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Lola Moreira: con la garra a todos lados

Sabe lo que quiere, tiene claras sus metas y una gran capacidad para tomar decisiones rápidas. El 2018 es un año para cumplir muchas expectativas para la velerista y con un cronograma cargado de competencias y poco tiempo para descansar
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07 de marzo de 2018 a las 05:00

[Por Andrea Sallé Onetto]

Desde el antiguo Egipto hasta la actualidad, los barcos de vela han impulsado a aventureros, comerciantes, piratas y guerreros hasta sus sueños. Con la aparición de los barcos a vapor, el destino de las embarcaciones propulsadas únicamente por el viento —y por las habilidades de sus tripulantes— pasó a centrarse en la esfera recreativa y deportiva. Dolores "Lola" Moreira vive sus días rodeada por el viento y las olas, como los antiguos aventureros. Es hija adoptiva del río y una de las grandes representantes del velerismo nacional. A sus 19 años, ganó mundiales, Panamericanos y fue la abanderada de Uruguay en los últimos Juegos Olímpicos. El 2018 la espera con varios desafíos y la oportunidad de conseguir un pase directo a los próximos Juegos de Tokio 2020.

A la vera

De padre sanducero y madre montevideana, Lola nació en la capital pero creció en Paysandú, frente al río Uruguay, donde contemplaba los barquitos navegar y la curiosidad por estar en uno de ellos tomaba fuerza. De niña quería ser jugadora profesional de hockey, pero el agua le empezó a tirar más. Su padre había navegado de chico y sus primos hacían Optimist, que según sus palabras, es como el baby fútbol de la vela. Un día le pidió a su padre para probar. Fue a una clase y no se quiso bajar más del barco. Sin embargo, dividía su tiempo entre la escuela y otros deportes. Hizo básquetbol, handball, tenis, remo, hockey y, por supuesto, vela. "De a poco tuve que ir descartando deportes porque no me daban los tiempos. Me quedé con la vela y el hockey, y después tuve que dejar hockey porque coincidían las fechas de los campeonatos", cuenta.

Terminó optando por la vela porque le gustaba eso de asumir toda la responsabilidad, de tener que tomar ella las decisiones y la dificultad que le exigía correr una regata. "Se dan muchísimas variables en el momento de correr y tenés que estar atento a todo, siempre tener un segundo o un tercer plan. Lo que me atrae de este deporte es que sea tan complicado. Es un deporte físico y de cabeza, de estrategia. Tenés que saber anticipar el giro que va a hacer el viento, cómo va a incidir la ola en tu barco; son muchísimas cosas que suceden en el momento y tenés que estar bien activo y bien 'chispita', como dice mi entrenador".

A los 9 años se inició en la escuela de vela en Paysandú, en Optimist, una clase de embarcación apta para niños y que se utiliza hasta los 15. Ese mismo año empezó a competir, pero su primera prueba internacional fue a los 11, en un Sudamericano. A esa edad también comenzó a viajar a Montevideo los fines de semana para entrenar y a los 14 ya competía en categoría Mayores, además de en Juveniles.

Su primera regata importante fue en el Campeonato Mundial de Santander de 2014. "Ahí tenía 15 años, era el selectivo para los Juegos Olímpicos. Éramos 120 competidoras y mi meta era ganarle al menos a 20", cuenta con una mezcla de orgullo y timidez. "Todo el mundo iba con tremendos botes, con estaciones meteorológicas, dos entrenadores, psicólogo, preparador físico; y yo fui con mi entrenador del momento, que era un francés", relata. "No teníamos ni camperas de Uruguay. Mi madre fue y compró dos camperas celestes y mandó a que les imprimieran la palabra "Uruguay": ese era el uniforme que teníamos". Al mejor estilo épico, donde las circunstancias no parecen favorecer al protagonista, Lola quedó en el puesto 31 de las 120. No logró clasificar a los Juegos en esa oportunidad, pero superó con creces sus expectativas. "Me quedé con bronca porque estuve cerca de clasificar, pero a la misma vez estaba feliz porque el puesto donde terminé no era ni ahí mi objetivo".

