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La rosa de Damasco se marchita por la guerra en Siria

Una de las flores más antiguas conocidas, empezó a exportarse a Europa en tiempos de las Cruzadas
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15 de mayo de 2016 a las 12:22

Flor milenaria conocida por su fragancia y sus virtudes terapéuticas, la rosa de Damasco se marchita en la capital siria que le da nombre y en los campos circundantes por culpa de la guerra que desangra el país desde hace cinco años.

"La rosa de Damasco agoniza", se lamenta el agricultor Jamal Abas contemplando un campo en El Mrah, a unos 60 km al norte de la capital siria.

En esta localidad de la región de Nabek, conocida por la producción de esa flor de 30 pétalos, las tierras cultivadas se han reducido a menos de la mitad, y la tradición de la recolecta se está perdiendo debido a la huida de familias enteras por culpa de los combates.

El acceso a los campos estuvo cerrado durante un tiempo y el festival de la rosa fue anulado, privando a El Mrah de su principal fuente de ingresos.

Con la vuelta a la calma en esta región, la edición anual del festival volvió a celebrarse este domingo, pero la producción no se ha recuperado.

"Hemos pasado de 80 toneladas en 2010 a 20 este año por culpa de la guerra, además de la sequía", explica Hamza Bitar, otro agricultor de 43 años, que "aprendió a caminar en estos campos".

Antes del estallido del conflicto en 2011, "venían comerciantes libaneses a comprar pétalos de rosa por decenas de toneladas para exportarlos a Europa", afirma. Y "los perfumistas franceses destilaban los pétalos secados para producir aceite esencial".

La rosa, una de las flores más antiguas conocidas, empezó a exportarse a Europa en tiempos de las Cruzadas, y a otros países como Marruecos, Irán o Turquía.

Gracias a su fragancia, a la vez rica en notas y delicada, la rosa de Damasco, que crece en mayo pero puede ser cultivada a lo largo de todo el año, es la flor más utilizada para la producción de aceites esenciales de perfumes y productos cosméticos.

Sus usos son múltiples: se emplea por sus virtudes terapéuticas, relajantes y desinfectantes, pero también para producir el agua de rosas, tan popular como bebida refrescante en Oriente Medio, para perfumar las mezquitas o como amuleto de la suerte en los matrimonios.

Antes rosas, ahora pólvora

En la capital siria y su provincia, la rosa era omnipresente: adornaba jardines, cunetas y balcones, además de ser el símbolo de los damascenos. Pero la caída de la producción y la falta de mantenimiento de los lugares públicos han vuelto su presencia mucho más discreta.

Para los productores y comerciantes, esta agonía simboliza la de un país y un pueblo devastados por un conflicto destructor que ha segado 270.000 vidas y ha conducido al exilio a millones de personas.

Abu Bilal, de 52 años, tenía una destilería de rosas secas en Ain Tarma, en Guta Oriental, convertida en bastión de los rebeldes. Tuvo que cerrarla el primer año de la guerra.

"En Duma (principal ciudad de Guta), se sentía el aroma de la rosa. Hoy me dicen que solo huele a pólvora", deplora este destilador, que ahora trabaja en una perfumería oriental en un zoco del Viejo Damasco.

Según los comerciantes interrogados por AFP, en el mercado no quedan más que dos destilerías frente a las ocho que había antes de la guerra.

Si tres toneladas de rosas secas servían para fabricar un kilo de aceite esencial, "hoy apenas hay 250 gramos para la venta en todo el mercado", lamenta Abu Bilal.

Pese a que también se cultiva en otros países, "la rosa originaria de Damasco es única, su fragancia es más embriagadora, su calidad, mayor, y produce más aceite", explica.

Amine Bitar, agricultor octogenario de El Mrah, ha cultivado esta flor toda su vida. "Nuestra relación con ella no es simplemente comercial, forma parte de nuestra familia", confiesa con tristeza.

Para él, la rosa de Damasco "solo volverá a la vida cuando termine la guerra".

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