis preocupaciones a través de los años ha sido la importancia de la inversión extranjera. No solo para atraer capitales sino también tecnología, know- how y para que haya conexiones entre los proveedores y las empresas internacionales. Las ventajas de la inversión extranjera son enormes. Me acuerdo cuando [Danilo] Astori escribía en contra de ella, y resultó que este gobierno fue el que tuvo más inversión extranjera. Para mí el inglés es fundamental, sin el idioma es muy difícil atraer el tipo de inversión que queremos: en manufactura, en sectores de alta tecnología, de alto conocimiento”, me dice y continúa. “En Punta del Este sigue habiendo una gran inversión pero no hay infraestructura: internet no funciona, se corta la luz… Es importante que haya más servicios. Nosotros precisamos una inversión que cree empleos de calidad. Necesitamos darle opciones de trabajo a la gente joven y capacitada. Acá sigue habiendo una elite, muy chiquitita, que tiene las herramientas. Lo que hay que lograr es que haya una masa de gente joven preparada de tal manera que sea un atractivo más para el inversor”. “¿Nunca te pidieron asesoramiento desde el gobierno?”, pregunto convencida de que la respuesta iba a ser otra.“No. Soy mujer y siempre he vivido en el exterior. Ninguna de las dos cosas están muy bien vistas”.
Advierte que el país “tiene el modelo que he pregonado durante muchos años: cierta disciplina monetaria y fiscal, pero un gobierno más solidario. No tengo grandes quejas del equipo económico (creo que lo han hecho muy bien con lo complicado que es el mundo o la región), lo que me molesta terriblemente es que se haya deteriorado tanto la educación. Y no le estoy echando la culpa a este gobierno, aunque pienso que, si se quiere mejorar la distribución del ingreso y ser más incluyente, se debería haber hecho más por la educación. No te puedo decir dónde están las fallas, lo que veo son los resultados. Te puedo decir, por ejemplo, que es en el único país del mundo en el que veo que un ministerio no se ocupa de la educación pública. Hay que repensar la educación porque los resultados son patéticos. Hay que traer expertos que ayuden a resolver el problema. En este tema no se puede poner curitas”. Y de lo macro, volvemos a lo micro. Me cuenta de los viajes que hace con sus hijos (el último fue a Irlanda con su hijo menor), de su gusto por los deportes, de su pasión por el arte, de su reciente incursión en la cocina afgana e hindú y de su absoluta apatía por los deportes americanos. Y en ese pool de confesiones me deja algo claro, clarísimo: ella no reflexiona demasiado sobre sí misma. “Siempre vivo tan ocupada que nunca estoy pensando en lo que va a pasar mañana. Siento que tengo tantas cosas por hacer que me faltan años. Nunca pienso mucho en mí. Pienso más en el mundo de las ideas, de las cosas, del impacto. Creo que en Uruguay la gente va mucho al psicoanalista”.

“No tengo una rutina porque me aburre mucho. No hago esquemas cuando escribo y tampoco tengo una ruta si salgo a correr. Nunca he tenido un plan. Las cosas se han dado…”

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