En ese momento no contaba con apoyo del Comité Olímpico Uruguayo, solo de la federación de vela. "Por suerte después se fueron arrimando la Secretaría Nacional del Deporte, el Comité Olímpico y también los clubes, los sponsors. Ahora estamos más tranquilos que antes, pero aun así nos falta y siempre estamos abiertos a quien quiera apoyarnos".

La vela es un deporte caro. Normalmente quienes compiten a nivel de elite cambian el barco cada año, pero ella tiene el mismo hace cinco. Una embarcación de competencia de la categoría Laser Radial —en la que compite Lola— cuesta unos 9000 dólares. A eso se le suman los gastos de mantenimiento del equipo, de los viajes, del entrenador y el alquiler de botes cuando compite fuera de fronteras. Utiliza el mismo barco para entrenar y competir, y si la competencia es dentro de Sudamérica, se lo lleva en un tráiler. Pero cuando las regatas son fuera de América, alquilar barco para ella y su entrenador es inevitable, y a la hora de correr, nota la diferencia.

Del río a Río


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De niña nunca imaginó ni soñó con llegar a los Juegos Olímpicos, hasta que en 2012, el velerista Alejandro Foglia —uno de sus ídolos— fue a dar una charla a la escuela de vela en Paysandú que la inspiró. La clasificación la consiguió en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. "Yo estaba peleando la plaza con la velerista argentina. Quedaba solo la medal race, la regata final. Si ella me ganaba por un punto o si teníamos diferencia solo de un puesto, ella ganaba la plaza. Así que hicimos una estrategia con mi entrenador: la idea era frenarla e intentar mandarle "viento sucio" —que es legal— para enlentecerla, que quedara atrás y así yo poder hacer mi regata tranquila. Lo pude lograr desde un principio. Cuando crucé la línea fui a festejar con mi entrenador —yo pensé que había ganado la medalla de bronce y clasificado a los Juegos de Río— y ahí me dijo que había ganado también la medalla de plata. Obviamente quedé súper feliz, me puse a llorar y lo vi llorar a mi entrenador, cosa que no pasa muy seguido. Fue increíble".

Una vez clasificada, se trasladó definitivamente a Montevideo para entrenar a tiempo completo. Se fue a vivir con sus dos hermanas mayores, que ya vivían en la capital e hizo una pausa en sus estudios secundarios hasta terminados los JJ.OO. Al regresar de Río, la Secretaría Nacional del Deporte le propuso formar parte del programa Entreno y Estudio, pensado para que deportistas de alto rendimiento puedan continuar con su educación formal. "Tengo tutorías con profesores de cada materia y luego de determinada cantidad de clases estoy habilitada para dar el examen libre", cuenta Lola, que ya está en 5° año humanístico.

Las jornadas intensas de entrenamiento también hicieron que su vida social no fuera la de una típica adolescente con cumpleaños de 15 y salidas. "Por suerte mis amigas entienden lo que hago y por qué lo hago. Algunas personas pierden amistades por hacer deporte, pero mis amigas siempre estuvieron ahí apoyándome y espero que siga siendo así".

En Río, Lola tuvo el honor de ser la abanderada de la delegación uruguaya en la ceremonia de apertura. "Fue una locura, estaba re emocionada. Entré con la bandera y toda la delegación atrás. En un momento yo estaba con la bandera mirando los fuegos artificiales y pensaba 'que no caiga, que no caiga', pero cayó una lágrima y empecé a llorar como loca. Los JJ.OO. fueron literalmente, un sueño hecho realidad". Aunque en la competencia quedó en el puesto 25 de la tabla general, la experiencia marcó su vida.

