El cepillo de dientes, plástico. El frasco de shampoo, la jabonera, la maquinita de afeitar, la tapa del desodorante, la botella de enjuague bucal, plástico. El paquete del café, el envase de la mermelada, el envoltorio de las servilletas de papel, plástico. El llavero suvenir de Nueva York, la tarjeta STM, el precinto de la caja de cigarrillos, el encendedor, todo hecho de plástico.
El táper con el almuerzo, el sachet de aderezo, el mango de los cubiertos, plástico. La bolsa de supermercado que carga las compras de la cena, plástico. Y dentro el paquete de azúcar, el de las galletitas, la bandeja con carne, con duraznos, con rúcula, la botella de agua saborizada y el pan de molde empacado, plástico.
La carcasa del teléfono, el cargador, el ratón de la computadora, el monitor, el teclado desde que el que se escriben estas líneas: plástico, plástico, plástico. Estamos rodeados. Lo usamos en todo, para todo.
Cada año, las personas producimos y consumimos 448 millones de toneladas de plástico. El 40% de ellas será utilizado solo una vez y terminará en la basura. Apenas el 9% será reciclado, el 12% terminará incinerado y el restante 79% se acumulará en un vertedero o en el medioambiente.
El océano se llevará la peor parte, con 9 millones de toneladas de residuos que terminarán en el agua y que nunca regresarán a la costa. Ya hay más de 5.000 millones de fragmentos de plástico flotando en todo el mundo que matan a millones de animales de 700 especies distintas cada año. También se meten en el pescado y la sal que llevamos a nuestras mesas, a nuestros cuerpos.
En algunos puntos del mapa la acumulación de basura es tal que las corrientes formaron “islas” de plástico de las que incluso se extrajeron objetos fabricados durante la segunda guerra mundial. Porque si bien la bolsita o la botella están en nuestras manos por cinco minutos, quedarán en la Tierra por otros 1.000 años hasta degradarse. Mil años son muchos años.
Agustina Besada –32 años, argentina, profesional de la sustentabilidad, diseñadora industrial, exploradora para la revista National Geographic– sabía todo esto cuando el año pasado decidió cruzar dos veces el océano Atlántico en un velero de 11 metros. Había escuchado mucho sobre la contaminación en las aguas, pero necesitaba verlo con sus propios ojos. Así fue que con su marido se prepararon durante meses para una travesía que los llevaría desde el puerto de Nueva York hasta Gibraltar, en España, para terminar en Brasil. Desde Tierra contaría con el respaldo de Rocío González, su amiga y socia en Unplastify, una organización que crearon juntas –con foco en América Latina– y busca promover información y soluciones para repensar la relación humana con el plástico utilizando la exploración, la educación y acciones de impacto.
En el viaje –que duró 27 días– se llevó muchas sorpresas. Navegó entre un mar de plásticos, vio objetos gigantes e irreconocibles a pocos días de la costa y tomó muestras de aguas que a simple vista parecían cristalinas, pero en las que un sensor evidenció la presencia de miles de partículas y filamentos plásticos.
Antes de partir, Besada estaba al frente de Sure We Can, un centro de reciclaje comunitario en Brooklyn en el que 400 recolectores urbanos procesan 40 mil latas de aluminio y botellas de plástico cada día. Allí aprendió a ver el descarte de todos los días como una oportunidad y un valor desperdiciado.
En el marco de la iniciativa ¿Planeta o plástico? de National Geographic, Besada y González pasaron por las playas de Punta del Este y en Enjoy dieron una charla para niños sobre el impacto de la contaminación.
Agustina, ¿cómo pasaste de ser diseñadora industrial a trabajar en una ONG de reciclaje en Brooklyn?
Fue un poco culpa de Rocío (González). Yo estaba estudiando diseño y me sumé a trabajar en su empresa, que fabrica objetos de diseño a partir de descartes. Ahí fue que empecé a leer e investigar un montón sobre el tema y me encontré con el enorme problema del plástico en los océanos. Empecé a involucrarme más y más hasta obsesionarme. Mi formación en diseño me ayudó a darme cuenta de cómo desde ahí se pueden repensar sistemas para que las cosas sean un poco más sustentables. Al tiempo nos juntamos con Rocío y otra amiga a evaluar qué podíamos hacer con esta inquietud compartida. Surgió lo de la ONG en Brooklyn y al tiempo fundamos Unplastify.
Se consideran “profesionales de la sustentabilidad”, ¿qué significa eso y cómo se aplica en Unplastify?
Agustina Besada (AB). Significa que uno puede ayudar a los demás a entender cuál es el impacto –tanto ambiental, como social y económico– de un determinado proyecto, producto o sistema. En Unplastify somos capaces de diseñar estrategias para hacer que las cosas sean más sustentables en el tiempo. Trabajamos con empresas para hacer que la sustentabilidad atraviese todas las áreas. Desde la producción, hasta en la dinámica dentro de un oficina y los recursos humanos.
