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La anorexia, ¿es una enfermedad cultural?

Una campaña con la ratona Minnie y la pata Daisy esqueléticas desató de nuevo el debate sobre el origen de esta enfermedad
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28 de septiembre de 2012 a las 19:34

Los esfuerzos por combatir los desórdenes alimenticios se centran en el fenómeno cultural, especialmente a las imágenes de modelos en exceso flacas, alteradas digitalmente. Por ejemplo, el mes pasado dos asociaciones de desórdenes alimenticios de Estados Unidos escribieron un comunicado de prensa condenando la cadena de tiendas de moda de alta gama Barneys por darles a los queridos personajes de Disney un cambio de imagen. La ratona Minnie Mouse y la pata Daisy fueron estiradas hasta quedar demacradas en honor a la campaña de vacaciones de Barneys.

Las asociaciones escribieron: “Ver este tipo de imágenes está asociado con baja autoestima e insatisfacción con el cuerpo en niñas y mujeres jóvenes, lo que las pone en riesgo de desarrollar alteraciones de la imagen corporal y trastornos alimenticios. Estas condiciones pueden tener consecuencias devastadoras a nivel psicológico y médico. Esta campaña va en contra de los esfuerzos de todo el mundo para mejorar tanto la salud de las modelos de pasarela como la representación de la imagen corporal por parte de la industria de la moda”.

Todo esto es técnicamente cierto. Pero al ver las investigaciones más recientes, varios estudios indican que la influencia de los factores ambientales como las modelos escuálidas es mínima cuando se trata de poner a una persona en peligro por un desorden alimenticio.

Un estudio de 2000 publicado en el American Journal of Psychiatry encontró que 60% (y hasta el 85%) del riesgo que tiene una persona de desarrollar anorexia se debía a la genética.

En 2006, un seguimiento publicado en Archives of General Psychiatry encontró que solo 5% de las personas con riesgo de desarrollar anorexia compartía factores ambientales como la cultura de las modelos y revistas.

Un riesgo ambiental mucho mayor, que este estudio estimó del 35%, provenía de lo que los investigadores llamaron factores ambientales no compartidos, es decir, únicos a cada individuo. Ejemplos de ello son haber sido maltratado por compañeros en la escuela o haber contraído una bacteria como Streptococcus.

Los trastornos alimenticios existieron desde mucho antes que los avisos con supermodelos. Los investigadores creen que los santos desnutridos de la Edad Media tenían anorexia. Reportes de historia antigua indican que los romanos ricos se forzaban a sí mismos a vomitar durante los festines para hacer espacio para más comida.

En tiempos modernos, la anorexia ha sido reportada en la África rural y comunidades amish y menonitas, ninguna de las cuales están inundadas de imágenes de mujeres esqueléticas. La cultura tampoco explica el hecho de que los estadounidenses son bombardeados con estas imágenes pero solo una porción muy pequeña desarrolla en algún momento un desorden alimenticio clínico.

Múltiples factores
El mensaje de las asociaciones es técnicamente correcto: cada vez hay más chicos que hacen dieta, sea por el motivo que sea. Esto es potencialmente peligroso porque la restricción de comida puede disparar una cadena de eventos en el cerebro y cuerpo de una persona vulnerable. Para el 1% al 5% de la población que tiene una vulnerabilidad genética a los desórdenes alimenticios, ese intento inocente de perder peso puede desatar una enfermedad que ponga en riesgo su vida.

De hecho, los desórdenes alimenticios tienen la tasa de mortalidad más alta de todas las enfermedades psiquiátricas. Una de cada cinco personas con anorexia crónica mueren de una consecuencia directa de dicho mal. A su vez, un tercio de quienes lo padecen se mejoran, un tercio tiene períodos de recuperaciones interrumpidas y un tercio permanecen enfermos de manera crónica o mueren.

Concentrarse en las causas culturales de los trastornos alimenticios deja fuera una mirada más amplia y multifacética de lo que son. Estos desórdenes son el resultado de una compleja interacción entre genes y ambiente: no es solo cultura.

Sin embargo, la mayor parte de la cobertura mediática sobre los desórdenes alimenticios se centra en los factores culturales. Más de la mitad de la cobertura sobre el tema está vinculada a celebridades. Las celebridades sufren estas enfermedades, pero son una fracción pequeña del total de personas que la padecen en el mundo.

Los trastornos alimenticios no consisten solo en querer ser delgado. No se deben a la cultura de las celebridades o a la presencia de supermodelos. Son enfermedades reales que arruinan vidas.


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