Encontrar al indicado

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Lola tiene tatuados los aros olímpicos en su brazo, quizá como un recordatorio constante de a dónde quiere llegar. Su lista de resultados más recientes incluye la medalla de bronce del Campeonato Centro y Sudamericano (que le valió la clasificación a los Panamericanos Lima 2019), el vicecampeonato del Mundial Juvenil 2017 y una medalla de bronce en el Circuito Mundial de Mayores del mismo año. Ahora, su mente y su cuerpo están trabajando en conseguir la clasificación para los próximos JJ.OO. de Tokio 2020. Para ello, mantiene su rutina habitual, que consiste en una sucesión de días enteros dedicados al entrenamiento en el Yacht Club Uruguayo. Por las mañanas trabaja en el gimnasio con su entrenadora María Frinz, luego descansa para almorzar y por la tarde sale a navegar unas tres horas junto a su entrenador Luis "Chato" Chaparro. Una vez en tierra, se juntan a analizar el video del entrenamiento o de alguna regata, y tiene una clase teórica.

Para Lola, las costas donde uno entrena pueden influir en el rendimiento, pero más influye el entrenador y el nivel de competitividad del país en el que vive. "En Estados Unidos es una locura la cantidad de gente que navega. En Canadá no hay tantos, pero tienen un equipo olímpico formado de veleristas que entrenan siempre juntas y entre ellas se van levantando el nivel. Acá en Uruguay no puedo entrenar con ninguna chica, hay pocas y están recién comenzando. Normalmente entreno con hombres que compiten en otra categoría con una vela más grande. Por eso a veces a los campeonatos voy mucho tiempo antes a entrenar o armamos training camps en otros países", explica.

Su entrenador actual marcó un antes y un después en su carrera. El Chato es un exvelerista con una vasta carrera como deportista y como entrenador internacional. Conoció a Lola en el Mundial de Santander de 2014 mientras él entrenaba al equipo brasileño de vela. La saludó por ser compatriota y la invitó a entrenar con su equipo algún día. Lola aceptó la invitación y en verano fue a entrenar con ellos a Punta del Este. El primer día ya quería seguir trabajando con él, así que se lo planteó a sus padres, estos hablaron con el Chato y desde diciembre de 2014 se convirtió en su entrenador y en su "papá dos" o "papá del agua", como le dice ella. "A esta altura lo veo más que a mi propio padre y por suerte nos llevamos muy bien. La verdad que lo que he aprendido con él es impresionante y tiene una forma de enseñar que me gusta muchísimo".

Garra y chispa


La preparación psicológica es tan importante como la física, por eso Lola, al igual que otros deportistas de elite, trabaja con la psicóloga deportiva de la Secretaría Nacional de Deporte. En su caso, el foco está en controlar los nervios, las dudas y su "cabeza calderita", que no le permitía "pasar la página" y continuar con la carrera si cometía un error.

"En Optimist, si me iba mal, me re enojaba y me ponía el balde. No salía de ahí, me entrompaba; pero empecé a trabajar eso con la psicóloga y me di cuenta de que no te sirve de nada". Durante la regata la concentración es fundamental y tiene que estar atenta a todo: las olas, las nubes, las marcas, los competidores. Dice que antes iba calladita, pero que ahora hasta va cantando en el barco.

Antes de cada competencia, Lola Moreira tiene una pequeña lista de rituales y cábalas que cumplir. Su madre le hace llegar un mensaje con una frase que solo ella entiende, en tierra escucha siempre las mismas cuatro canciones y en el barco se da palmaditas, entre otras cosas. Y la lista puede seguir agrandándose, porque cada vez que hace algo previo a una competencia en la que le va bien, después lo vuelve a hacer. Pero la cábala más importante y que no puede faltar nunca es dibujar junto con su entrenador un arco y una flecha acompañado de la frase "Garra Charrúa" en la parte de atrás de todos los barcos en los que compite. Si el barco es alquilado, le pegan una cinta transparente y le escriben su insignia igual.