Rocío González (RG). Hay muchas cosas que se pueden rediseñar. Hay cosas para repensar en la gestión de las empresas y el gobierno y también en el consumo que hacemos todos. El plástico que encontramos en las playas muchas veces no fue tirado ahí, pero es el que usamos todos los días y que el sistema de gestión de residuos no puede procesar porque está saturado. Refleja ineficiencia y un uso totalmente excesivo del material.
¿Por qué nos cuesta tanto como consumidores cambiar o al menos cuestionar las formas en las que consumimos plástico?
RG. Es un tema de cambio de hábitos y eso implica ponerse un poco incómodos y empezar a hacer cosas que capaz no estamos acostumbrados a hacer. Llevar la botella en el bolso, en vez de comprar una nueva, o usar bolsas de tela son cambios molestos porque nos fuimos acostumbrando a la comodidad extrema, al delivery de todo, a lo instantáneo y descartable. Eso genera un sistema que produce cosas que tienen un tiempo de uso corto, pero demoran años en degradarse.
AB. El gran desafío que tenemos es incomodar a la gente y dejar esa conveniencia de lado. La verdad que sí, las cosas como funcionan hoy son convenientes porque no tenés ni que pensar si vas a tener sed en un par de horas porque en todos lados hay un kiosco donde venden agua en botella de plástico y listo. Igual una vez que incorporás el hábito la incomodidad ya no existe. No hay que vivir incómodo, solo es ser un poco consciente.
Por su parte, para las empresas es muy marquetinero proyectar una imagen de producto “green” o sustentable, ¿es una fachada superficial?
AB. Que lo sustentable venda es algo positivo. Pero también es un riesgo porque hay acciones que son muy superficiales. Algunas empresas parece que arreglan todo con un poco de lavado de cara, pero en realidad en el fondo no hacen nada. Eso capaz fue el primer paso que dieron las marcas, pero esto ya pasó hace 10 años. El tema ya está en agenda, ahora hay que empezar a hacer las cosas un poco más en serio.
¿Conocen en el estado de situación actual de las playas uruguayas en cuanto a contaminación de plástico?
AB. Es una respuesta compleja porque el agua es una sola, se mueve. Entonces no es que acá es de una manera y del otro lado del charco, o del mundo, es de otra. Durante la travesía en velero, cuando ya estábamos en Sudamérica, me tiré a nadar en una reserva marina. Era paradisíaco, había peces y una tortuga. De repente encontré en el agua un envase de detergente chino que había empezado a ser degradado con mordidas de todos los tamaños. Un envase desde China en la playa de Brasil. Tenemos que dejar de pensar que es un tema en otra parte. Es un problema de todos y todos tenemos que hacer algo. Es como el cambio climático, algo global. Todos contribuimos a este problema entonces todos debemos ser parte de la solución.
¿Dónde están las principales innovaciones hoy en materia de plástico?
AB. El plástico tiene un ciclo de vida y hay innovaciones en las distintas partes de esa cadena (diseño, uso y reciclaje). Hay desde materiales que son más eficientes para ser reciclados hasta algunos más duraderos para que no se descarten y puedan reutilizarse. También se está empezando a reemplazar un objeto por otro. Es un ejemplo básico, pero hoy innovar es tener en vez de una heladera con botellas de agua, usar un dispensador.
¿Qué rol juega la tecnología?
AB. Ayuda aunque a veces se cree que es la solución a todos los problemas, pero no. Porque lo que se necesita es cambiar la mentalidad. Cambiar el paradigma. Hay que ser realista y no pensar que la tecnología va a traer una solución mágica. La solución debe venir con un enfoque sistémico donde todos hagan su parte.
Con Unplastify educan en empresas e instituciones, ¿educan también en sus entornos personales?
AB. Un poco sí, porque creo que los que logramos tomar consciencia de esto tenemos que ser agentes de cambio y contagiar. Tampoco hay que ser un extremista y condenar.
RG. Es con el ejemplo. Por decirte algo, a mis padres para Navidad les regalé una compostera. Cuando mis amigos vienen a casa o me preguntan cómo manejo yo mis residuos les muestro y de a poco eso se va metiendo. De lo contrario la gente cree que es demasiado y que ser sustentable o ecológico es imposible.
¿Se imaginan un futuro donde esto ya no sea un problema?
AB. Sí. No creemos que haya que eliminar el plástico porque no es malo en sí mismo. Lo estamos manejando mal, lo diseñamos de manera poco inteligente porque lo usamos 15 minutos y dura años. Eso, desde el punto de vista del diseño, es una locura. Cambiar se puede.
Si hoy accedieran a un presupuesto enorme, ¿qué proyecto de sustentabilidad pondrían en marcha?
RG. Una fábrica gigante para hacer productos de consumo con descartes.
AB. Trabajaríamos en todas las áreas de la sustentabilidad. En reciclaje, recuperando residuos del océano a una escala descomunal. En concientización, haciendo campañas masivas. Y en diseño, creando productos y soluciones de mercado que sean alternativas. Con este trío cambiaríamos el mundo.
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