El gobierno tuvo una buena semana. El presidente Luis Lacalle Pou se mantuvo firme en sus convicciones en cuanto a cómo manejar la pandemia, pero movió otras perillas, también muy importantes, en el terreno del diálogo político y en el de las políticas públicas.1 Soy de los que suspiraron con alivio. Finalmente, se abrió un espacio, al menos una rendija, para una conversación civilizada entre gobierno y oposición. Luis Lacalle Pou se reunió primero con los tres intendentes frenteamplistas: Carolina Cosse, Yamandú Orsi y Andrés Lima. Se reunió al día siguiente con los líderes de todos los partidos que, en el balotaje, respaldaron su candidatura a la Presidencia: Pablo Iturralde, Julio María Sanguinetti, Guido Manini Ríos, Pablo Mieres y Edgardo Novick. Las dos reuniones fueron muy importantes porque ayudaron a liberar tensión. Lejos de debilitar el liderazgo presidencial, los dos ámbitos de diálogo ratificaron la imagen de un jefe de gobierno que sostiene con mano firme el timón. Es verdad: a veces son los presidentes débiles los que precisan dialogar. Otras veces, como en este caso, el diálogo no es una señal de debilidad sino de fortaleza.
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