El arco y la flecha serán el próximo tatuaje de Lola. "Creo que cada deportista uruguayo tiene la garra charrúa, no solo los futbolistas. Siempre en cualquier deporte estamos en desventaja, pero todos, al representar a Uruguay, sacan fuerzas de donde no tienen y hacen todo lo posible por dejar al país lo más arriba que puedan. La garra charrúa es un sentimiento que tenemos los uruguayos al representar a nuestro país. Un sentimiento de no rendirse nunca, de siempre dejar todo". Y dice que esa pasión no se ve en otros competidores. "Al menos en vela son bastante fríos. Muchos entrenadores me han venido a elogiar el tema de la garra charrúa", cuenta.

Además de la dosis de garra a la hora de competir, el punto fuerte de Lola es la estrategia y que le gusta la dificultad. Es inteligente e intuitiva al momento de correr, "Como no tengo el físico ideal para mi categoría, compenso con la cabeza, con la estrategia y la inteligencia de poder buscar mi camino". Confiesa que ser velerista es una carrera solitaria y que a veces la soledad puede desmotivar un poco: "Todo depende de mí".

Más allá de la ola


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Antes de los 15 años se planteó el seguir compitiendo o no. Tuvo una mala carrera, se enojó y dijo que nunca más iba a tocar un barco. A las dos semanas ya estaba de nuevo en el club entrenando. Hoy ya tiene 19 años y si se piensa a futuro, le gustaría verse con una medalla olímpica, estar satisfecha con su carrera y navegando; aunque no descarta estudiar algo vinculado a la educación física o trabajar como entrenadora de vela de alto rendimiento.

Cuando no está compitiendo pasa el tiempo con su familia o sus amigas. Es una ávida lectora y en cada lugar al que va se compra un libro para el viaje. También es bastante adepta al celular —especialmente a Twitter e Instagram— pero no deja que este interfiera en sus entrenamientos. Siente el apoyo de la gente a la distancia y ya no le da tanta vergüenza cuando alguien la reconoce y le pide para sacarse una foto.

Lola Moreira ama Uruguay y lo dice con todas las letras. Cuando está lejos extraña a su familia, sus amigos, su cama, la comida y la costa. Cree que no hay ninguna como la nuestra —y lo dice con propiedad, por haber estado en varias— y que los uruguayos no sabemos apreciar la costa que tenemos.

"El agua es mi segundo hogar, o mi primer hogar, mejor dicho, porque paso ahí todos los días. Si estoy estresada o intranquila me voy a navegar y me olvido de todo. Es la terapia perfecta pero a la vez es algo que me da buena energía. Es todo lo que quiero, lo que amo". ¿Vivirías en un yate? Le pregunto casi que en broma. "Sí, me encantaría. O en un velerito, en cualquier cosa que flote".

Lo que el viento traerá


De cara a Tokio 2020 Lola sigue entrenando a diario y planea participar en más campeonatos de alto nivel durante el 2018. Dice que al Mundial de Mayores irá "con el cuchillo entre los dientes", ya que es selectivo para los JJ.OO. "Es la primera etapa para clasificar, por lo que es el gran objetivo del año. Será en Aarhus, Dinamarca entre julio y agosto".

También participará del Mundial sub 21, del campeonato nacional, de alguna regata en Sudamérica y del Circuito Mundial 2018, que consta de tres etapas y una regata final. El Circuito ya arrancó en octubre del año pasado en Japón, en febrero tuvo lugar en Miami y en abril será la tercera instancia en Hyeres, Francia. "Del ranking de esas tres etapas clasifican las 25 primeras a la final de junio en Marsella", señala Lola. En setiembre ya comienza la primera ronda de la edición 2019, a la que solo clasificarán las 60 primeras del ranking mundial, del que Lola ocupa hoy el puesto 16.

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